El libro de Santiago

Otra conversación

—Hola, soy yo. 

—Cómo estás. 

—Bien, madre, ¿y ustedes? 

—Bien, ya sabes, ¿qué pasó? 

—¿Ya viste las páginas de sociales? 

—Sí. 

—Y qué tal. ¿Qué opinas? 

—Pues que está bien, hijo, a mí me da mucho gusto. 

—Sí, se ve bien, ¿verdad? 

—Pues sí, preciosa, como siempre, y tú, muy guapo. 

—Me refiero a que se ve feliz. 

—Bueno, hijo, es una foto y las fotos siempre son mentirosas. 

—Sí, lo sé. 

—Pero lo importante, por lo menos para nosotros, es desear que estén bien y vivan felices muchos años. 

—Sí, lo sé. Se ve contenta. 

—Pues qué bueno, ¿no? Tú también te ves contento. 

—Sí, supongo que sí. 

—Así es, y debes estar agradecido por lo que ahora tienes, estás muy bien; de hecho, haces lo que siempre quisiste hacer, escribir y estar con ella. 

—Sí, aunque a veces creo que el tiempo para mí ha pasado, a veces creo que vivo muerto, pero luego pienso que todo estará bien otra vez. 

—Así es, hijo, y me da gusto que por fin estén juntos. 

—Sí. 

—Bueno, no te me entristezcas por cualquier tontería y échale ganas. ¿Vienen a desayunar? 

—No creo, me voy al Puerto. 

—¿Sólo? 

—Sí. 

—Y qué dice ella. 

—Ya sabes, no le gusta. Siente que la abandono. 

—Y la entiendo, aunque parece que tú no. 

—Necesito pensar algunas cosas y estar solo para poder escribir algo que valga la pena. 

—Bueno, muy bien, diviértete, cuídate y no dejes de llamar, que te pierdes y nadie sabe nada de ti en días. Y por favor, no bebas si manejas, ya sabes que acelera y empeora tu condición entrar en esos niveles de estrés, en una de esas no vas a recordar ni cómo te llamas. No nos hagas ni le hagas pasar a ella un susto innecesario, ¿ok? 

—No. 

—Bueno, tu hermano y tu papá te envían saludos. 

—Gracias. 

—Y no olvides avisarle que te vas, que luego llama muy preocupada porque no sabe dónde andas. No seas desconsiderado, que pronto estarán ya casados. Piensa muy bien lo que haces, no vayas a arruinar tu vida por nada. —Sí. Adiós, madre. —Adiós, hijo. —Adiós.