11· La planificación

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―Pero ahora ―dijo el tío Fileto, con ojeras― tenemos que arreglar lo otro...

―¿Qué se te ocurre?

―Se me ocurrió que las cloacas podrían hacer de conducto para absorber la masa, y si hiciéramos explotar el polvito de hornear que brilla al final de las cañerías, a las afueras del pueblo, con las debidas válvulas puestas, lograríamos que esa explosión subterránea se convierta en implosión y absorba por succión toda la masa y la deje depositada en el hueco gigantesco que produjo la susodicha explosión... ¿me entendiste Chechito?

Lo pensé por un rato, y le dije:

―Creo que sí ―pero no había entendido nada.

Entonces tomó un papel y dibujó con un lápiz de carpintero, que fue el primero que encontró:

―¿Y? ¿Ahora lo entendés? El hueco gigante no lo vamos a cavar nosotros, ¡eso sería imposible! La explosión subterránea del polvito lo va a hacer

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―¿Y? ¿Ahora lo entendés? El hueco gigante no lo vamos a cavar nosotros, ¡eso sería imposible! La explosión subterránea del polvito lo va a hacer. Cuando se termine la explosión va implosionar y se va a chupar toda la masa a través de las cañerías... ¿ahora entendés?

―Ahora creo que sí ―le dije, observando el dibujo en el papel―. Me parece buena idea, pero nos va a tomar tiempo hacer esas válvulas y el pozo que necesitamos para depositar el polvito tan abajo.

―¡Ja! ―se limitó a exclamar...―, estás hablando con Fileto, el soldador del oeste.

―Mmm... bueno, pero ¿y las cañerías? No sé si son lo tan anchas como para que podamos andar en ellas.

―¡Jaja! ¿estás loco, Chechito? Creeme que sí ―me dijo, muy seguro―... cuando se hicieron, hará unos veinte años atrás, era tal la confianza depositada en un joven intendente llamado Torello y sus grandilocuentes promesas, que todos pensaron que este pueblito sería pronto una metrópolis, llena de riqueza y actividad. Digna de ella, Torello proyectó infraestructura a lo grande... Así que hizo unas cloacas con tubos de dos metro de diámetro, algo impensado para un pueblo tan chico...

Tomó un respiro y luego siguió diciendo:

―Como habrás notado, el intendente Torello no ha hecho nada más, solo esas cloacas de re chupete y ese tan arquitectónico y desmedido edificio de la Municipalidad, claro.

El edificio de la Municipalidad era una estructura gigantesca y desproporcionada en relación con el pueblo. Tenía un estilo arquitectónico Art Deco muy imponente y cinco gárgolas en la parte superior que representaban cada una de las actividades principales del pueblo, junto una estatua central de un tipo sosteniendo un gato, que era, vaya a saber uno porqué, «una representación de la labor de los intendentes» y que era sospechosamente parecida a Torello y a su gato Pochoclo.

El tío Fileto se quedó callado, mirando hacia la nada, hasta que soltó de repente, enganchado con el tema anterior:

―De su bajo rendimiento ―refiriéndose a Torello― le echó la culpa a las partidas presupuestarias de Nación, cada vez más bajas, pero con los intereses más altos... la realidad es que se deprimió cuando murió su gato Pochoclo, producto de un rayo un día de tormenta, de la cual, por cierto, me hecho la culpa a mí... pero yo nada que ver.

»Desde entonces maneja el pueblo por teléfono, desde su casa, en pijamas y con chancletas, y llega tarde a las reuniones a las que se ve obligado a ir. Dice que su vida no tiene más sentido sin Pochoclo, y que ir a la Municipalidad y ver la estatua de la labor de los intendentes le da mucha tristeza, y que por eso no frecuenta mucho el edificio...

Nos quedamos en silencio, después de su largo monólogo.

―En fin, ¿en qué estábamos? ―dijo luego.

―Ojalá podamos hacer eso de las cañerías ―le refresqué la memoria―, pero lo veo difícil... ni siquiera podemos salir del garaje.

―El tío siempre tiene un plan B, Chechito ―dijo, con una sonrisa pícara.

―La última vez no hubo plan B... ―le regañé, devolviéndole la sonrisita.

―El tío siempre tiene un plan B ―repitió, esta vez con más énfasis.

―¿A qué te referís, entonces?

―A esto.

Apuntó su flaco culo de gabardina color caquis hacia mi y levantó del suelo una baldosa. Debajo había una agarradera de alambre. Cuando la jaló, una cuadrícula de nueve baldosas se levantó al mismo tiempo. Allí estaba su plan B: un profundo hueco con una escalerita y que llevaba hasta la cloaca central, en la calle.

―¿Cuándo lo hiciste? ―le pregunté maravillado.

―¡Ah! en mis tiempos mozos... siempre se dice que hay que tener un escape a la rutina.

El tío Fileto se tomaba las cosas con mucha literalidad...

―Con esto ―siguió― vamos a ir hasta las afueras del pueblo, poner las válvulas y cavar el pozo en la cañería para poner el polvito...

―Qué brilla ―completé entusiasmado.

―Ese mismo ―dijo él, satisfecho.

Mientras tanto seguíamos mirando el pozo. No había sido abierto por mucho tiempo.

―Por cierto ―le dije―, ¿hace cuánto que Torello está en la intendencia?

―¡Ya ni me acuerdo, Chechito! ¡Ese tipo es el dueño del pueblo!

Fileto y la pelota descomunalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora