4· El griterío

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Estábamos ordenando el garaje, situado al fondo del patio y en el cual habíamos amasado el problema, cuando sentimos que alguien gritó desde la casa el nombre de mi tío de tal manera que parecía que se le habían salido las tripas por la boca. Yo me quedé paralizado, pero él ni se inmutó; seguía arrastrando uno de los bolsones de maicena hacia una de las esquinas, donde las escondería junto a la harina y la bolsa de levadura, cubriéndolo todo con una sábana vieja y desgastada, lo que era, a fines prácticos, como intentar tapar el sol con las manos.

Lo único que sí hizo fue revolear los ojos.

―¡Te dije!, tu mamá se dio cuenta de que no estabas durmiendo la siesta.

―Por la manera en que gritó, estoy seguro que no es por eso... debe ser por algo peor.

El tío Fileto entendió el sarcasmo, y sin dejar de arrastrar la bolsa de maicena me dijo:

―¿Por qué siempre que pasa algo raro me echan la culpa a mí?

―Y... ¿será que siempre tenés la culpa? ―le dije, con las manos en la escoba y mirando por la ventana la colosal pelota, que ahora estaba más cerca.

―Se acerca.

―¡Uh! ¡Hacete el dormido!

―¡No, tío! ¡La pelota!

―Ah, bueno... ¡no es para tanto, che!

―¡Esto es en serio, tío! ¿Algún día te vas a tomar en serio las macanas que hacés?

―Me las tomo en serio, ¿qué decís?

―Digo por esto ―le dije, señalando hacia arriba―, creo que es muy grave.

―Vos porque nunca viste a tu mamá enojada... ¡enojada en serio! ¡Eso es grave! Un día, cuando éramos chicos yo...

Un segundo grito surcó el aire y esta vez ambos miramos hacia la casa y nos inmovilizamos, pues el rugido ya no provenía desde el interior del hogar y parecía ahora bastante más cercano. El tío Fileto me miró con resignación y soltó la bolsa de maicena.

―Voy a tener que ir yo, che, antes de que venga ella...

Se limpió las manos con la camisa y salió del garaje. Se la encontró a mitad de camino.

―¿Qué pasa? ¿Cómo vas a andar gritando así a la hora de la siesta? ¡Pobres vecinos! ¡Qué hicieron para merecerte!

―¿A vos te parece, Fileto?

―¡No! ¡Por eso te estoy regañando!

Mamá no emitió más palabras. Se limitó a mirar la pelota y a hacer un gesto de negación con la cabeza, y luego le devolvió la mirada al tío Fileto. Yo veía todo desde una de las ventanas del garaje, a hurtadillas. La conversación se oía latosa y lejana...

―¿A vos te parece? ―repitió mamá, secándose las manos con el delantal.

―Bueno, está bien, me rindo... Vení Cheche, tenés que ir a dormir la siesta.

Los dos se quedaron en el medio del patio, él esperando a que yo saliera y fuera a dormir la siesta a modo de disuadir las quejas de mamá, y ella mirándolo con incredulidad, a saber, por la manera en que él le mentía en la cara. Sin tener más que decir para encubrir un problemón que era demasiado obvio, el tío Fileto frunció la cara, miró hacia arriba e hizo un último intento.

―Parece que va a llover...

―¡Te mandaste una grande, Fileto! ¡Apenas puedo verte la cara!

―¡Yo también! ¡Qué curioso!

―Como sea, así como lo hiciste ―señaló mamá súbitamente al cielo― espero que tengas una la manera de arreglarlo.

Se dio la vuelta y caminó a paso ligero hacia la casa, tan enojada, que los tacos del zapato se hundieron en el césped y golpeó en su recorrido una maceta con tal fuerza que esta cayó y dio un giro en el suelo haciendo un círculo imaginario de unos dos metros de diámetro.

El tío Fileto se dio la vuelta, miró hacia una de las ventanas del garaje y se encogió de hombros: no tenía la menor idea de cómo solucionar el problema.

Mamá estaba en lo cierto: ya se había puesto muy oscuro. Desde la penumbra y con los hombros y las palmas hacia arriba, soltó el tío Fileto:

―Ya la oíste, Checho, hay que inventar algo ―dijo, hablándole a la ventana equivocada.

Fileto y la pelota descomunalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora