Las ruinas del amor

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«Según la poesía amorosa de Borges la confirmación de una anulación, el pavor descubierto es en pro del antagonismo de la unidad, el aspecto menos oportuno del optimismo amoroso. Antes de caer en un hipnotismo sin cabida (ni cábala) para intuiciones racionales, es preferible despertar otra vez a la realidad suplantada por aquello que podría haber sido de manera diferente y que sin embargo no lo es. De esta manera, como corroboración que nunca tendrá lugar —salvo en el poema como lugar formalmente concluso—, el viaje hacia la epifanía prometida termina convertido en preámbulo de la extinción, en la zozobra antes del naufragio. 

»En pocos casos como en Borges ha habido en la lírica amorosa una correlación tan simétrica y coherente entre el yo social y el yo poético. En Borges y yo surge la cuestión de quién de los dos es el que escribe: “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas (…) No sé cuál de los dos escribe esta página”. En su poesía amorosa, veta nada proclive a la expansión, la dualidad resulta inexistente: ambos son el mismo. Borges y yo queda convertido en Borges soy yo

Allí, a diferencia de sus cuentos, no hay lugar para el alter ego ni par el ego curado de temores. El amor se pierde de vista, pero la ceguera no es amorosa. La acción en torno a las ocurrencias del amor busca propiciar un intencional desconocimiento; refiere a un habla de efectos atenuados, en tanto se escribe que no se quiere conocer, pues su proximidad, la del amor, es usina de miedos y de indecisiones. Es el reconocimiento de un interés perdido por las cosas importantes, ante cuyas circunstancias la evidencia no pasa de ser un indicio develado por “ese espejo / que nos revela nuestra propia cara”. 

»El conocimiento es transformado por la percepción de un sentimiento instalado en sus deficiencias, porque sólo de esa manera puede ser pensado en el lenguaje como negatividad. En la tergiversación de las palabras queda develado, pero sólo a través de lo que desconoce o no puede decirse de él. En Para una psicología del hombre interesante, Ortega y Gasset escribió: “Un amor no se puede contar: al comunicarlo se desdibuja o volatiza. Cada cual tiene que atenerse a su experiencia personal, casi siempre escasa, y no es fácil acumular la de los prójimos”. En la poesía de Borges, cuenta regresiva hacia las apariencias de una “experiencia personal”, la escasez del amor es enaltecida, fisgoneada, y en ese entrometimiento, donde el vacío se llena de ausencia, el lenguaje alude a la imposibilidad de seguir callando». 

Creo que fue cuando leí estos párrafos de Eduardo Espina cuando me decidí a terminar este libro. Ya habían pasado muchos meses, incluso tal vez años, y sé que son muchos los que han intervenido ya en la construcción de este cuaderno de apuntes, pero algo me dice que debo hacer todo lo que pueda por darle un final a esta historia sin sentido. Sí, tengo miedo de hacerlo, pero al mismo tiempo sé que no podría descansar en paz sin haberlo intentado. Total, qué podría perder, ¿la vida? De cualquier forma, no la tengo ya en demasiada estima. Así que allá voy. 

Después de esta nota, el autor borró el nombre que originalmente tenía el capítulo (se sabe por el color de la tinta) y simplemente puso Capítulo diez, pero no hubo Capítulo once ni ningún otro consecuente. El resto del cuaderno está en blanco hasta la última página, en la que está insertada una fotografía instantánea de mala calidad, pero en la que se aprecia una mujer que camina sola por un estacionamiento vacío. No hay ninguna seña, anotación o dato que hablen de la identidad de esa mujer. Podría tratarse de cualquier persona, de algo sin importancia. Tampoco se sabe qué autor fue el que colocó esta imagen y con qué fin.

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