|Capítulo 9|

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De pie por mi cuenta.
Recordando a quien dejé en casa.
Olvido la vida que solía conocer,
olvido a quien deje en casa.

Necesito correr muy lejos,
no puedo regresar a ese lugar.
Como ella me dijo, yo soy...
solo una gran desgracia.

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Poder.                                                                                                 

Eren.

Desde que era un niño, Eren supo muchas cosas de sí mismo. Como por ejemplo el saber que su comida favorita son las hamburguesas con queso, y que adora especialmente los helados de chocolate. O el olor a flores de la primavera y ese color cálido que ve cada que escucha la palabra y el sabor a azúcar que llena su boca. Que le desagradaba el invierno porque es frío y parte su piel y no encuentra un sabor en la estación y su olor es reseco y soso. O al menos lo era. Ahora, Eren admite, el invierno le sabe a vainilla y huele a almendras.

Supo también, desde que era un niño, lo mucho que le gustaba jugar fútbol con su padre, y los concursos de baile de salón que su madre veía en la televisión. Para Eren eso siempre ha sido como magia.

Otra cosa que siempre supo desde que tiene memoria, era lo diferente que en realidad era a los otros niños de su edad. Porque a ellos no les gustaba el baile de salón ni los vestidos elegantes que las bailarinas usaban y mucho menos concebían la idea de jugar con sus compañeras de clases a la casita. Pero incluso con ellas Eren nunca se sintió pertenecer. «No puedes ser la mamá, tienes que ser el papá», «No se supone que tu uses la cocina», «No puedo prestarte mis broches para el cabello porque los niños no usan broches para el cabello».

Para Eren era como estar en un punto medio. No era de aquí, pero tampoco era de allá. No había un lugar en el cuál él pudiera sentirse a gusto, poco a poco, con el pasar de sus primeros años, Eren se limitó a aceptar lo que se supone debía aceptar. Era un niño, tenía que usar vaqueros, raspar sus rodillas, trepar árboles, no dejar que su cabello creciera demasiado, y jugar con robots y balones. No era feliz todo el tiempo, pero estaba bien. No tenía muchos amigos tampoco, pero así era mejor.

Y entonces apareció Mikasa.

Fue esa primera vez que le vio el momento en el que Eren se dio cuenta de qué era eso verdaderamente extraño que sentía algunos días.

Siempre supo que era diferente, pero jamás le tomó importancia hasta aquella tarde cuando a sus diez años su padre llevó a casa a aquella niña de bonitos cabellos largos y tan negros como la noche; una niña amable con olor a flores. Llevaba una blusa muy femenina de colores rosados que combinaba con su falda púrpura. Una niña callada, con una sonrisa hermosa que no mostraba muy a menudo. Cuando su padre le obligó a acercarse a ella Eren notó que ella llevaba un poquito de brillo rosa en sus labios, era brillante y natural. Su mamá también solía usar brillo en los labios, no todo el tiempo, sólo en ocasiones especiales, como los cumpleaños.

No pudo dejar de verla durante el resto del día. Y cuando su padre le explicó (no mucho en ese entonces) que se quedaría con ellos a partir de ahora, él la evitó durante los días siguientes, pero no por ella. No se sentía intimidado o avergonzado. Ella no le provocaba ninguno de esos sentimientos, no le gustaba como su madre había sugerido en broma una vez, no, no era eso, era algo mucho más extraño y ridículo, algo que había estado ignorando todo este tiempo; era como si quisiera ser ella. Como si quisiera usar sus bonitas faldas y brillantes broches en el pelo, y ese brillo labial color durazno.

As the sun rises outside my doorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora