13· Un filtro, dos válvulas y un taladro explosivo

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Habíamos escuchado el emblemático discurso de las once de la noche en la radio del Chevy SS. El tío oía sentado con un pie en el auto y el otro en el piso del garaje. Yo estaba afuera, apoyado en la puerta. Ambos nos sentíamos apesadumbrados y somnolientos. Una vez hubo terminado el discurso, nos dispusimos a ultimar los detalles de la misión.

Para ese momento ya habíamos terminado las dos válvulas que debían ir adelante y atrás del lugar donde se produciría la explosión y posterior implosión. Como no había electricidad en todo el pueblo y, por lo tanto, no podíamos usar la soldadora eléctrica, el tío Fileto usó su soldador autógeno a oxígeno y con él pudimos hacer todas las soldaduras y cortes de acero pertinentes.

El tío me había explicado la teoría, dibujo en mano, de una manera muy parecida a como ahora yo les explicaré a ustedes:

Durante la EXPLOSIÓN, una de las válvulas, la V2 del dibujo, más próxima a la boca de salida, se abriría a causa de la fuerte corriente de aire, y la presión escaparía por las cloacas en dirección contraria al pueblo, mientra que la otra válvula, la V1 del dibujo, más próxima al pueblo, se cerraría y de ese modo se evitaría que el aire saliera expulsado en dirección a dicho poblado.

Durante la IMPLOSIÓN el proceso sería exactamente el contrario: la válvula más cercana al pueblo, la V1 del dibujo, se abriría con el aire, y la más próxima a la boca de salida, la V2 del dibujo, se cerraría. Se crearía así un vacío de proporciones monumentales que se chuparía, por fin, toda la masa a través de cada una de las bocas de cloaca con las que contaba el pueblo.

―¿Y qué pasa si hay un perro o un gato en la calle? ―le pregunté con genuina preocupación.

―Se lo traga, Chechito ―dijo culminante― Podemos hacer un filtro de alambre, ¿qué te parece? Pasada toda la masa podrían volver a respirar y ser rescatados sanos y salvos, al menos físicamente hablando, claro... En fin, vos dejame a mí ―me dijo, con su arrogancia característica.

Se puso la máscara de soldar y comenzó a unir un aro, que le había quedado extra de las válvulas, en el cual iría la malla de alambre que funcionaría de filtro.

Por cierto, dichas válvulas no eran piezas de ingeniería, ni mucho menos... más bien eran un círculo de metal de poco menos el diámetro de la cañería, que podían abrirse solo en un sentido... ¡básicamente eran puertas redondas de metal!

Lo mismo el filtro de alambre atrapa gatos y/o perros.

Lo que sí era realmente extravagante era el artilugio que estuvimos haciendo después, hasta pasadas las cuatro de la madrugada. Era el aparato que estaba encargado de perforar en el piso de la cloaca para introducir la carga explosiva a unos cuatrocientos metros de profundidad.

Parecía que estábamos haciendo un satélite... aunque, bueno, era más bien lo contrario.

El dispositivo tenía una punta de taladro en cuyo interior, muy bien protegido, se encontraba la carga explosiva, alias el polvito de hornear que brilla. Adosado a él se encontraba un reloj viejo ―que había arreglado y usaba en el garaje―, que junto a un detonador, que no era más que un mechero a gas, causaría la explosión en el momento exacto que tío Fileto lo programara.

La propulsión del taladro eran unos caños que en su interior tenían una pequeña proporción de polvito de hornear que brilla y disponía cada uno, también, de un detonador sincronizado, de tal manera que el taladro girara de manera continua desde el momento en que fuera encendido.

Estuvimos una buena parte del tiempo calculando las proporciones necesarias de polvito, no solo para la propulsión sino también para la carga principal: si nos equivocáramos por un pelín, se iba todo al garete.

Por ejemplo:

Si poníamos de menos, el taladro explosivo quedaría peligrosamente arriba y la explosión y subsiguiente implosión serían insignificantes y no lograríamos nuestro objetivo. Si poníamos de más, la carga quedaría muy abajo, pero la explosión sería tan descomunal que, como habría dicho el tío Fileto...

―Podríamos hundir el pueblo entero en las más cochinas profundidades del abismo en un abrir y cerrar de ojos. Y no le alcanzarían todas las partidas presupuestarias a Torello para arreglar el problema ―dijo, riendo de manera un tanto criminal, detrás de sus anchos anteojos―, aunque bueno, en realidad habría muerto a causa de la bomba...

Puso el reloj en hora, cosa que no le costó demasiado, tratándose de un relojero experimentado y luego colocamos con muchísima pericia la carga explosiva principal en el interior del aparatejo... pericia que no tenía ningún sentido, considerando que el tío Fileto había estado soldando todo ese tiempo con el polvito en el bolsillo...

De milagro terminamos los preparativos, y pudimos descansar antes de continuar en la cloaca.

Fileto y la pelota descomunalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora