Los dos siguientes días pasan exactamente igual, pasando las horas muertas pensando en lo que dejaré atrás y preguntándome si hay algo que quiera hacer y que todavía no se me haya ocurrido. Preguntándome qué haría si tuviera más tiempo, si volviera a ser junio o si, sabiendo lo que ha pasado, tuviera que volver a presentarle la condición a mi madre para el matrimonio.
El primer día me lo pasé entero delante del ordenador, pensando que una de las mejores decisiones era la de empaparse de todo el conocimiento que pudiera y más sobre un mundo que no voy a volver a pisar. Descubrí costumbres españolas, francesas, inglesas, estadounidenses, australianas y japonesas; sintiéndome así más cerca de esa globalización que, en mi casa, no es más que una simple utopía. También busqué muchísimos libros que tuvieran que ver con la historia, con biografías y alguna novela que me enseñara el mundo literario en el que debemos estar moviéndonos.
Ayer, me arreglé, me miré en el espejo, me sentí fuerte, sonreí y, finalmente, salí a la calle. Dispuesta a dar un buen paseo con el propósito de disfrutar una última vez de una Dublín que, a pesar de todo, va a quedar siempre en mi corazón. Compré todos los libros que habían quedado en mi lista de pendientes sabiendo que, durante mi matrimonio, voy a disfrutar muchísimo de mis momentos de soledad junto a cada historia que tenga entre mis manos.
Lo cierto es que no fueron más que las noches las que pasé con Maggie, Alex, Sophia y Alex; saliendo a algún pub a bailar y a beber hasta que nada importaba y ya no podía dejar de reír. Nos divertimos como nunca y, entre lágrimas, prometimos que este verano sería inolvidable para todos. Porque para mí ha sido el cumplimiento de un sueño y, para ellos, la creación de anécdotas impensables.
He hecho en dos días todo aquello que olvidé al conocer a Niall. Y lo cierto es que, aunque jamás lo confesaré en voz alta, sé cierto que daría cualquier cosa por volver a lo que tuve la semana pasada y a lo que sé que ya no disfrutaré jamás.
Hoy es el último día. El día que todo cesa. El día en el que se acabará la libertad, las amistades y la burbuja. Un día lleno de llantos que no todos sabremos gestionar. Un día lleno de aventuras que nadie sabrá explicar.
Maggie me despierta tirándome agua encima, tan simpática como el día en el que la conocí. Cuando voy a quejarme, me tira un cojín en la cabeza y, antes de que pueda quejarme, me exige que me prepare y salga corriendo.
No sé ni por qué le hago caso, pero lo hago. Me meto en la ducha y en menos de quince minutos ya estoy fuera con el mejor conjunto puesto. Vistiéndome como sé que no podré vestir en el pueblo, porque ahí la modernidad es una ridiculez sin fundamento.
Me maquillo. Quiero hacerlo. Con los labios rojos y sombra de ojos dorada que me hace ver muy diferente a cómo me veré en un pueblo donde el maquillaje es sinónimo de mentira.
Me pongo tacones, porque la mujer que trabaja en el campo, no puede llevarlos, porque con suerte calza unos zapatos planos.
Luzco como no podré lucir en la vida y me molesto en sentirme guapa antes de salir.
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Convirtámonos en leyenda.
FanficDicen que las leyendas irlandesas guardan más secretos de los que parecen revelar. Hay magia, amor y esperanza en cada relato y una gran lección en cada palabra. Yo misma me críe escuchando cada historia y aprendiendo de cada punto que estas guardan...