Más allá del cielo

196 9 0
                                    

A principios de la mañana todo era paz y armonía. Mi hermanito Nicolas y yo dormíamos tranquilos mientras que mama trabajaba. Papa estaba afuera, hablando con un vecino de su nuevo trabajo.

Cuando desperté el mundo ya había despertado. Un atentado había sido llevado a cabo y a raíz de este la nación respondió con una amenaza. Pero por la tarde un impacto se escucho y la noticia se confirmo: Habíamos entrado en guerra.

Como yo era mayor tome lugar en un hospital ayudando desde mi lugar. Era eso o combatir, pero ambas me alejarían de  mi ciudad. Nico solo tenía meses pero mama lo cuidaría bien mientras papa trabajaría.

Días después me mandaron a un refugio de heridos en los que quienes ingresaban debían ser atendidos inmediatamente. En pocos días logre ver pasar ante mis ojos la muerte, el odio, la enfermedad, la hambruna, en fin: todo lo que la guerra significaba. Y no pude controlarme. Por las noches no dormía, cuando comía sentía culpa y cuando no lo hacía trataba de culpar a la guerra de la hambruna.

Vi a mis amistades perder parte de su vida ante mis ojos y a otros los vi no regresar vivos siquiera. Solo rezaba cada día por que la guerra se terminara.

Dentro del hospital conocí a Azul. Su trabajo era el mismo que el mío. Era voluntaria y sufría cada segundo como yo. Un día nos sentamos a tomar chocolate caliente juntos y le hable de lo que había dejado atrás. Y aunque creía que ella no extrañaba, me confesó que cada tanto no puede dejar de llorar, angustiada por todo lo que vivíamos.

Cada día se hacía más largo y si no hubiera estado azul para hacerlo más llevadero no sé si hubiera resistido tantos años.

Fue recién cuando pasaron cuatro años que todo cambio. El cuarto batallón había sido derrotado por lo que las bajas y prisioneros habían dejado al país en desventaja. Entonces me enviaron a combatir y me hicieron una promesa: Si mi batallón ganaba cinco batallas, me dejarían ir a casa por navidad.

El día que me fui, Azul me saludo desde fuera de la ventana del coche y yo hice lo mismo deseándole suerte, ya que ella se quedaría ahí.

Estábamos a la delantera de la ofensiva. Cualquiera se hubiera desesperanzado, pero ganamos tres batallas para junio y lo único en que podía pensar era en volver a casa. Nos relevábamos cada noche para descansar, ya que éramos los más atacados, pero cuando tocaba mi turno de descansar, simplemente no podía dormir. Ya no me atormentaban las imágenes de gente amputada. NO. Ahora era el enemigo. Cada victoria significaba una familia destruida del otro lado y tal vez injustamente. Pero si me detenía en eso, jamás lograría volver a casa, por lo que desviaba mi pensamiento lo más rápido que podía.

El veintidós de Diciembre un coche me esperaba afuera del campamento mientras hablaba con mi oficial

-Vuelva a casa soldado. El veinticinco por la noche volveremos a batallar. Sea puntual

-Así va a ser señor- respondí obedeciendo

El camino se me hizo eterno a pesar de que solo fueron un par de horas. Cuando por fin el coche se detuvo, me baje y me quede viendo el frente de mi casa atónito. En cuando golpee la puerta fue cuestión de tiempo hasta que un nene de unos cinco años abriera la puerta y me mirara como a alguien que se cruzo en la calle. Y yo tantas noches soñando con volverlo a ver. En cuanto noto mi uniforme se acerco y me abrazo fuerte. El resto de la tarde jugamos juntos en el jardín de casa

El veinticuatro a la noche me senté junto a él en la mesa

-¿Qué le pediste a papa Noel Nico?

-Es un secreto, no te voy a decir

-Dale decime, quiero saber.

-No, pero te voy a dar una pista- y cuando lo dijo se puso a dibujar lo que parecía un pájaro en la servilleta que estaba junto a mi plato.

-Bueno. Qué raro deseo pero espero que te lo traiga- dije un poco extrañado

-Eso espero.

La noche transcurrió en calma y mientras la familia comía helado, yo esperaba afuera las fiestas de luces. Finalmente se hicieron las doce y mientras todos brindaban, los fuegos artificiales comenzaron. Mi corazón latía a mil por hora mientras con cada ruido mis oídos sufrían porque mi mente estaba más allá del cielo, en el campo de batalla.

Un rato después, Nicolas se acerco y me tomo de la mano tímidamente

-¿Alguna vez viste a papa Noel?

-No, pero todos lo conocen. Seguramente lo habrán visto

-Cuando sea grande me gustaría ser como él. ¿Vendrías a vivir conmigo al polo norte?

-Hace un poco de frio ahí, pero yo te acompañaría. Te lo prometo

-Gracias. Es lo que más quiero

Esa noche durmió conmigo como cuando era bebe, esperando al otro día  por papa Noel.

Durante la mañana del veinticinco de Diciembre, Nicolas se levanto temprano pero no fue hacia el árbol sino que prendió el tele y esperando el noticiero de las ocho, se sentó frente a él. Me levante detrás de él y lo mire mientras se acomodaba.

Unos minutos después las lágrimas caían de mis ojos al ver lo que decía: La guerra había terminado.

-¡Papa Noel existe!- grito Nicolas mientras que a su pájaro de servilleta le escribía “Paz” a un lado.

Relatos, historias cortas y prosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora