Capítulo 13

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-Imagino que está usted bromeando -repuso muy serio Ambrose.

-¿Lo cree usted? ¡Rose!

La aludida apareció detrás del que hasta ahora era su señor. Tenía su maleta en una mano, y a su hija de la otra.

-Muéstrale tu barriga al conde.

Rose, muy avergonzada, se alisó los pliegues del vestido con las dos manos. Su estado era evidente y bastante avanzado.

-La señora Hamilton calcula que debe tener los meses precisos desde que estamos en este barco.

-¿Cómo están tan seguros de que es mío? -Ambrose se sintió el hombre más vil haciendo esta pregunta, pero se sentía acorralado.

-¡Me ofende su duda, milord! ¡La hicimos examinar antes de zarpar!

Ambrose observó con atención a Rose. Tenía el bastón marcado en el rostro.

-¡La golpeó!

-Nos no quería decir quién había sido el hechor. ¿Me devolverá lo que invertimos en ella?

-¿De cuánto hablamos?

-Veinticinco libras.

-¿Tanto?

-Recuerde que son dos, milord.

Ambrose se metió la mano al chaleco y sacó unas monedas.

-Bien. Ahora son todas suyas.

-¿Y qué quiere que haga con ellas?

-Ya no es mi asunto.

Allí se quedaron Ambrose y Rose, mirándose el uno al otro sin saber qué hacer.

***

-¿Comprendes que no puedo tenerte conmigo?

Ambrose, Rose y la niña, quien después de la larga travesía en el mar recién supo que se llamaba Genna, estaban de pie en el muelle.

Rose miraba a Ambrose con ojos de súplica, pero él parecía inconmovible. Claro si se sentía como dentro de una trampa. Mas la trampa se la había tendido él mismo al aceptar las caricias de la joven.

-No tengo a nadie más que a Genna.

Ambrose miró a su alrededor. Apenas se habían levantado casas de madera, conformando un pequeño pueblo. Era inpensable que en un año hubieran avanzado más. No le quedó más que maldecir su impulsividad. Si se hubiera marchado a Australia, al menos tendría más opciones, ya que era colonia británica hace mucho más tiempo. En cambio se le ocurrió subir al barco de los nuevos colonos para una nueva tierra. Tendría suerte si encontraba una carpa donde pernoctar. Por lo menos sintió placer al pensar en que los Hamilton tampoco tendrían una casa a la cual llegar, cosa que comprobó al escuchar los lamentos de Prudence al poco rato de haber desembarcado.

El representante de la New Zeland Company, entregó los planos a los nuevos hacendados, dándoles instrucciones mínimas de cómo llegar. La corona los había hecho poseedores de grandes asentamientos a muy bajo costo, pero como se las arreglaran para acomodarse en ellas, y llevar sus ovejas a los nuevos prados, era asunto de ellos.

***

Ambrose escuchó que alguien mencionó que existía un pequeño hotel, el único en el pueblo, y olvidándose que estaba acompañado se apresuró a buscarlo con el temor de quedarse sin habitación.

Cuando por fin lo ubicó, se adelantó a pedir una habitación. El lugar era bastante modesto comparado con los de Londres, pero se veía limpio. Eso sí no contaba con que Rose y Genna vendrían pisándole los talones. En su fuero interno pensó que la joven ya estaría buscando trabajo con otra familia, pero no, ahí estaba detrás de él con su hija de la mano.

-No tenemos habitaciones dobles -anunció el hombre de la recepción, aludiendo a la mujer que veía detrás del nuevo pasajero.

-No hace falta. Estoy solo.

-¿Y dónde piensa alojar a su esposa?

-¿Mi esposa? -La situación parecía tragicómica.

-Soy la sirvienta de milord -respondió Rose, digna, y esta es mi hija Genna.

-¿Tiene otra habitación disponible? -preguntó al fin Ambrose, resignado.

-Tiene suerte de que aún no vienen los del barco. Sí, tengo una más pequeña, en el ático. Es adecuada para su sirvienta, señor.

Ambrose miró a Rose, ella asintió con la cabeza.

-¿Hay algún almacén acá donde pueda de abastecerme de ropa y provisiones? ¿Establo para adquirir caballos?

-¿Piensa viajar? ¿Sabe dónde quiere ir?

-Aún no, pero lo descubriré.

-Justo enfrente está el almacén. Allí encontrará desde un clavo hasta un arma. Y al final de la calle hay un establo.

-¿Armas?

-Hay indígenas hostiles. No están felices con nuestra presencia.

-Sus tierras fueron compradas, ¿o no?

El hombre guardó silencio. En vez de responder se inclinó a buscar algo debajo del mesón.

-Escriba su nombre aquí, y el de su sirvienta -indicó el hombre, extendiéndole un libro apaisado a Ambrose.

Ambrose firmó sin su título, simplemente escribió Ambrose Athens. No quería atraer atención sobre sí. Luego Rose le susurró al oído que su apellido era Higgins. Cuando quedaron los tres debidamente inscritos en el libro de registros, el dueño del hotel que se llamaba George Maverick, les pasó las llaves y les dijo cómo llegar a sus respectivos cuartos.

***

Ambrose se tendió sobre el lecho, y miró a su alrededor: todo era modesto, desde la colcha que cubría la cama, hasta la jofaina que estaba sobre la pequeña cómoda. Seguramente habían invertido todos sus ahorros en poner este hospedaje, pero si conocía a los británicos, en pocos años se convertiría en un próspero hotel.

Estaba cansado, quería dormir, pero no salía de su cabeza el reciente problema al que estaba enfrentado: el hijo que tendría con Rose. No podría despreciarlo. Aunque su sueño era tener una gran familia con Caron, no podía negar al hijo que tendría con esta otra mujer. ¿Lo habría hecho a propósito, el embarazarse? Ambrose dudaba de que ella fuera una mujer manipuladora... Esperaba que cuando llegara el momento, ella aceptara dejar al niño con él, y continuar su vida por cuenta propia. Sabía que su idea era desalmada, pero no la amaba. Aún esperaba poder volver con Caron cuando el plazo impuesto por Tandridge se cumpliera. Obviamente no regresaría solo.

Estaba seguro que Caron comprendería que su desliz había sido parte de la añoranza, de la frustración por no tenerla a ella. El agobio. El deseo de compañía, lo habían trastornado. Si ella no comprendía, él trabajaría día a día hasta conseguir el perdón.

Caron. Parte I «El candor de la inocencia»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora