Vuela Parte I

167 15 0
                                    

Recomendación Musical: "When Reality Breaks" – Kári Sigurðsson

| ~ | ~ | ~ | ~ | ~ |

Akuma huyó ante la presencia de los dos policías. Fue sólo cuestión de suerte (para ellas) que no las hubieran atrapado. Corrieron lejos de la cancha, no sin antes mandarle una mirada fría. Katomi vio cómo desaparecían de su campo de visión. No sabía si alegrarse por haberse librado de esas bestias o preocuparse porque dudaba que fuera lo último que vería de ellas.

―¿Te encuentras bien? ―una voz masculina cuestionó.

Katomi por fin alejó la mirada de la calle. Alzó su mirada hacia los uniformados. Mientras el más alto y delgado caminaba alrededor de la cancha, el robusto y bajo le sonreía de lado. Ella entrecerró los ojos no por haber olvidado sus anteojos, sino porque el rostro de aquel extranjero le parecía conocido. Cuando llevó su atención hacia el bigote corto que tenía, abrió sus párpados en sorpresa.

―¿¡M-Mario!?

―Sabía que se trataba de ti, Katomi ―exclamó Hernández tras reír un poco―. Qué sorpresa encontrarte aquí, después de tantos años. ¿Fue verdad que regresaste a América para terminar tus estudios? Cuando Atsushi me visitó por última vez, fue lo que dijo.

―Sí ―respondió tras unos segundos―. Pero, ¿qué ha sido de ti? Atsu-chan me contó que tu restaurante cerró. ¿Por qué?

―No fueron tiempos fáciles. Eran contados los clientes que tenía. Al parecer, el sabor de mi tierra se hizo menos popular hasta el punto que mi lugar se olvidó por completo. Tuve que venderlo, aunque eso no me ayudó demasiado. Perdí todo y terminé un tiempo en la calle. Pero ―cuando el otro policía se detuvo a un lado de Mario, éste entrelazó su brazo alrededor de su cuello y lo trajo hacia sí―, me encontré con este buen amigo, Luigi, y me ayudó a sobrevivir por los callejones. Fue hasta hace unos meses ―exclamó al cabo de soltar el cuello de su compañero y recobrar un poco el aliento―, que empezamos como policías al ayudar a éstos japoneses a detener unos maleantes. Nada peligroso, pero eso nos dio un techo y las tres comidas al día.

―Me imagino que estás agradecido ―opinó ella con una sonrisa en sus labios al escuchar una pausa.

―Como no tienes idea ―intervino Luigi―. La vida en las calles no es un juego: nunca sabrás si al día siguiente volverás a ver la luz del día ―cuando silenció, bajó su mirada hacia Katomi, quien también le observaba―. Mario me contó mucho sobre la chica americana que destruyó por completo su restaurante al invitar a unos japoneses arcoíris muy sensibles al picante..., me honra conocerte por fin..., claro, no en estas circunstancias.

―Cierto ―Mario retomó la atención de la fémina―. Perdona la vista de un par de ancianos, pero no pudimos distinguir lo que esas te hacían. Parecía que te golpeaban las piernas, lo que se nos hizo raro. Sin embargo, se llevaron un par de muletas, ¿no? Katomi, ¿qué te hacían?

La peli-naranja mantuvo su mirada en la del par de hombres, pero su mente voló por otras partes. Se maldijo internamente por no haber reaccionado lo suficientemente rápido para detener a Hosoku de llevarse sus muletas. Genial, pensó, era una parapléjica sin bastones ni sillas de ruedas. La única opción que tenía era que ambos la llevaran a su casa, donde (después de una larga explicación y mucha suerte para que su hermana no se enojara o preocupara a mares), tomaría su silla de ruedas como nuevo transporte.

―De hecho, yo... ¡ah!

Por instinto humano, no policial, Mario y Luigi se hicieron hacia atrás. Intercambiaron miradas, así como compartieron un pensamiento de llamar a una ambulancia al ver cómo la chica se aferraba del rejado, mientras su trasero seguía en el concreto. Les pareció como si intentara levantarse aún sin poner un pie en el suelo.

Ave FénixWhere stories live. Discover now