XII

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Contempló la ciudad, con su masiva falange de rascacielos erguidos y tiesos, como un gran ejército en posición de firmes. Aferró con fuerza el papel de la dirección y se abrió paso por entre el tráfico con actitud agresiva. Al penetrar en Manhattan mantuvo la vista al frente en todo momento, negándose incluso a mirar por el espejo retrovisor, centrado únicamente en llegar a su destino.

Para su sorpresa, descubrió un lugar de aparcamiento autorizado en la calle situada escasamente a una manzana del apartamento. Pero antes de aproximarse a éste hizo una parada en una tienda local para comprar unos cuantos comestibles. Después de eso, cargando con la bolsa y sosteniendo la llave en la mano, se encaminó hacia al hogar de Thor Odinson.

Odinson vivía en un edificio antiguo de ladrillo, de tamaño mediano, ubicado en West End Avenue. Tenía un anciano portero que le sostuvo la puerta al detective Rogers para que pasara.

- ¿A quién viene a ver? - le preguntó con una voz áspera de fumador

- Me quedo en casa de mi primo mientras hago un poco de turismo. Él está fuera - repuso él en tono jovial - Es Thor Odinson. El mejor fotógrafo que hay... - El portero sonrió

- Cuarto F - dijo

- Ya lo sé - replicó Steve sonriendo a su vez - Hasta luego

Se subió a un ascensor viejo, cerró la puerta firmemente y pulsó el cuarto piso. Vio que el portero ya se había dado la vuelta. La cabina subió lentamente dejando escapar más de un crujido, y al final, con un rebote, pareció quedar emplazada en su sitio. El detective Rogers salió con cuidado.

Para gran alivio suyo, el pasillo estaba desierto.

Enseguida encontró la puerta F, y depositó la bolsa de compras en el suelo. Cambió la llave a la mano izquierda para sacar su nueve milímetros. Escuchó unos momentos, pero no percibió ningún ruido al otro lado de la gruesa puerta negra.

Introdujo la llave en la cerradura y giró. Oyó cómo se soltaba el pestillo, y entonces empujó con fuerza.

La puerta se abrió de par en par. Steve se agachó y se metió dentro de un salto. Movió la pistola hacia arriba, todavía agachado, apuntando, dejando que el cañón del arma lo guiara. Giró a la derecha, a la izquierda, al centro, y no vio a nadie. Aguardó. No se oía nada.

Entonces se irguió y bajó la pistola. Acto seguido recuperó la bolsa de comestibles y la depositó en el suelo, dentro del apartamento. Luego cerró la puerta y echó la llave, y también puso la cadena. Entonces se volvió y, todavía empuñando la pistola, examinó de verdad el apartamento de Thor Odinson.

De pronto lo invadieron un sinfín de imágenes de un centenar de escenas de crímenes y de cadáveres ensangrentados y en estado de descomposición que había visto a lo largo de los años. Le vinieron a la memoria igual que un gran desfile de carnaval. Aquellas visiones macabras y aquellos olores pegajosos inundaron su cerebro, y por un instante llegó a pensar que allí dentro había un cadáver.

Fue entrando en todas las habitaciones de una en una, con precaución, sin soltar la pistola. Cuando por fin quedó convencido de que estaba solo, comenzó a estudiar lo que tenía alrededor. Lo primero que le chocó fue que el apartamento estaba limpio y ordenado. Todo parecía estar en su lugar. No organizado hasta el punto de resultar opresivo, sino recogido y colocado. 

No era un lugar grande. Tenía sólo un dormitorio y un cuarto de baño, una cocina pequeña provista de un espacio que servía de comedor, y un salón amplio y de forma rectangular. Una parte de dicho salón había sido transformada en un cuarto oscuro fotográfico.

The Murderer Donde viven las historias. Descúbrelo ahora