Capítulo 5: Un chico de campo

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Llevaban dos días peinando las calles de los suburbios de New York en busca de un Golden Retriever y de Mike. La idea era simple: el perro no tenía "superpoderes", no era tan fácil que se les escapara. Pero había vuelto a empezar a llover y, ante la falta de resultados, sus ánimos decayeron.

- Señor, esto no está dando resultado. - dijo Arthur - Tiene usted razón en que será más fácil encontrar a Mike si buscamos al perro que lo acompaña, pero este no es el método. 

- Es verdad, estamos buscando una aguja en un pajar. - contestó Charles.

Paró el coche en medio de la calle. Total, a nadie de aquellos barrios le importaría.

- Demasiados perros abandonados y demasiados lugares para esconderse en esta ciudad. - reflexionó el inspector - Ha sido absurdo pensar que lo encontraríamos por aquí, escondido. No es un maleante cualquiera. 

- ¿Qué haremos ahora, inspector?

El inspector estaba cansado. El día anterior se habían pateado media ciudad buscando a Mike, y aunque hoy habían cogido el coche, la búsqueda era igual de agotadora. Echó un vistazo a su reloj.

- Es tarde, lo dejaremos por hoy.

Charles arrancó de nuevo el coche. Después de varios minutos de trayecto, al ver que el inspector cambiaba de dirección y no se dirigía a la comisaría, Arthur preguntó a donde iban.

- A mi casa.

- ¿Entonces le parece bien que vaya a cenar con su familia? - preguntó sonriente.

- No, pero no voy a permitir que tires el trabajo de Rhonda a la basura. Tengo entendido que estaba haciendo sus mejores platos.

- ¿Para mí? - preguntó extrañado pero todavía sonriente - Eso no es necesario, me conformo con cualquier cosa.

- Eso le dije yo, pero es una mujer tozuda.

La casa estaba en las afueras de la ciudad. Cuando llegaron, Charles aparcó su coche en el garaje, guió a Arthur hasta la entrada y abrió la puerta.

- Y esta es mi casa. - dijo.

Arthur la examinó de arriba a abajo y, aunque no lo dijo, debió de gustarle porque sonrió. No era gran cosa y desde luego no tenía muchas de las nuevas tecnologías, pero era acogedora y realmente daba una sensación de hogar, en el mejor de los sentidos de la palabra. Scarlett y Rhonda fueron a saludarlo (a Arthur, a Charles no le hicieron ni caso).

- ¡Pasa, pasa! ¡No te quedes en la puerta con lo que llueve! - dijo Rhonda - La cena estará lista en un santiamén.

- Permítame ayudar, no quisiera causar más molestias de las que ya he causado. - dijo el chico.

- No, para nada, tú siéntate por ahí con mi marido y hablad de vuestras cosas.

La verdad es que probablemente aquello fuera lo que menos le apeteciera a cualquiera de los dos. 

- Insisto.

Finalmente, Rhonda accedió a que colaborase en la cocina mientras Scarlett ponía la mesa. Charles estaba muy cansado y aquel era uno de esos días en los que tanto le dolía la espalda por el mal tiempo, así que fue a sentarse al sofá.

- Hola. - saludó Rachel al entrar alegremente por la puerta.

- Hola. - respondió su padre desde el sofá - ¿Tú por aquí?

Rachel fue junto a su padre y se sentó en el brazo del sofá.

- Os echaba de menos. - bromeó.

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