Capitulo 25 (Final)

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Hago un esfuerzo sobrehumano para mantener el paso y no derrumbarme sobre la acera. Las cosas a mi alrededor se mueven tan rápido que siento que de un momento a otro soy consiente de los más de cien mil kilómetros por hora a los que la tierra se mueve. No escucho el sonido del auto todavía, así que con la postura de persona normal aún, me dirijo hasta la puerta de mi casa, saco la llave de mi bolsillo, y como no queriendo la meto a la cerradura.

Abro la puerta y por un momento me permito observar el interior de mi casa: la escalera que bajo a prisas todos los días, la televisión de las noticias locales por la tarde, el sillón de noches de película, la cocina de galletas y almuerzos con vestido de princesas...

Todavía no hay sonido de auto, así que no me queda de otra que entrar y cerrar la puerta tras de mí. Espero uno, dos, tres, cuatro segundos... el motor al fin cobra vida y literalmente puedo sentir a Scott yendo a casa, impotente y preocupado. Dejo salir todo el aire retenido, pero al final se me corta la exhalación y me sale un sollozo. El cuerpo entero me tiembla al fin y las rodillas me quedan tan débiles que termino sentada en el suelo, con la espalda recargada en la puerta y las manos extendidas a los lados de mis caderas.

Trato de tomar impulso para ir lo más pronto posible a mi habitación y encerrarme ahí hasta el final de las vacaciones. Cuando levanto la mirada del piso pulido y los zapatos café claro que le regalé en su cumpleaños, me doy cuenta que es un poco tarde para eso.

Aprieto los labios y hasta este momento me doy cuenta que los tengo húmedos por los mocos. Sacudo un poco la cabeza y me limpió con la manga de mi suéter. Me resigno a quedarme aquí por un buen rato, así que llevo los brazos hasta la cima de mis rodillas flexionadas y recargo la cabeza en ellos, tratando de en todo momento evitar la mirada de mi papá.

—Fue una noche muy larga —digo, esperando que sea suficiente. Me doy cuenta que no lo es cuando se inclina y termina tumbado a mi lado.

—Puedo verlo.

Pasamos unos minutos en silencio y la biología en mi cerebro hace de las suyas, pues estar tan cerca de papá activa toda esa sensibilidad y llanto contenido dentro de mí desde la fiesta de Lydia. Sin poder evitarlo los hombros comienzan a temblarme y la garganta me duele tanto que para calmarla un poco es necesario que comience a sollozar. Me ahogo entre sollozos, el cuerpo me tiembla sin control y sin sentido, la cara se me llena de toda clase de fluidos y las cienes me palpitan por las contracciones de mi cara y el calor.

Con firmeza y seguridad (como siempre lo ha hecho, y como siempre lo ha sido), mi papá me jala por el hombro para que termine de desparramarme sobre él. Le lloro sobre el pecho, le mancho la ropa de agua, y le araño los brazos cuando trato en vano de aferrarme a algo seguro. Ya no hay nada seguro.

La garganta me duele, no puedo siquiera abrir los ojos por lo hinchados que quedaron, mi cuerpo entero esta engarrotado y por más que lo trato, la mente no deja de darle vueltas a todo aquello que quiero dejar ir: la mordida de Scott, como conocí un dolor de cabeza inmediatamente después de eso, la ausencia de frío extremo en el momento que nos besamos por primera vez, su voz en mi mente, las cosas que escucho y veo y no debería poder escuchar o ver; y ahora esto: las alucinaciones, las lagunas mentales...

Un escalofrío me pone la piel de gallina. La cálida mano de papá se posiciona sobre mi brazo y lo frota un poco, como siempre ha hecho para que entre en calor. No digo ni hago nada.

—Sabes que es hora de hablarlo, de que sepas lo que has hecho.

El corazón me salta frenético. El pánico dentro de mí es casi tangible; lo siento recorrer las puntas de mis dedos, me agita los parpados involuntariamente y me cosquillea en las plantas de los pies haciendo que mis piernas tiemblen.

you should've know someone natural | scott mccall | natural#2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora