VEINTE

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Steig estaba acostumbrado a que le obedecieran, así que no me supuso ningún esfuerzo, meter dentro de mi mochila unas cuantas prendas, y más o menos lo necesario, y salir por la puerta de la casa sin ser detenido, nadie me iba a prohibir marcharme por que como ya suponían, yo iba a obedecer la orden de mi padre acerca del castigo, sin embargo no fue así, me marché de casa. Fue un arranque de lo más adolescente y lo sé, pero tampoco tenía la intención de desaparecer para siempre, uno por que tenía diecisiete años, y dos por que Steig jamás lo iba a permitir de ninguna de las maneras. Dejé mi coche atrás y pedí un taxi, tenía intención de volver a casa de Meredith, nadie sabía que existía esa mujer salvo Alejandra, y ella ni sabía donde vivía ni sabía nada acerca de ella más que su nombre, nadie iba a buscarme en la casa de la mujer por que nadie sabía que esa mujer estaba en mi vida, pero por el coche sí que estaba seguro de que Steig me encontraría muy fácil y de momento no quería que eso pasase. Esperé al taxi unas cuantas manzanas antes de la finca y luego me subí en él y le di las indicaciones pertinentes para llegar a la calle de la señora Raydor. Ya era más de media tarde cuando el taxista aparcó en aquella calle, pero era verano, así que aún no había caído la noche.

— ¡Vaya!—exclamó la mujer al verme de nuevo en su puerta—. Voy a tener que darte una llave, te estás convirtiendo en un inquilino indeseado.

—Oh, sí que me deseas—reí yo antes de que ella se apartase de la puerta y me dejase entrar en su casa.

— ¿Y que es lo que te trae por mi casa dos horas después de haberte marchado?—ironizó ella mirando de reojo hacia la puerta de un despacho.

Solo aquella sala estaba abierta e iluminada, por lo que entendí al ver la pila llena de papeles y revistas encima de la mesa del despacho, que había estado trabajando antes de abrir la puerta.

—Mis padres se van de viaje unos días—mentí con descaro—. Así que he pensado que yo podría pasar esos días haciéndote compañía.

Me acerqué sin pudor hasta la mujer y la agarré por la cintura, mientras dejaba caer mi mochila al suelo y sonreía pícaramente.

—Lip...—recelo ella mientras me miraba fijamente y se dejaba llevar por el baile de mi cintura—. No sé si sea buena idea.

—Nadie se va a enterar—insistí—. Además, como tú has dicho esta mañana, esto no va durar para siempre y en menos de un mes yo me marcharé a la universidad, así que, ¿Por qué no aprovechar el tiempo que nos queda juntos?

Ella siguió mirándome con algo de duda en mis intenciones, pero al final suspiró y asintió con la cabeza. Yo sonreí y busqué su boca, la encontré sin demasiado esfuerzo y nos enlazamos en un beso largo y apasionado de varios minutos.

—Quiero que follemos ahora—le susurré mirando de nuevo hacia su despacho y rezando por que ella también quisiera—. Y quiero que me dejes tomar la iniciativa como el otro día.

Primero me miró fijamente sin saber que responder, pero luego asintió con la respiración acelerada por el beso y las pupilas más grandes y oscuras. Sonreí por su permiso y dejé que mi mirada se iluminara ante su concesión.

—Me gustaría probar algo—confesé—. ¿Te importa si cojo algo de ahí arriba?—señalé la escalera para dejar claro que me refería al cuarto de juegos.

Ella me miró otra vez con algo de recelo y negó con la cabeza.

—Vale—sonreí—. Vuelvo enseguida.

Había registrado minuciosamente cada cajón de aquel cuarto durante todos los días que había pasado allí, así que no me costó nada salir corriendo del salón y subir arriba, abrí el cajón que recordaba y agarré el juguete que tenía en mente. Bajé hasta debajo de nuevo y una vez frente a ella abrí mi mano y revelé las dos bolas Kegel de poli-piel rojo. Ella frunció el ceño antes de volver a mirarme con interés.

CRÓNICAS STEIG "LIBRO DOS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora