Entrevista

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Usted ha dicho que quizás intentamos remendarlo todo con palabras porque tenemos dificultad para compartir el silencio. 

Bueno, en el caso de la escritura tal vez todo sea al revés, pues los libros buenos son aquellos que están llenos de silencio. Todo arte tiende a la música y la música tiende al silencio. En un poema muy bueno, en una novela muy buena, lo que te conquista es el silencio que hay dentro de la obra. El libro ideal sería aquel cuyas páginas fueran espejos, el libro que nos devuelva la imagen de hombres desnudos, pobres, desfigurados que somos. 

¿Alguna vez ha pensado en dejar de escribir? 

Por supuesto, siempre pienso que no habrá más, pues cada libro que viene es un milagro, y cuando acabas uno tienes la impresión de que nada más vendrá. 

¿Y qué haría si no escribiera? 

Mire, ahora están preparando mi fotobiografía, y mi madre ha dicho: «Desde que lo conozco, sólo dos cosas le han interesado en la vida: los libros y las mujeres». Pero si yo pudiera bailar como Fred Astaire o cantar como Frank Sinatra, a lo mejor no escribiría, pero no, no quiero hacer otra cosa. Y es que no tengo la impresión de haber escogido la vida que llevo, sino que fui elegido quién sabe por qué razones. Aún así, hay momentos aburridos, de desánimo en la vida literaria, en que piensas que todo es una mierda y que, de hecho, son los momentos más frecuentes. 

¿Y cuál es su principal problema como escritor? 

El problema es cómo pasar a la novela la comunicación no verbal. Una solución sería, como ya he dicho, llenar un libro de silencio, pues del mismo modo que el Universo está hecho de vacío, nosotros estamos hechos de silencio. Yo hablo muy poco. Si hablara, ¿para qué escribiría? 

Y justo esa era la pregunta que Santiago se hacía a menudo: ¿Para qué escribiría? 

Era curioso. Todas las personas que habían tocado aquel cuaderno de apuntes color rojo terminaban por preguntarse lo mismo: ¿Para qué escribir? Y, claro, no había respuesta. No había respuesta porque, en realidad, no había pregunta alguna, era una trampa. Pero nadie parecía darse cuenta de esto. Nadie. 

Santiago conoció a António Lobo Antunes en Guadalajara. Lo escuchó y habló con él sobre un par de cosas sin sentido. Al día siguiente publicó la entrevista y no pasó nada más, como siempre que hablaba con escritores. Pero ¿es que acaso tendría que pasar algo?

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