Entrevista

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En su novela El pasado, el contenido autobiográfico está presente, algo reprimido deliberadamente en su obra anterior. ¿Qué le ha dejado este ejercicio? 

Algunas perplejidades risueñas. Por ejemplo, que los momentos de máxima sinceridad pueden ser los momentos de máxima impostura, y que a menudo la invención más desenfrenada es el camino más corto hacia la verdad. Lo autobiográfico nunca preexiste a la literatura: es un efecto de la literatura. Si no hubiera escrito El pasado, muchas de las cosas de mi vida que aparecen en la novela jamás habrían sido repatriadas. Fue la novela, literalmente, la que las recordó. 

Al escuchar esto, Santiago quiso citar a Javier Cercas en una entrevista sobre Soldados de Salamina que había leído en un diario español: «Todas las novelas son autobiográficas. A algunos puede parecerles un ejercicio de narcisismo, pero sólo es un recurso. Como dice Vargas Llosa, escribir un libro es como un striptease pero al revés. Empiezas desnudo y te vas cubriendo, enmascarando, hasta hacerte irreconocible. La máscara esconde, pero también revela, dice quién eres». Pero Santiago pensó que entraría en una discusión sin sentido, poco fructífera, que nada aportaría al lector, así que desistió de hablar con Pauls sobre ese tema y preguntó sobre otras cosas igual de inútiles y vacías. 

Al dejar el lobby del hotel, Santiago tuvo ganas de ir por un par de tragos. Llamaría a la chica con la que había dormido el fin de semana pasado, mataría el tiempo con esa bella pelirroja; además, esa mujer siempre tenía cosas interesantes que decir, con su inteligencia fría y su hábil manejo del lenguaje… Pero cuando se enfrentó con el tráfico de la ciudad, las ganas de beber y de acostarse con la mujer pelirroja se esfumaron de la mente de Santiago, y lo único que pasó por su cabeza fue llegar a casa para cenar y leer. 

Santiago había entrevistado a Alan Pauls sin leer por completo El pasado, y es que la sola idea lo había llenado de pánico; de alguna manera, «leer el pasado» no era cosa que pudiera hacerse todos los días. Se necesita disposición a enfrentar el dolor que provoca la memoria, sea por la felicidad pasada que se ha perdido sin saber por qué, sea por los traumas del pasado que determinan la infelicidad del presente o la imposibilidad de alcanzarla alguna vez. De cualquier forma, Santiago no había leído El pasado, y el día que lo intentó dividió su atención entre tres autores, John Cheever, Sam Shepard y Raymond Carver, pues le habían traído unos buenos libros del extranjero; alguna mujer se los había obsequiado, aunque no recordaba con precisión quién había sido. 

Ahora, al ver publicada su entrevista con Pauls, la frase que antes le atemorizaba le parecía cómica, y mientras recordaba aquella ocasión, estuvo a punto de carcajearse varias veces. Sobre todo cuando leyó: «Una vez terminado El pasado» o «Mientras escribía El pasado». El lenguaje, visto sin solemnidad, era las más de las veces ridículo. 

Aquel día de la entrevista con Pauls, tan pronto llegó a casa, después de dos horas de manejar a vuelta de rueda por toda la ciudad, Santiago se quedó dormido, no tuvo tiempo ni de desvestirse, sólo apagó el celular y desconectó el teléfono de casa, pero para qué, nadie sabía que vivía ahí, sólo su madre, y ella no llamaría ya, estaba harta de tener un hijo que sólo quería desaparecer. De cualquier forma, ese día, como en los últimos meses de ese año, no quiso saber nada de nadie. Era primavera y Santiago no sabía que, una vez llegado el invierno, moriría.

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