Notas

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El problema, como siempre, era el tiempo. Santiago pensaba a menudo en eso, y nunca supo por qué, aunque todos los días se lo preguntaba. A lo mejor en ese tanto navegar sin atreverse a ensayar una respuesta, la pregunta se agotó en sí misma, y preguntar se convirtió en una extraña pero mediocre forma de vida, ¿cuál era la mejor manera de vivir el tiempo que nos había sido dado? 

Para muchos, había escuchado Santiago decir, la literatura era una forma de ajustar cuentas con el tiempo, todo ese Tiempo que siempre jugaba a la mala. Y «siempre» era una forma extraña de nombrar el tiempo. 

Después, Santiago dio un paseo por su memoria, y extrañamente se sintió un hombre viejo, un hombre demasiado viejo. Cada palabra que recordaba o pensaba eran años que pasaban sobre su mente y su corazón. Su tiempo externo y su tiempo interno estaban demasiado disociados. Era como si se tratara de dos personas que pugnaran por quedarse con el mismo nombre y el mismo cuerpo. Una de ellas era joven y deseaba vivir y ser feliz, pero la otra era vieja y estaba cansada, destruida, y no deseaba otra cosa que acabar con todo, con todo aquello que había sido su vida, sin importar que hubiera durado un día o cien años.

El libro de SantiagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora