Capítulo 8.

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Una persona no puede despertar si en ningún momento se ha ido a dormir. Si  con cada intento tiene un pensamiento que la obliga a estar despierta una hora más. Si con cada pensamiento, su sonrisa se amplia y el corazón aumenta el ritmo de sus latidos.

Me siento agotada, pero no me arrepiento. Porque la llamada de Connor me dio la vida y el recuerdo continuo la perfeccionó de la mejor forma posible. Hablamos durante horas, le dejé hablar a él. Me contó cada detalle que se le ocurrió. Como que es inglés y no irlandés y que solo está aquí porque un amigo le ha dejado la casa durante unos meses; que ha venido porque le concedieron un traslado en la empresa, pero que no sabe si será permanente; que su madre se llama Victoria y su padre, Aaron, que su hermano se llama Hugo y su cuñada, Sara y que tiene un precioso sobrino que se llama Austin; también me dijo que trabajaba en marketing y que ya llevaba, lo que le parece demasiado tiempo, sin pareja. Le dio tiempo a contarme su infancia entera; y tanto se explayó que, al colgar, miré el reloj y supe a ciencia cierta que hoy, si llegábamos a dormirnos, tendríamos el peor despertar de nuestras vidas. Solo espero que haya podido dulcificarlo tanto como yo.

Por primera vez en mucho tiempo, me tomo las molestias de elegir a conciencia mi conjunto. Quiero verme guapa, aunque no vaya a encontrarme con nadie a quien vaya a importarle. Me pongo un jersey verde y una falda de cuero negro acorde con unas botas altas. Hoy me hago un moño y dejo un par de mechones sueltos. Camino hasta la tienda sintiéndome como esas modelos que salen en las pasarelas de moda que Maggie mira de vez en cuando y, cuando entro y me pongo la chaqueta de la empresa, recibo a cada cliente con la mejor de mi sonrisas, una de esas sinceras que no hay que forzar y que difícilmente logras quitarte.

Sophia y Alex me miran fijamente mientras atiendo a los primero clientes. Cada objeto que pasa me suena a música, se siente muy raro y, no sé por qué, me encanta. Durante el descanso, Alex me presiona para que le cuente por qué, de repente, estoy tan diferente. Es el único domingo del mes que hay que trabajar y no debería ser tan feliz, sabe que hay algo raro y Sophia le ha anunciado un principio demasiado jugoso.

-Conocí a un chico, nada más-intento en un primer momento, pero, como no puedo, sigo hablando-Bailamos, hablamos y después, nos acostamos-me encojo de hombros-Ayer nos pasamos la noche hablando por teléfono y hasta ahí. No tengo nada más que contar.

-¡Qué sosa!-rueda los ojos-Cuenta los detalles jugosos, hija mía. Yo qué sé, ¿habéis vuelto a quedar?

-No, no hemos vuelto a quedar. Ni personalmente ni para hablar por teléfono. Será sorpresa, algo espontáneo. Tampoco creo que tenga que estar todo dicho.

-Pues vaya mierda de historia-rueda los ojos-Ya que la historia es tan jodidamente mala, al menos cuéntame cómo es en la cama.

-Será mala para ti, a mí me gusta la historia. Y es mucho más de lo que he tenido nunca. Además, que acaba de empezar, ¿qué esperabas?

-Mi chica y yo fuimos inseparables las primeras 48 horas. Teníamos mil cosas que contar.

-Bueno, pues muy bien por vosotros, yo qué quieres que te diga-me encojo de hombros-Tengo que irme a trabajar, Alex-suspiro.

-No te enfades.

-No me enfado-le sonrío.

-Demuéstramelo.

Me acerco a él y le doy un rápido beso en la mejilla, después le saco la lengua y me vuelvo a la caja. No queda mucho tiempo, este turno se me está pasando volando. Si me preguntaran diría que he entrado hace 5 minutos, pero de repente miro el reloj y solo me quedan 10 minutos.

Atiendo a todos los clientes que me quedan con la misma sonrisa que había caracterizado mi servicio de hoy. Me concentro muchísimo por no hacerle caso a Alex y Sophia que no dejan de hacer tonterías. 

-Buenos días-digo como con cada cliente.

Y entonces levanto la vista y me quedo callada. Callada, pero con una sonrisa cómplice que dice mucho más de lo que podría decir yo con palabras. Le paso el libro, el oso de peluche de "Big Hugs" y el papel de regalo que ha puesto sobre la mesa, le cobro rápido y, enseguida, continúo la conversación como si no le conociera.

-Desea algo más.

-¿Me matarías si te pidiera un beso?

-Espérame en la entrada, estaré ahí en 15 minutos-susurro.

Él asiente y se va corriendo. Después yo miro a mis compañeros que, con sonrisas pícaras, se callan las ganas que tienen de comentarlo todo. Aprovecho que el trabajo se les está acumulando para escaparme sin problemas, aun sabiendo que, si no me llaman esta noche, me bombardearán mañana.

Me miro en el espejo y me alegro mucho al recordar que hoy me he arreglado, me repaso el maquillaje y lo guardo todo en la bolsa que compré el otro día. Me voy riendo hacia la entrada y, cuando veo a Connor ahí, no puedo reprimir el abrazo. Él lo recibe entusiasmado e incluso se inclina para darme un rápido beso en los labios. Se me hace raro, pero no me disgusta. De repente, y por primer vez en mis 23 años, en lo único en lo que pienso es en irme a casa con él.

-Te he traído algo-me dice.

Y aunque su tono es dulce, no puedo evitar sentirme mal por un gasto inapropiado después de tan poco tiempo.

Me tiende un bolso negro que podría encajarme con cada conjunto que forma mi armario, como si lo hubiera visto y hubiera sabido encontrar el complemento perfecto. Me quedo embobada mirándolo y, cuando él me pregunta si me ha gustado aquello que he pasado por caja, me quedo tan desconcertada que ni lo puedo recordar. Abro el bolso y, en su interior, me encuentro dos regalos envueltos con el papel que yo acabo de venderle, cuando lo rompo, me encuentro el mismo oso y el mismo libro. Suelto una fuerte carcajada y empiezo a caminar hacia mi apartamento a sabiendas de que él me seguirá.

-¿Te he vendido mis regalos?

-Regalo más comisión. ¡Tachán!

-Eres un puto idiota.

-Pero, ¿te ha gustado?

Me acerco a él y le beso, sin pensar en el tiempo o en las personas de alrededor. Después sigo andando como si nada hubiera pasado.

-¡Vaya!

-Sí me ha gustado, mucho, muchas gracias.

-¿Y dónde vamos ahora?

-¿No te apetece subir a mi casa a tomar algo?-le cojo la mano.

-¿Y Maggie?

-Trabajando-me encojo de hombros.

-Joder-le oigo decir justo antes de soltarme la mano, para poder abrazarme por la cintura y darme un rápido beso en la mejilla.



Convirtámonos en leyenda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora