DIECINUEVE

185 19 1
                                    

"Te echo de menos", me había dicho, y había sido un primer paso, un paso muy bueno, pero me hubiera gustado que me hubiera dejado decirle lo mismo antes de colgarme. Hubiera intentando volver a llamarle si no hubiera sabido a ciencia cierta que iba a ser inútil. En vez de eso, apagué el manos libres del coche y seguí conduciendo hasta el aparcamiento de la universidad. Allí, dejé de pensar en mi hermano por un momento y salí del coche, tampoco caminé muy lejos, de hecho nada. Me apalanqué en el capó de mi coche y esperé. Había comido con la abuela y después de jurarle que estaba bien, había decidido cumplir con mis disculpas pendientes hacia Alexander. Sabía que el chico pasaría por allí tarde o temprano, de hecho, estaba seguro, por que había aparcado justo enfrente de su coche. Tampoco tuve que esperar mucho rato, él pasó delante de mí con indiferencia diez minutos después de que el sonido de la sirena anunciara el final de las clases.

—No hagas esto, por favor—me separé de mi coche y me acerqué hasta el suyo mientras él metía unas cajas en el maletero.

Alexander me miró de reojo y luego pasó de mí y cogió la caja a sus pies para ponerla en el maletero junto a la otra.

—Estás siendo muy infantil—me quejé—. Y estoy intentando disculparme.

— ¿En serio?—bufó él levantando una ceja con ironía—. Por que aún no te he escuchado decir nada parecido.

Pasé por alto su puya y suspiré sin saber como afrontar aquella situación, estaba claro que no lo estaba haciendo bien, así que decidí lanzarme de frente y esperar.

—Lo siento—solté—. Metí la pata, creí lo que no era y me comporté como un idiota.

—Me alegra que te hayas dado cuenta—respondió con sarcasmo mientras cerraba el maletero de un portazo y caminaba hasta la puerta del conductor de su coche, con la misma indiferencia por mí, que yo había mostrado por él horas antes.

—Oh, vamos—supliqué—me estoy disculpando...

—Sí, ya te he oído—el chico se metió en el coche y se dispuso a cerrarme la puerta en las narices, yo metí mi brazo y le detuve.

— ¿Puedes, por favor, dedicarme los cinco minutos que yo te he dedicado a ti, y escucharme un momento?—le pedí apenado por la situación.

—Me has dedicado cinco minutos después de acusarme de cazafortunas—me reprendió—. Has sido muy considerado.

—No sé ser de otra manera—le solté. Tuvo el efecto que esperaba y él me miró, fija y expectantemente—. Soy desconfiado, lo admito, muy desconfiado, es que en mi infancia todo el que se acercaba a Lip o a mí era por interés, para sacar algo, Lip lo entendía y sacaba provecho de la situación, pero yo nunca pude reaccionar como él, me molesta que la gente oculte sus verdaderas intenciones...

—Yo no tengo intenciones ocultas—interrumpió—. ¿Y de qué me iba a aprovechar?, tú y yo no somos nada, solo follamos, no tenemos una relación.

—Creía que éramos amigos—repuse con tristeza.

—Sí, yo también—él bajo la mirada igual de apenado que yo y ambos nos dimos un minuto para recobrar la compostura.

—Me cuesta mucho confiar en la gente—admití—. Y después de lo de Adrien..., no sé, supongo que esa desconfianza se ha agrandado. Pero te prometo que no quise hacerte daño, yo me equivoqué, no soy perfecto, también me equivoco, ¿sabes?, por favor, dame otra oportunidad, eres..., eres el único amigo que tengo, ni siquiera en Vancouver he sido capaz de hacer amigos, por favor, perdona todo lo que he dicho, por favor...

—Vaya, eso ha sonado....

—Triste y patético—afirmé—. Sí, lo sé, no soy muy sociable.

CRÓNICAS STEIG "LIBRO DOS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora