Navidad
El frío se colaba bajo sus prendas sin ninguna contemplación. El vaho que salía de su boca se arremolinaba frente a su rostro formando graciosas figuras. Sus ojos contemplaban fijamente cada una de las ventanas de aquel lugar, antes de volver a mirar alrededor y confirmar que no había nadie cerca.
Se levantó con decisión y salió de su escondite para apresurarse a cruzar el pequeño claro, antes de llegar a la puerta que daba a la cocina de la mansión. No le costó nada forzar la entrada, para colarse al interior y agradecer lo cálido de un espacio cerrado.
Cálido, pensó, demasiado tarde. La luz de la cocina fue encendida y un sorprendido Jarvis apareció, apuntandole con un sartén.
—¿Cápitan? ¿Qué hace aquí?—Dijo Jarvis, alarmado.—Usted no tiene acceso a...
—Lo sé, sólo...—La rubia no supo cómo continuar. Bajó su mirada y se encogió de hombros.
Jarvis siguió el gesto de la rubia, y descubrió una pequeña cajita de brillante papel rojo en las manos de la soldado. Sonrió imperceptible y asintió.
Stephanie alzó su vista cuando notó que Jarvis comenzó a moverse por el lugar. Lo vio tomar un vaso y servirse agua con calma sin siquiera mirarle. Entrecerró sus ojos, siguiendo al enigmático hombre, hasta que entendió que él no había visto nada y que estaba dándole permiso a entrar. Sonrió agradecida y asintió hacia el mayordomo cuando se retiró del lugar, dejándola a oscuras de nuevo. Se quedó unos segundos tratando de ordenar sus pensamientos, sin embargo, al instante comenzó a escucharse una suave melodía. Extrañada, su cuerpo se movió por sí solo, guiada por esa música de tonos lentos y melancólicos que parecían querer perder fuerza en momentos.
Terminó en la amplia sala de estar, viendo un delgado y pequeño cuerpo encorvado sobre las teclas del elegante piano negro que estaba junto al enorme ventanal. Se quedó ahí sin saber cómo acercarse al menor que ahora sonaba las teclas de manera floja, como si no tuviera la fuerza para terminar la sinfonía que había iniciado. Tragó saliva, entendiendo el estado de ánimo del menor fluyendo a través del sonido de ese piano.
Caminó hacia él lentamente, evitando romper la extraña atmósfera que rodeaba al castaño. Se detuvo a su costado derecho, puso la pequeña cajita que traía sobre el instrumento y esperó, pero el menor ni siquiera se había volteado a verle.
—Tony.—Llamó con suavidad. Él no respondió.—¿Cómo estás?—De nuevo no hubo respuesta. Suspiró. Levantó su mano e hizo el amago por tocar su hombro, pero Tony se sacudió hacia un lado, alejándose de su toque. Stephanie estaba segura que había algo atravesandole el pecho en ese momento.—Tony... Yo...
—¿Por qué estás aquí?—Murmuró el menor, inclinándose un poco más hasta descansar su frente contra la orilla de la madera del piano mientras seguía tocando teclas de manera aleatoria.
—Bueno... Es un día importante y... Bueno, yo...—Stephanie se sintió una estúpida por estar tartamudeando delante de un adolescente; allí iba a la basura su imagen de Capitán.—Es Navidad y pensé en que podía...
—No puedes y no deberías estar aquí.—Interrumpió el menor.—Deja de buscarme. Deja de tenerme lástima.
Steph frunció el ceño.
—No te tengo lástima, Tony.—Afirmó.
—Entonces deja de culparte por lo que sea que te culpes.—Alzó la mirada y clavó sus afilados ojos en los de la soldado.—Conozco esa mirada que pones cada que me miras, como si fuera un perrito abandonado que has recogido en un día lluvioso. Lo odio. Odio que me veas así.