ONCE

171 19 0
                                    


Una vez pasados los prejuicios de que era lo que se hacía en aquel cuarto, la estancia no estaba tan mal. Era cálida y confortable y estaba bastante bien iluminada. Había encontrado el mando del aire acondicionado y lo había puesto después de mandarle un mensaje a papá para mentirle y decirle que había bebido un poco en un bar y que iba a dormir en el Harbour por precaución, así no tendría que volver a coger el coche y conducir los varios kilómetros hasta la casa de campo. Luego, tal y como iba, desnudo, me había tumbado sobre la cama con dosel que había en aquel sádico cuarto y una vez que se me hubo pasado el cabreo por la jugarreta de Meredith, me había quedado dormido. Ya hacía unas cuantas horas que había amanecido, y yo me había despertado muy temprano. Ahora estaba tumbado en el suelo y revisaba mis libros con atención para obligarme a estudiar un poco.

— ¿Creí haberte dicho anoche, cuando terminamos, que te fueras de mi casa?—escuché la voz molesta de la señora Raydor en la puerta del cuarto y no pude evitar sonreír.

—No, tú terminaste—mostré indiferencia mientras pasaba las hojas del libro de contabilidad—a mí no me lo permitiste.

— ¿Qué haces aún en mi casa?—pasó por alto mi reclamo y escuché el ruido de sus tacones un poco más cerca de mi espalda—. ¿Y por que estás desnudo?

—Estoy desnudo por que hace calor—respondí como si nada mientras levantaba las rodillas y las cruzaba pegadas a mi trasero—. Y no me he ido por que no quiero irme.

—Eres un crío insolente y no puedes hacer lo que te de la gana, no aquí—aseguró—. Vístete y vete de mi casa.

— ¿Por qué te comportas así?—me giré y le sonreí, pude ver como sus ojos se instalaban primero en mi pene y luego en mi cara—. Es más que evidente que yo te gusto al igual que tú me gustas a mí, y lo pasamos bien juntos, no voy a negarte que lo de los azotes no me gustó, pero tú me pones muy cachondo...

—Lip...—ronroneó ella.

—Relájate, no pasa nada—la corté—. No tienes que pensar tanto la cosas, todo puede ser muy simple, mira, yo no me voy a enamorar de ti ni tú de mí, pero mientras los dos queramos podemos pasarlo muy bien juntos, y no mientas diciendo que no quieres, por que sé que sí, me invitaste a entrar ayer, Meredith, justo cuando yo ya estaba apunto de marcharme, así que tú quieres que esté aquí.

— ¿De donde has sacado la facilidad para esa labia?—ironizó la mujer antes de romper a reír a carcajadas.

—Me viene de familia—aseguré mientras me levantaba del suelo y recogía todas mis cosas.

—Está bien, hagamos un trato—ella me miró fijamente y yo la miré con expectación—. Follaremos, te azotaré y jugaré contigo hasta que uno de los dos se canse...

—Me parece bien—admití.

—Pero—prosiguió—. Yo no suelo estar con un hombre demasiado tiempo, así que tendrás que prometer que la próxima vez que te diga que se ha acabado y que te vayas de mi casa y no vuelvas, obedecerás y me dejarás tranquila.

Dudé un segundo antes su propuesta y me pareció bien. Mi corazón era de Elena, aquella mujer solo me servía para proporcionarme buen sexo y ayuda para esclarecer el misterio de por que Alain había dejado que Adrien le embaucara en aquel mundo, aún no había entendido que era lo que tenía de fantástico que te azotasen. Así que accedí a conformarme con el tiempo impreciso que la mujer me había ofrecido, quien sabe, lo más probable era que yo me cansase de ella antes que ella de mí.

—Estoy de acuerdo—adelanté la mano imitando a mi padre cuando cerraba algún negocio apalabrado—. ¿Trato echo?

—Sí—la mujer me estrechó la mano y sonrió satisfecha.

CRÓNICAS STEIG "LIBRO DOS"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora