Capítulo cinco de El libro de las conversaciones

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—Las palabras son importantes. 

—Sí, lo sé. 

—… 

—Perdóname, en serio. 

—Te lo advertí. 

—Sí, lo sé y lo siento, es todo lo que puedo decirte. 

—… 

—Pero en ese sentido, tú también abusas. 

—… 

—… 

—Bueno, ahora que lo pienso, puede que tengas razón. 

—Claro que tengo razón pero, bueno, es mejor olvidarlo, además, no nos hicimos tanto daño, ¿o sí? 

—La verdad es que no lo sé. 

—Pues yo creo que no. De alguna manera seguimos siendo amigos. 

—Eso sí, es increíble. 

—¿Por qué? A mí me parece de lo más normal; de hecho, nunca fuimos más que eso: amigos, y eso es lo que seguimos siendo. 

—Si tú lo dices… 

—… 

—¿Qué? 

—Ya te vas a poner complicado. 

—No, no es eso. A veces me pongo sentimental, ya lo sabes. 

—Sí, y ese es el problema. Lo estropeas todo cuando te pones así. 

—Sí, lo sé, ya me lo has dicho. Los sentimientos lo estropean todo. 

—La mayor parte de las veces, sí. 

—… 

—Sé que no debí haberte dicho cosas que no podría manejar ni sostener, pero en los momentos en que las dije, eran verdad. 

—… 

—Así fue, y si volviese a tener esos sentimientos volvería a decírtelo. 

—Dios, qué descaro. 

—¿Por qué? Sólo deberías no ser tan aprehensivo. 

—Lo soy, creo en las palabras. 

—… 

—¿Qué? 

—Lo que dices no tiene sentido. 

—¿Por qué? 

—Creer en las palabras no es lo mismo que exigir que duren para siempre. 

—Qué profunda. 

—… 

—Lo siento. Sabes que admiro tu inteligencia y tus habilidades con el lenguaje. En fin, no importa. 

—Las cosas son así. Se dicen palabras por cosas que se sienten o desean, pero eso no implica su permanencia inalterable a través del tiempo. Es todo. 

—Sí, eso me queda claro. 

—Exacto. A ti más que a nadie debería quedarle claro, dices que te gustan los libros, que quieres escribir, que quieres dejar todo esto de la medicina para dedicarte a escribir, y se supone que conoces las palabras y su esencia efímera. Además, te la pasas habloteando. 

—Vaya palabrita. 

—Ya, basta. 

—Habloteando. 

—Mira, cálmate. Te recuerdo, porque parece que a ti las cosas se te olvidan fácilmente, que tú dices esa palabrita muy seguido cuando estás bastante borracho. 

El libro de SantiagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora