|Capítulo 4|

329 61 19
                                    

El miedo a la oscuridad
me destroza
No me dejará solo
y el tiempo se acaba.

Solo una vida más
Estoy tan enfermo y cansado
de cantar el blues,
debería cambiar mi vida.

|4|

Tal vez estoy perdida, tal vez estoy asustada.

Eren

Ella gira en su cama una y otra vez, haciendo de sí misma un ovillo con las sábanas y cobijas. Aprieta sus manos en puño para evitar que algún pequeño capricho de luz se cuele de alguna parte, incluso si es imposible con las cortinas negras cerradas y la puerta bloqueada. Inhala y exhala. Gime ante la impotencia. Aprieta los ojos, no quiere abrirlos, pero tampoco puede dormir. No deja de pensar que la disforia de género es una hija de puta que solo viene a destruir cualquier resquicio de felicidad, cualquier pequeña oportunidad de sentirse normal.

Y en lo mucho que quiere desaparecer.

En su interior una voz estridente en su cabeza no deja de gritar, de exigir, de reclamar lo terriblemente mal que está todo. La ansiedad, incontrolable, no deja de correr por su cuerpo ahuyentando cualquier pequeño rastro de aceptación.

Rueda de nuevo, no puede dejar de llorar. Tiene miedo, mucho miedo. La voz en su mente no se calla y pide a gritos algo que Erin no le puede dar.

Erin. Erin. Erin.

Eren. Eres Eren. Tu nombre es Eren.

Y no puede controlar su llanto, entre más piensa en ello más violentas se vuelven sus lágrimas. Porque de nuevo ella siente que su género no concuerda con su sexo; se siente enjaulada y torturada constantemente cada vez que tiene que levantarse e ir a la escuela en esas ropas feas y ridículas que la hacen lucir tan tonta, que le hacen sentir como si su alma estuviese siendo arrancada y pisoteada sin consideración.

No quiere, no puede, no encuentra el valor para levantarse hoy.

Pero tienes que hacerlo. No quiere preocupar a su padre, o a su hermana, ya no. Y los repentinos golpes del otro lado de la puerta no hacen más que confirmar ese hecho. Tiene que levantarse y forzarse a sobrevivir a un nuevo día en la escuela, en casa.

El pensamiento le revuelve el estómago.

Y se le revuelve aún más cuando su padre le llama Eren desde el otro lado de la puerta.

Pero ese es tu nombre. Tu nombre es Eren. Eres un chico.

La ansiedad no se detiene, el miedo aumenta. Hoy no se siente tan fuerte para mirarse al espejo como otros días, así que camina con pasos pesados a la ducha y deja que el agua fría, helada, torture su piel de papel. Sus dientes castañean, se abraza. Su piel pálida, las marcas desagradables de las lesiones que se hizo el día de ayer. Llora. No puede dejar de llorar. Así como no puede dejar de pensar en el cómo se siente el día de hoy, y lo terriblemente mal que está que piense en ello.

Mira sus manos, temblorosas, el esmalte de uñas ha sido quitado. Pero su mente débil considera volver a pintarlas, y la idea la escose tan, pero tan lento, que le mortifica, le derrumba.

Se pone de pie y sale de ahí con rapidez, intenta ocupar su mente con cualquier otra cosa. Mira sus ropas en el armario, nada de lo que hay ahí le agrada. Ella no quiere usar pantalones, ni sudaderas grandes, tampoco la porquería de zapatos viejos que siempre lleva. Lo ha hecho durante varios días ya, y ha estado tan irritada por eso que ayer simplemente no pudo controlarse cuando el idiota de Jean, el compañero de clases de Mikasa, le dijo que era un idiota por pintarse las uñas. No puede permitir que suceda más de lo mismo, no puede, el director se lo advirtió, que lo dejaría pasar esta vez pero que debía mantenerse fuera de problemas de ahora en adelante. Pero no está segura de sí podrá con ello. Porque si bien mayormente suele identificarse como un chico, estos últimos días en los que se ha identificado como una chica, la disforia le ha azotado como nunca antes lo ha hecho.

As the sun rises outside my doorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora