8· Aires densos

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Todos, excepto nosotros ―que habíamos estado pensando en una técnica de implosión―, estaban llevando a cabo lo que el informe de las radios habían instado hacer en cuenta regresiva, a partir de las ocho de la tarde ese mismo día. Estábamos muy ensimismados en nuestros cálculos y técnicas y no teníamos la radio prendida, hasta que percibimos un acentuado olor a gas, seguido de un incremento de la temperatura que debe haber rondado en los cinco o seis grados centígrados. El tío Fileto soltó:

―¡Ah, qué sos cochino, Checho!

―No, tío, es otra cosa... algo está pasando afuera ―le dije sin mirarlo, preocupado encontrar su origen.

Fui hasta la puerta del garaje. Estaba abierta desde que el tío Fileto tuvo la discusión con mamá: desde entonces no habíamos podido cerrarla, ya que la masa se encontraba en el marco superior, hinchándose y entrando.

Me incliné para hurgar en esos treinta o cuarenta centímetros de aire ―y oscuridad― que había debajo de la masa y sentí el fuerte olor a gas, junto a un vaho que sabía a masa cruda y una briza de aire caliente.

―Viene de afuera, tío.

Al cabo de decir eso, lo tenía a mi lado, tirado en el piso y mirando hacia al abismo oscuro...

―¡Esta Margarita! ―dijo, por su hermana―, siempre se olvida el horno prendido... un día vamos a explotar todos...

»¡Margarita! ―gritó de súbito, asustándome.

―Qué... ―le contestaron del otro lado.

―Te olvidaste el horno prendido ―le dijo el tío Fileto―, debe haber estado prendido desde hoy... un día vamos a explotar todos ―repitió.

―No seas zonzo, Fileto, ¿no oíste las noticias?

―¿Qué? ¿te regañaron en público por dejar el horno prendido?

Hubo un largo silencio. Mamá ya no le tenía paciencia...

―Las noticias dicen que hay que abrir las ventanas y puertas y prender todo lo que produzca calor, para que la pelota suba hasta la estratosfera y se la lleve al mar un viento atmosférico...

El tío Fileto se volteo para hablarme y me dijo bien bajito:

―¿Cómo no se nos ocurrió antes, Chechito?

―Se nos ocurrió ―le dije, y le recordé porqué lo habíamos descartado―: la atmósfera allá arriba es muy fría, por lo que la pelota se enfriaría en el camino hacia la estratosfera y caería de nuevo, pero esta vez a toda velocidad.

―Ah, bueno, menos mal que no lo hicimos, entonces...

―¡Pero lo hizo alguien más!

―¡Torello, seguro! ¡Ese Torello! ―renegó el tío.

Y enseguida vimos, ahí tirados en el suelo, como la bola comenzaba a subir, cada vez más deprisa...

Fileto y la pelota descomunalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora