A pesar del corte de energía y la avería de los cables de teléfono, efecto colateral de la susodicha pelota, se había reunido ―según supe más tarde― una muchedumbre en el Concejo Deliberante, sección la cual se encontraba dentro del gigantesco edificio municipal. Pero faltaba el intendente Torello, y nadie sabía dónde se había metido.
O casi nadie...
―Debe estar viniendo ―dijo su secretaria personal a modo informativo, con su chillona voz y habitual desinterés, acercando su reloj a una vela, para enseguida retomar el importante labor de limarse las uñas.
Y en efecto Torello llegó unos minutos después con las rodillas llenas de polvo. Culpó su demora a que esa cosa estaba demasiado baja y le había estampillado el coche contra la calle, cosa que resultó ser cierta, ya que para las cinco de la tarde la descomunal pelota de masa, que habíamos hecho con mi tío, había tenido ya sus primeros contactos con la tierra.
―Eso le pasa por llegar tarde... Siempre llega tarde ―soltó su secretaria, mirando a alguien de la multitud, sin interrumpir la manicura.
El intendente Torello la miró y soltó un refunfuño. No era la primera vez que su secretaria se lo decía y no era la primera vez que él refunfuñaba al llegar a la Municipalidad; era algo de nunca acabar. Pero hoy, hoy tenía una buena excusa para llegar tarde. Una buena en verdad.
Se limitó a observar a la multitud allí reunida y dijo:
―Señores, señoras, estamos aquí reunidos... aquí reunidos, estamos... ¡Por el amor de Dios!, ¿puede dejar de limarse las uñas y labrar el Acta?
De mala gana y mirándolo como si lo odiara con toda su alma, la secretaria dejó la lima sobre el escritorio y sacó del cajón el Libro de Actas para escribirlo como mejor le salía; con una desidia absoluta...
―Estamos aquí reunidos ―continuó Torello― a fin de encontrar soluciones para este gran problema que tenemos encima, el cual ha logrado dejarnos de rodillas...
Alguien de la multitud rió por la literalidad de las palabras. Seguramente se habrá imaginado al Intendente llegando de rodillas a la Municipalidad.
Torello se puso serio e interrumpió su discurso por un largo rato. Buscó con la mirada al tan desvergonzado que tuvo el tupé de reírsele en su cara, pero no lo encontró. Refunfuñó y luego dijo, ya más breve:
―¿Alguien tiene alguna idea? ―a él no se le caía una.
Entonces hubo un bullicio, hasta que una voz fuerte y clara salió de ella:
―Hay que hacerla explotar ―dijo el General a cargo del cuartel de gendarmería del pueblo, que tenía cuatro aspirantes a cabo y un perro de mascota.
―¡No! ―gritó la defensora del pueblo― ¡está muy cerca! Ni siquiera sabemos de qué está hecha...
―Sí sabemos ―dijo una voz desde el centro de la multitud. Todos se voltearon a verle. Era el encargado de Bromatología detrás de sus anteojos de culo de botella―, está hecha de harina, maicena y levadura.
»Hoy por la tarde subí al techo de mi casa y extraje una muestra, que llevé de inmediato al laboratorio en un matraz de Erlenmeyer para hacerle las mediciones pertinentes. La muestra fue posteriormente puesta en una placa de Petri para su incubación bacteriana...
»Todos saben lo que es la harina o la levadura, pero puede que algunos no sepan qué es la maicena: es la fécula o almidón, más comúnmente llamada harina fina de maíz... aunque la definición correcta es harina de fécula de maíz, ya que solo se extrae de esa parte del grano y no del endospermo y por lo tanto...
―Está bien, hijo ―le interrumpió una anciana con pocas pulgas, cruzada de brazos―, gracias por ilustrarnos, pero ya sabemos lo que es la maicena ―y lanzó una carcajadita, como riéndose de su propio chiste.
―Eso explicaría porqué flota sobre nuestras cabezas ―saltó el panadero del pueblo, ganándose la conformidad del encargado de Bromatología―... la levadura crea burbujas de aire caliente en su interior, lo que la mantiene a flote.
―¿Algún meteorólogo o piloto de globos para explicar el fenómeno? ―dijo Torello con ironía, revoleando los ojos y reclinado en su sillón, cansado ya de la cháchara general.
―De hecho sí, señor ―dijo el encargado del Centro Meteorológico, el cual contaba con un termómetro, un anemómetro, un barómetro, un pluviómetro y un gato con supuestos poderes para predecir el clima.
―Grrr ―refunfuñó el Intendente...
―Las burbujas producidas por la levadura mantienen a la pelota en suspensión. Ahora que las temperaturas están disminuyendo la masa tiene menos calor y, por lo tanto, cae... Nunca pensé decir esto ―rió de repente el meteorólogo―, pero el pronóstico del muchi para esta tarde es que una masa ―dijo, haciendo un gesto de comillas con los dedos― de aire frío estará cayendo sobre el pueblo hacia las primeras horas de la noche, a eso de las veinte.
El gato se había lamido su pata derecha, apuntándola hacia arriba, en la dirección de la masa...
―Bueno ―dijo Torello―, ¿qué sugiere que hagamos, entonces?
―Se me ocurre que... prendiendo todos al mismo tiempo las estufas y hornos, con ventanas y puertas abiertas, se produzca el suficiente aire caliente para propulsar la pelota hacia arriba, y una vez allí, los vientos altos atmosféricos se la llevarían... así de simple.
Después de contemplar algunas otras alternativas, bastante malas por cierto, como comérsela con un poco de azúcar, terminaron llegando a la conclusión de que la solución del meteorólogo era la mejor. Hubo una aprobación general.
Así pues, fue lo que hicieron.
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Fileto y la pelota descomunal
HumorUna gigantesca pelota de masa se cierne sobre un pequeño pueblo. El intendente Torello ha creado una comitiva para intentar solucionar el problema, mas sus frustrados intentos dejaron a todo el pueblo a un pelín de pasar a otra vida. Checho y su tío...