17· La colocación de la bomba

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Ya habíamos puesto el filtro atrapa mascotas y estábamos poniendo la primer válvula, la más cercana al pueblo, la V1 del dibujo, ajustándola por los marcos a la pared de la cloaca con unos treinta tornillos del tamaño de un dedo índice, cuando de repente oímos el crepitar de unas cuantas botas en dirección al desagüe principal. El tío Fileto, tomó la linterna y la apuntó hacia origen de los ruidos, luego dijo:

―Las fuerzas del orden... no sé porqué me odia tanto este Torello.

Vestidos de un verde chillón estaban los soldados que, a la distancia que los veíamos, nos parecían más bien soldaditos de juguete. Se detuvieron en cuanto vieron la luz de la linterna del tío Fileto. Los de la primera fila nos apuntaban con sus fusiles, con una rodilla en el suelo. Una voz nos gritó con autoritarismo y algo de eco:

―¡Deténganse ya mismo, o disparamos!

―isparamos, aramos...

El tío me dio la linterna con suaves y calculados movimientos y me dijo bajito que me quedara detrás de la carretilla. Luego dijo en voz alta:

―¡Tengo una bomba! ―sosteniendo el taladro explosivo― si me disparan, explota.

―Plota, ota ―repitió el eco.

Entonces dio un paso hacia adelante, y toda la brigada dio dos pasos hacia atrás. Luego dio tres pasos, y toda la brigada retrocedió seis. Dio seis pasos y la brigada doce hacia atrás.

Los estaba midiendo.

Luego se volteó hacia mí y me dijo:

―Esto es pan comido, Chechito.

Y de súbito estaba corriendo y chapoteando en al agua, con las patas abiertas para que no le salpicara la porquería, el pis y los pedazos de papel de baño en el pantalón... hasta que no lo vi más. Ni a él ni a los soldados, que habían escapado despavoridos hacia el desagüe principal.

Al cabo de unos cinco minutos emergió una figura desde las tenebrosas sombras de la cloaca... con un taladro explosivo en la mano. Pero lejos de verlo volver orgulloso cual héroe de película y de darme seguridad, lo vi sosteniendo dicho dispositivo lo más lejos de su cuerpo que le era posible y hundiendo el pecho hacia adentro, con cara de espanto.

―¡Tenemos menos tiempo, Chechito, esta cosa va a explotar en cualquier momento!

Un escalofrío me cruzó por la espalda y mis esfínteres volvieron a desaparecer. Si esa cosa explotaba mientras seguíamos en la cloaca, íbamos a reventar de la manera más hórrida imaginable. Incluso si el tiempo estaba a nuestro favor y lográbamos enterrarla pero no así colocar la segunda válvula, la implosión nos chuparía hacia ese descomunal agujero y moriríamos asfixiados y aplastados por la masa, esa que tanto nos había divertido hacer horas antes...

―Apuremos el trámite ―me dijo.

Apoyó el taladro explosivo, esta vez con más cuidado, en fondo de la carretilla. Tomó del suelo las jugosas y goteantes herramientas y las puso encima, luego se aferró a las empuñaduras de la carretilla, listo para salir corriendo. Mientras tanto yo tomé la válvula que faltaba colocar y salimos corriendo a toda velocidad... esta vez con los pies cerrados, aunque la caca y la cochinada se nos metiera en las botas, haciendo estas ese característico ruido a sopapa con cada paso que dábamos.

Cuando llegamos al sitio calculado para enterrar la bomba, el tío Fileto sacó el taladro y apoyó su punta en las aguas residuales. Con una mano sostenía el aparato en posición vertical y con la otra buscaba algo en su bolsillo; un mechero. Propio a su prevención habitual, lo había envuelto en una bolsa plástica, a sabiendas de la humedad de las profundidades. La despellejó con los dientes hasta llegar al contenido y prendió con él el detonador principal.

El taladro comenzó a dar vueltas sobre su propio eje y el tío Fileto quitó su mano. Salpicaba excremento en todas direcciones, pero estaba dando resultados. Luego aceleró tanto que el agua se distanció del aparato, creando una especie de burbuja de aire. Eso nos alegró, porque el aparato ya no nos salpicaba cochinadas en la boca.

De pronto se enterró con tanta rapidez en el subsuelo, dejando a su paso una montañita de tierra, que el tío Fileto soltó:

―¡Ahora vayámonos! Nos falta instalar la última válvula ―dijo.

―¿Cuánto tiempo tenemos?

―Tendría que haber explotado hace unos cinco minutos ―me dijo.

Mis esfínteres estaban sumidos en un profundo espanto.

―Pero no explotó ―continuo―... ese reloj atrasa, por eso lo dejé en el garaje.

Esta vez fui yo el que salió corriendo en primer lugar y chapoteando a toda velocidad, rumbo al desagüe principal.

Si no alcanzábamos a colocar la última válvula, todo el trabajo habría sido en vano, pues, durante la implosión, la totalidad del aire procedería del desagüe principal, en vez de succionar la masa, tal lo previsto, de lado del pueblo... Y, además, moriríamos engullidos, como ya he dicho.

Fileto y la pelota descomunalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora