DOS

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No se quiere poner, ¿verdad?—le dije a papá con disgusto.

—No es eso, cielo—rebatió él con pesar—. Lo que pasa es que ha salido esta mañana y ahora está estudiando para sus recuperaciones y ha pedido que no le molestara nadie.

—Papá, lleva una semana evitándome—me quejé molesto por que me estaba mintiendo—. Le he llamado un montón de veces y no me lo coge, aún sigue enfadado, ¿verdad?

—Dale tiempo, cariño, sé que se le pasará—me explicó él—. Te echa de menos, lo sé, te acabará llamando o cogiendo el teléfono.

—Está bien—admití frustrado—. No pasa nada, lo entiendo.

Suspiré y él cambió de tema de inmediato. Me preguntó por mi curso y le expliqué todo lo quiso saber con lujo de detalles, le pregunté por todos en Vancouver y luego le aseguré que estaba bien allí. Él se quedó contento y luego colgué y llamé a Alejandra por que aquel día era su cumple, hablamos durante más de media tarde y me dijo que iba a dar una fiesta y lo mucho que le apenaba que yo no estuviera allí con ella. A mi no, no me gustaban las fiestas, y aunque me alegraba por ella, también me alegraba de no estar allí.

—Te quiero, chiquitina—le dije—. Te envié un regalo, espero que llegue a tiempo.

—Yo te quiero a ti. Seguro que el regalo me encanta y te prometo que le daré el coñazo a mi padre para que me deje ir a visitarte pronto—soltó una risita alegre y yo la acompañé.

—Eso espero—admití—. Esto te gustaría mucho.

Hablamos de cosa triviales durante un rato más y luego colgué. Me tumbé sobre la cama y me puse los auriculares del Ipod para escuchar algo de música. Me acosté en la cama y pensé en el verano que tenía por delante.

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Me vestí con una camisa de cuadros blanca y azul y unos pantalones pesqueros de tela fina. Me puse unos mocasines azules y luego me peiné el tupé hacia un lado, me perfumé con la mejor de mis fragancias y luego salí de casa, cogí el coche y fui a casa de mi prima.

—Por favor, Alejandra, no me hagas arrepentirme de esta fiesta—la previno la tía Ruth en la puerta mientras le atusaba el vuelo del vestido plateado que yo le había regalado aquella misma tarde.

Mi prima se había ondulado el pelo y se lo había colocado hacia un lado, unos mechones se colgaban por el hombro y le rozaban el brazo suavemente cada vez que movía la cabeza. Estaba realmente guapa, de no haber sido mi prima otro gallo hubiera cantado.

—Te prometo, tía, que volverá sana y salva—le aseguré mientras me alzaba sobre los talones y le daba un beso en la cara.

La tía Ruth me miró fijamente y con recelo, ella sabía lo golfo que yo podía llega a ser, pero confiaba en mí, también sabía que con la gente a la que amaba podía llegar a ser muy protector.

—Esos espero—me advirtió—. Y cuidado con la casa, no quiero que se rompa nada.

—Todo quedará impecable—Ale se despidió de su madre rápidamente para que no le diera más la tabarra y luego me agarró del brazo y tiró de mi para salir de allí.

Yo sonreí a la tía y corrimos hacia el coche. Ale hizo el amago de meterse en la parte trasera del coche, yo la detuve.

—Sube delante, no soy tu taxista—le dije mientras habría y me metía al frente del volante de mi coche nuevo.

Ella entró y miró en el coche como si buscara algo.

— ¿Y Elena?—preguntó levantando una ceja con inseguridad y cierta curiosidad.

CRÓNICAS STEIG "LIBRO DOS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora