XIX

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Thor Odinson había anudado las cuerdas demasiado fuerte, y las hebras de nylon le cortaban las muñecas provocándole un intenso dolor. Tony Stark había dejado de luchar contra él, pues se había dado cuenta de que cuando tiraba o se retorcía la cuerda se resistía y le abría la piel. Intentó no hacer caso de la tensión que sentía en los brazos y conciliar el sueño, pero cuando cerraba los ojos no veía otra cosa que la rojez del sufrimiento, que resultaba imposible de eludir. Así que, pese a haber rebasado ya un límite indefinido de agotamiento físico y mental, permaneció totalmente despierto. La mordaza que tenía en la boca también le estaba causando problemas. Sólo podía respirar por la nariz, la cual él había hecho sangrar, y a cada aspiración el aire tenía que atravesar mucosa y coágulos de sangre con inmensa dificultad. Cuando él le puso la mordaza, le echó la cabeza hacia atrás violentamente y le apretó el nudo del pañuelo en la nuca sin prestar atención a lo que hacía. A continuación le puso encima de la boca una tira de cinta adhesiva gris. Dicha cinta olía a pegamento, y temió que pudiera asfixiarse, porque aquello podía matarlo; si vomitaba ahora, debido al miedo y a la confusión, podía ahogarse. Se sorprendió a sí mismo por el hecho de darse cuenta de aquel peligro, y a pesar de la nube que le provocaban las ataduras se sintió perplejo al descubrir lo mucho que había viajado, lo mucho que parecía saber a aquellas alturas. Aquel pensamiento se transformó en un miedo; experimentó una singular vulnerabilidad, al haber sobrevivido hasta aquel momento. Cerró los ojos ante la idea de que ahora él se disponía a matarlo.

Tony no sabía por qué aquella noche Thor Odinson lo había golpeado y atado, pero no le sorprendía.

Supuso que tenía algo que ver con el asesinato fallido de las dos chicas, ocurrido aquel mismo día. Pero Odinson no había actuado como tenía por costumbre; había vuelto a desahogar su rabia sin más.

En cierto modo, Tony ya se había imaginado lo que se le venía encima.

Odinson se había marchado a toda prisa del circuito de carreras con un estado de ánimo taciturno, sin pronunciar palabra, sumido en un silencio que lo asustó más que los discursos que solía soltar. La oscuridad se abatió sobre ellos, y aun así él no se detuvo hasta más allá de Nueva York, a medianoche, cerca de Bridgeport, Connecticut. Encontró alojamiento en uno de los espurios lugares de costumbre, se registró atendido por un empleado soñoliento y sin afeitar con el que apenas cruzó una palabra, y pagó la habitación, como siempre, en efectivo. Casi nada más cerrar la puerta de la habitación se abalanzó sobre él, lo abofeteó con las palmas abiertas y lo arrojó al suelo. Tony levantó las manos para esquivar los primeros golpes, pero enseguida se resignó y recibió lo que a él se le antojó propinarle. Su pasividad tal vez decepcionó a Odinson, pero casi tan rápidamente como los puños de él, le vino a la cabeza la idea de que si intentaba resistirse era posible que pasara a ocupar él, el sitio de las dos chicas. Ellas habían salido vivas de aquello, y Tony no quería pagar el pato allí mismo.

Así que se quedó tirado en el suelo sin protegerse apenas y dejó que Odinson se despachara a gusto.

La paliza fue como un espasmo, breve, aterradora pero con un fin rápido. Después Odinson lo empujó con desdén a un rincón, encajado entre las dos camas gemelas y hundidas de la habitación. No lo vio tomar la cuerda; de repente la arrojó al suelo, y Tony sintió las ataduras que lo sujetaban con fuerza y lo constreñían igual que una horrible boa. Aquello fue seguido de la violencia de la mordaza en la boca. Alzó la vista intentando verle los ojos, intentando discernir qué estaba sucediendo, pero no pudo. Odinson lo apartó con un último empujón, irritado, y salió del motel sin otra explicación que una críptica promesa:

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⏰ Última actualización: Aug 25, 2019 ⏰

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