10· Las consecuencias

48 16 11
                                    

Luego el piso vibró junto a un estruendoso ruido que no paraba, y la oscuridad nos envolvió de nuevo. Pero lo que más miedo daba era el techo: hacía extraños ruidos, como si las chapas se estuvieran retorciendo al límite de su resistencia. Imaginé que pasado el cataclismo nos encontraríamos con una panza en el techo.

Entre estruendos oí decir a mi tío que me tire contra una esquina, lo que tenía bastante sentido, pues había leído yo ―siempre fui muy leyón, y por eso debe ser que me estoy quedando chicato― que eso es lo que hay que hacer en caso de terremoto. Me había parecido, la vez que lo leí, una cosa bastante innecesaria, pues no vivía en una zona sísmica, pero por aquél entonces subestimé el hecho de que vivía con el tío Fileto, que es casi lo mismo... Así que me puse en una de las esquinas y me quedé hecho una bolita.

Los ruidos cesaron después de unos diez minutos.

Luego del caos podían oírse algunas pérdidas de gas y cortocircuitos cercanos, pero, en general, el silencio reinaba: la masa producía una especie de aislación acústica muy efectiva.

Entre la oscuridad y la calma dije:

―Tío, ¿estás bien?

A lo que hubo un largo y preocupante silencio...

―Sí ―me dijo, susurrándome al oído, y luego siguió―: Te digo Chechito, me parece que es la última vez que le compro cosas a la URSS ―dijo en voz baja, como pensando―, después se quejan de que les va mal la economía, ¡y con razón!, si mirá lo que te venden...

Recordé los perros de dos cabezas.

―Tío, ¿qué fue lo que compraste?

―No sé, pero nadie me advirtió de que fuera tan peligroso... Yo solamente quería hacerte reír un poco... y quedar estampillados contra la pared del garaje, como mucho, pero parece que se me fue la mano con el polvito blanco... Pensé, te juro, que era algo así como un polvito de hornear.

―Pero brillaba, tío...

―Un polvito de hornear que brillaba ―se corrigió.

―Y bueno, ¿ahora qué hacemos? ―le pregunté―, ¿te quedó del polvito?

Se oyó ruido de tela y enseguida vi flotar una luz verdosa a mi lado.

―Sí ―dijo―, suficiente como para hacer dos pelotas de masa extra... por lo menos.

―¿Se te ocurre cómo podemos hacer una implosión con el polvito? ―le pregunté.

No respondió.

Me paré y fui a buscar una vela. Cuando la encendí me di cuenta, tal como había imaginado, que el techo se había panceado, es decir, el garaje tenía una gran panza hacia su centro, y los tirantes que tenían que sostenerlo estaban quebrados, pero las paredes estaban bien, a excepción de una, la más alta, que tenía una rajadura profunda y ancha que se extendía del piso al techo.

―¡Qué macana que me mandé! ―me dijo el tío Fileto a mi lado, de nuevo, observando los daños. Era la primera vez que lo escuchaba hacer un mea culpa desde que todo había comenzado.

Asentí con la cabeza y nos quedamos viendo la rajadura en la pared por un largo rato.

Fileto y la pelota descomunalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora