Ave Fénix

Ama - Parte I

Recomendación Musical: "A Light Within" – Nick Murray

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El Sol resplandecía de una forma que no resultaba incómodo al contacto con la piel. Varios niños corrían y brincaban dentro del área de juegos con el que contaba el edificio, mientras sus padres los observaban desde las bancas o por las ventanas de sus departamentos. Todo era paz y tranquilidad, a excepción del apartamento ciento siete; las voces y pasos no cesaban dentro del décimo piso, y el elevador no paraba de subir y bajar desde ese piso hasta la planta baja.

Los niños que jugaban en los columpios ya reconocían los rostros de los dos varones que metían cajas dentro de aquel vehículo azul-rey. No sería una imagen extraña si ellos no estuviesen vestidos elegantemente: el rubio vestía de pantalón caqui (dejó su saco, del mismo color, dentro del departamento dado el calor que tenía), camisa blanca, corbata roja y zapatos marrones; por su parte, el de anteojos portaba un pantalón de vestir gris-oscuro y una corbata del mismo tono, una camisa blanca, un chaleco azul-rey y zapatos negro (de la misma forma que el mayor, dejó su saco negro). Después de acomodar la décima caja en la cajuela del auto, el oji-marrón cerró la cajuela y le colocó seguro al auto.

Antes de regresar al departamento, suspiraron con pesadez. Levantaron su mirada hacia el décimo piso y dudaron en querer llegar rápido. Porque podían seguir bajando cajas, pero era un reto total entrar en aquel hogar.

Dentro del lugar, era un enorme caos: todo el departamento estaba desordenado. Si alguien entrara, lo primero que vería sería montos de ropa sobre toda la sala (en especial sobre los sillones y televisor), montañas de trastes sucios descansaban en el lavaplatos y sartenes yacían en el resto de la cocina, el comedor estaba invadido por sacos y chamarras, el balcón tenía ropa que todavía no se secaba, los cuartos y baños..., a decir verdad, el resto del departamento estaba en orden en comparación con los cuartos y los baños.

Trauern, ya de tres años y un mes, encontró refugio en el cuarto de lavado, pues no quería cruzar camino con sus dueñas. Colocó sus patas sobre sus orejas al escuchar los pasos de alguien acercándose, pero se relajó en cuanto estos se alejaron. Alexandra encontró su bolso de cosméticos bajo una montaña de blusas. Sin pensarlo dos veces, vació todo sobre la mesa de centro y soltó un grito de victoria en cuanto sostuvo su "juego de sombras".

―¡Lo encontré, Masae! ―gritó y se dirigió a uno de los baños― ¡No temas que tengo el color perfecto!

―¡Muchas gracias, Alex! ―una mano salió por la apertura que se hizo entre la puerta y el marco, y metió el estuche antes de volver a encerrarse― ¡Eres la mejor, me has salvado!

―¡Alex! ―una segunda voz chilló desde la habitación de la menor de las hermanas García― ¡No me voy a poner este labial! ¡Es demasiado intenso, voy a parecer pitahaya!

―¡Pues usa uno más natural!

―¡Se me terminó!

―¡Imposible! ―caminó de regreso a donde todos sus cosméticos estaban― ¡No temas, hermanita! ¡Hace poco compré uno indeleble...! ¡Ajá! ―al mismo tiempo que la puerta de entrada se abría, corrió de vuelta hacia el cuarto de su hermana― Ten, Kat, te lo regalo.

―¡Te amo, Alex, eres mi hermana favorita!

―¡Muy graciosa! ―volvió hacia la sala― ¡Soy tu única hermana!

―¿¡Qué pasó con Tai-chan y Tatsu-chan!?

―¡Katomi! ―Yūgana rugió desde el baño― ¡Cállate y apúrate!

Alexandra rio por el insulto que soltó Katomi. Se encontró con Midorima y Wakamatsu enfrente del corredor, por lo que se dirigió a su pequeña bodega. Extrajo las últimas dos cajas y le tendió una a cada varón, quienes sólo asintieron, antes de salir del departamento. En cuanto los dos varones desaparecieron, la oji-esmeralda se sorprendió por el extraño silencio que se presenció en su hogar. Ya se había acostumbrado a escuchar gritos por seis horas. Con una sonrisa en sus labios, empezó a recoger todos sus cosméticos y a doblar lo poco de ropa que le alcanzó hasta que los dos chicos regresaron.