Pendejos de camino a Sierra nevada

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Ya había llegado la hora acordada, y hacía una noche magnífica, templada, ni calor ni frío, con una suave brisa veraniega y una luna que brillaba semejante a un medallón de plata en el firmamento. En el cielo, se plasmaban una grandiosa cantidad de estrellas que acompañarían a nuestros protagonistas a Sierra Nevada. Mientras estaban yendo todos a por la furgoneta situada en un garaje justo en frente de un restaurante llamado La Parada.

Estaban todos allí, sentados esperando. ¿A quién? Pues a las dos únicas que les da pereza levantarse un viernes temprano a las 5:30 de la mañana a Ainoa y a Mireia. Ya casi eran menos cuarto y aún no habían llegado. Jaime estaba de mal humor.

-Estas dos no vienen, les pesa el coño o que.

-Vamos, Jaime, seguramente vengan en nada-. Trató de calmarlo Braulio

Sara también estaba molesta.

-Ya, pero es que siempre hacen igual-. Dijo con un resoplido.

Siguieron esperando un rato más, y por fin las vieron. Jaime se puso a dar voces cual verdulero a las 5:40 en la madrugada.

-¡¡¡¡AINOOOOA!!!! ¡¡¡¡MIREEEEEEEEIA!!!!-. Gritó el pendejo-. ¡¡Vamos coño!!

Las dos empezaron a correr hacia nosotros riéndose.

-¡Ya vamos! -dijo Mireia cansada

-¡¡Más rápido!! -exigió José María que también tenía ganas de salir a la acampada.

Una vez que llegaron cansadas y resoplando, Jaime y Sara pusieron las mochilas de cada una en el maletero de la furgoneta.

-Ah ah, perdonad, es que el despertador nos sonó tarde -se trató de excusar Mireia.

-Ya, claro, os ha sonado pero os pesaba el coño y os habéis quedado dormidas -les refutó Jaime.

-Oh Dios mío, ¿cómo lo supo?

-Porque lo he hecho demasiadas veces, querida.

Todos rieron, era tal cual había pasado, las dos pendejas de Ainoa y Mireia se habían quedado bien dormidas.

-Bueno, pues ya es hora de partir, ¿no, gente? -dijo Jaime frotándose las manos como un camionero.

-Sí, vamos a la furgoneta -dijo José María.

Cuando se iban a montar todos, oyen una voz a lo lejos, pensaban que era una señora por haber gritado como idiotas a las 5:40. Pero no, sonaba una voz de una chica joven y que se hacía familiar al oído de todos.

-¡¡Chicos, esperad!! ¡¡¡Que me han dejado ir!!! -gritó la chica desde el fondo.

-Hala, estábamos pocos y parió la abuela -dijo Jaime algo inconforme.

En seguida todos la reconocieron, era Miriam corriendo con una mochila enorme casi más alta que ella, con una botas de montaña y toda estúpida por la acera que antes de subir a ella, se tropezó con el bordillo y por culpa del peso de la mochila y su propia estupidez cayó al suelo cual teletubbie. En ese momento, como cada vez que se cae algún amigo al suelo, estaban dos clases de personas, los mejores amigos que se reían de la semejante ostia y los amigos a secas que la ayudaban.

-¡¡¡JAAAAAA!!! Eso te pasa por gilipollas-. Se rió José María, con una clara muestra de empatía

-Ey, Miriam, ¿estás bien?-.

Pero Miriam seguía en el suelo, no llorando, partiéndose el culo. Así que todos se rieron de ella. Ya una vez más tranquilos en la furgoneta, pudieron hablar mejor

La Acampada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora