Capítulo 27. La entrega de Nampyeon

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Este capítulo contiene descripción detallada de índole sexual. Se recomienda discreción ya que debe ser leído por personas adultas.


El vuelo ha sido tranquilo y agradable Anae aún duerme pero debo despertarla ya que vamos a aterrizar. –Amor– le susurro al oído, ella abre lentamente sus hermosos ojos, me regala una tierna sonrisa dándome una ligera idea que lo que será nuestra luna de miel, le tomo la mano y puedo sentir como la mía enseguida empieza a sudar, ella me tranquiliza al darme un besos casto en mi mejilla.

Vamos camino el hotel elegido por Otto. La vista es hermosa, el atardecer se aproxima con lentitud y se refleja en la ventana del taxi. Es un espectáculo digno de apreciar ya que la pronta llegada del ocaso en el horizonte marino hace que reflejen en una paleta de mil colores, el aroma del mar mediterráneo es embriagante, Anae y yo aún estamos tomados de las manos, literalmente estoy viviendo el más hermoso sueño.

Al llegar a la recepción nos informan que la suite nupcial está esperando por nosotros, Anae y yo nos miramos tímidamente ya que sabemos el significado de aquella frase. Es una hermosa y romántica cabaña independiente rodeada por el mar, al entrar en la suite nos dimos cuenta de todo el esfuerzo y la planificación que había hecho Otto para que esta semana sea inolvidable.

–¡Dios mío!– dijimos al unísono para luego reír, procedimos a recorrer la cabaña la cual está románticamente decorada. Al abrir las cortinas se aprecia una vista sublime del mar que se pierde en el horizonte. Anae me abraza reclinando su cabeza en mi pecho, juro que mi corazón da más de mil latidos por segundo, entonces mi Anae dijo;

–Nampyeon quiero disculparme contigo por no ser tú mi primer hombre pero a su vez no cambiaría nada de lo que hemos vivido en los últimos cuatro años y estoy dispuesta a hacerlo nuevamente si tuviera la oportunidad. El haber formado una familia tan poco tradicional casándome con uno de mis mejores amigos, compartir nuestra cama y vida familiar contigo me ha hecho la mujer más feliz y amada en toda la tierra– le oí decir a mi hermosa esposa.

–Como tu amada esposa espero con inmensa ilusión esta nueva etapa de nuestras vidas, juro por Dios y por este hermoso sol se está ocultando en el horizonte que haré todo lo que esté en mis manos y en mi corazón para nunca defraudarte como esposa ya que tengo un amor inmenso por ti– continuó diciendo mi hermosa Anae con la voz más sincera que he escucha jamás, para luego proseguir en su declaración de amor.

–Es un amor puro que casi no cabe en mi corazón– me dijo Anae aferrándose cariñosamente a mi cintura, –es un amor que está en mis labios– mientras ella une suavemente nuestros labios, –es un amor digno de una mujer a un hombre– juró intensificando el beso, –es un amor que espero que mi cuerpo pueda hacerte entender que no estoy aquí por obligación sino por elección propia– buscó mi mirada para perderse en mis ojos. Para este momento juré ante mi esposa que esas palabras las tomo como sus votos matrimoniales.

–¡Oh mi amada Anae! me estas volviendo loco de amor y me haces ser el hombre más feliz de la tierra al escucharte decir todo esto. Debo confesarte que mi amor por ti es algo sagrado, también es mi elección o mejor dicho mi más deseado anhelo estar hoy frente a ti como tú esposo, le pido a Dios, que tú logres sentir todo mi amor y se quede tallado en tu corazón al igual que en tu alma hasta el final de nuestra existencia– expresé de una voz segura y llena de sinceridad de tal manera que mi Anae tome mis palabras como votos matrimoniales.

Acaricié su espalda desde su cuello hasta llegar a la altura de sus caderas la acerqué de una forma varonil y posesiva más hacia mí, ella se dejó llevar subió sus piernas a mi cintura, ambos reímos entre dientes aún sin terminar el besos intenso que estamos disfrutado. Sin pensarlo dos veces ella me aflojó la corbata lentamente haciendo que soltará un pequeño gemido lleno de excitación, avancé en dirección a la cama chocando con el ventanal con vista al mediterráneo allí recosté suavemente la espalda de Anae profundicé el beso, entré en su boca perdiéndome en ella, ambas lenguas inician una danza magistral primero con delicadeza para luego hacerlo cada vez más sensualmente.

Aún está ella entre el ventanal y mi embriagador, procedió a quitar cada botón de la mi camisa mientras exploraba desesperada mi pecho, cuando logró deshacerse de la camisa la dejó cae a mis pies.

La deposité con delicadeza de espalda a la cama, me acosté a su lado, pedí permiso con la mirada para proceder a desvestirla lentamente, sé que a ella le pareció una eternidad sin embargo se concentró en memorizar cada reacción de mi rostro y así disfrutar de la experiencia que mis manos le brindaban al sentirla sólo en ropa íntima; no era la primera vez que la veía casi desnuda pero si la primera vez que ella era desvestida por mí. Debo reconocer que estamos desesperados para fundimos un solo ser; en unión perfecta de cuerpos y almas.

Recorrí con mis manos y vista el hermoso y sensual cuerpo de mi esposa, mi Anae, cada rincón fue una experiencia que sobrepasó mis expectativas produciendo una respuesta en mí; la cual se reflejó en mi erección. Como replica a mi tacto ella se apoyó sobre sus codos buscando juntar nuestros labios, el beso inició una danza magistral, sentir las delicadas manos de Anae desvistiéndome me dio la sensación que el tiempo desapareció, me estremecí al darme cuenta que sólo nos cubrían la ropa intina en espera de dejar aflorar nuestras emociones, sensaciones y deseos sexuales hasta el amanecer.

Rompí el beso para solicitar permiso, con la mirada, a mi amada y así poder retírale el hermoso conjunto bordado que escasamente cubría su perfecto cuerpo, ella mantuvo la mirada diciéndome que nunca dudara de su entrega, ya no hay nada más sagrado para ella, como mi esposa, que entregarse plenamente a mí para consagrar nuestro matrimonio como prueba de su amor.

Subí las manos hacia los hombros de Anae bajándole los ligeros del brasear mientras no paraba de besarle cuello disfrutando del exquisito aroma que emanaba de ella, reclinó su cabeza para darme más acceso indicándome que esa era una de sus zonas erógenas. Su espalda se arqueó cuando sintió como el calor de mis manos forraban por completo sus pechos dejando salir un gemido profundo de su garganta sonido que definitivamente me pareció maravilloso ya que me daba pie para continuar, acerqué mis labios a los erectos pezones rosados con una fuerza de atracción mayor que la gravedad me deleité cubriéndolos con largos besos y suaves mordiscos; carisias que mi Anae festejó con varios gemidos mientras me acariciaba la cabeza invitándome a acercarme más a ella. Volví a colocar mis manos en esas dos hermosas montañas para bajar suave y lentamente hacia el tesoro que ella guardaba entre sus temblorosas piernas.

Me ubiqué arrodillado justo al borde de la cama halándola con firmeza hacia mí de tal manera que pudiera admirar la entrepierna de mi amada. Sin dudarlo besé sus muslos haciéndola estremecer gimiendo cada vez más me aproximaba a su entrada, ya húmeda, nuevamente ella se apoyó sobre sus codos para disfrutar de la invasión mis dedos en su centro de mujer invitándola a pronunciar mi nombre.

Cuando tuve la plena certeza que Anae estaba lista la embestí con fuerza de una estocada y de una forma tan varonil queriendo borrar toda experiencia o entrega sexual experimentada por ella, su cuerpo se estremeció y gritó de placer gimiendo deliraba pronunciando mi nombre. Me sentía en la gloria, no estaba dispuesto a salir de ella tan rápidamente así que intensifiqué cada vez más mis embestidas hasta hacer que Anae enloqueciera de placer y tallara mi amor en su interior.

Aproveché su descontrol para cambiar de posición colocándola a horcajadas sombre mí, permitiendo que ella se moviera a su ritmo, y así tomara el control del momento, ella buscó mis labios moviéndome más a ella de tal forma de quedar ambos sentados frente a frente, apoyé mis manos en sus caderas para profundizar los movimientos y las embestidas, solté el beso para morder los ya rojos pezones, cuando noté que ella había alcanzado su orgasmo y volví a cambiarla de posición quedando sobre ella sujetándole ambas manos sobre su delicada cabeza e inicié un sinfín de embestidas cada vez más violentas, profundas y prolongadas permitiendo que ambos nos viniéramos juntos gritando nuestros nombres entre gemidos y besos, ambos estábamos consciente de mi imperiosa necesidad de marcarla interiormente, marca que Anae estaba dispuesta aceptar, para luego caer exhausto uno al lado del otro. Sin embargo, a pesar del cansancio apoyé con delicadeza su cabeza en mi pecho desnudo y sudado, así permanecimos hasta que los rayos del sol nos despertaron al pasar por el ventanal.     

DOBLEMENTE CASADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora