La antinovela

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En la portada de una revista hay un llamado a una nota de interiores y dice lo siguiente: «En Elizabeth Costello, el más reciente libro del escritor sudafricano y Premio Nobel 2003, John Maxwell Coetzee ofrece una serie de textos más similares a ensayos filosóficos que a capítulos de una novela, más parecidos a opiniones personales que a mera ficción». 

Cuando Santiago releyó la nota publicada no se sintió satisfecho, sabía que algo no había comprendido bien del libro de Coetzee, que una cuestión fundamental para la comprensión cabal del libro se había escapado a su inteligencia, y eso lo frustraba. ¿Cómo se había atrevido a escribir y publicar lo que ahora leía? 

La respuesta era muy sencilla: Santiago no sabía lo que era vivir, todo su sufrimiento había sido siempre superficial, y por lo tanto era incapaz de comprender cualquier libro a profundidad, aunque se empeñara en leerlos para entender algo de la vida en general y de la suya propia. Este malestar lo acompañaría toda la vida y sería el motor que lo llevaría a dejar que sus cuadernos acumularan polvo durante meses y años, aunque la misma insatisfacción lo haría regresar una y otra vez a ellos. Siempre sin hallar respuesta distinta: Santiago sabía que, simplemente, era un mediocre, un incapaz, un cobarde. 

Sin embargo, con el tiempo ocurriría algo extraño. Santiago publicó La antinovela de Coetzee el 17 de octubre de 2004, murió en el invierno del mismo año, y al año siguiente, durante la primavera, apareció el artículo «Diana Abott: una lección», que retomaría las mismas ideas manejadas por Santiago en su Antinovela, pero llevadas a buen término y «positivamente». La ficha sobre el autor de este texto y que incluyó la revista que lo publicó en México dice lo siguiente: 

BENJAMIN KUNKEL 

«Nació en California, Estados Unidos, en 1974, y vive entre Nueva York y Buenos Aires. Debutó exitosamente en 2005 con su novela, Indecision (2005), de próxima aparición en español. Es editor de la notable revista neoyorquina n+1, de donde tomamos, con su autorización, este imaginativo ensayo». 

Era verdad, el ensayo era «imaginativo», y es probable que, de haberlo leído, Santiago no habría pensado tan mal de sí mismo. Desafortunadamente, ya era tarde para que supiera que no sólo él era incapaz de comprender cualquier libro, sino muchos otros más, y eso no tenía nada de malo. De hecho, podría ser lo más normal. Las personas escriben sobre libros porque no los entienden. Así, a la distancia, hasta parece obvio, pero a Santiago, en su momento, le causó una depresión bastante significativa que, es probable, lo haya orillado a dejarse morir. Del texto de Kunkel destacamos lo siguiente: 

«Preparándose para la reseña de un libro que debe escribir —mil palabras, para uno de los suplementos más grandes del domingo— se ha sumergido de nuevo en el trabajo de J. M. Coetzee, el novelista sudafricano, y se le ha metido bajo la piel». 

Es curioso, según Algunas cosas sobre mí y otras historias, mientras pudo leerlo, el sudafricano se le metió en la piel a Santiago y, de hecho, parece que lo motivó a iniciar su Algunas cosas sobre mí y otras historias. Así, Coetzee era el culpable de que Santiago se diera cuenta de lo miserable que había sido su vida. Sí, él lo había motivado a escribir todo esto. Él era culpable. 

«Qué extraño que ella y Coetzee se hayan vuelto tan íntimos cuando ella ni siquiera está tan segura de cómo se pronuncia su nombre. ¿Es kot-zi-ah o más como kout-zi? Kout-zi, se dice a sí misma, considerando esto erróneo pero también más pretencioso». 

También era cierto, Santiago escribió sobre un autor sin tener certeza alguna sobre la pronunciación de su apellido. ¿Y no era esto vergonzoso? No se sabe, no importa ya a estas alturas. Muchas cosas se dan así en el periodismo. Se habla de cosas de las que no se sabe ni el nombre. También pasa en la literatura. También en la vida. 

El libro de SantiagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora