Capítulo 1

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-¿Cuándo me dejarás que vaya a hablar con tu padre, Caron? Estoy cansado de verte a escondidas.

-Sabes perfectamente que mis padres se oponen a lo nuestro. Nunca aceptarán que me case contigo. Lo único que podemos hacer es huir hacia América.

-¡Cómo se te ocurre semejante idea, cariño! Le romperíamos el corazón a lady Tandridge.

-¿Te importa mucho lo que mamá piense? ¿Aún te gusta?

-Te he dicho más de un millón de veces que cuando te vi en lo alto de la escalera, el día de tu cumpleaños, todo lo que había conocido antes dejó de existir. Lady Tandridge no se merece que le des un disgusto de tamaña envergadura.

-Es verdad. Pero tiene que ver alguna forma de convencerlos.

-Solo esperar a que seas mayor de edad.

-¿Y arriesgarme a que te intereses por otra mujer? ¿Una que te de lo que yo no puedo?

Ambrose se sonrojó. A veces Caron era demasiado audaz. No tenía vergüenza a casi nada. Siempre planteaba los temas tal y como eran. Por eso se había enamorado perdidamente de ella, porque a su corta edad parecía conocer más de la vida que la mayoría de las damas que conocía. Claro que su cuerpo tan bien lo volvía loco. Por culpa de ella eran muchas las noches de insomnio, en que la silueta de ella lo perturbaba tanto que le quitaba el sueño por completo. La deseaba tanto que dolía.

Quería ser él quien le enseñara a ser mujer. Quería ser él y solo él quien desojara esa flor. Quería ser él quien la hiciera feliz para siempre.

-Ninguna otra mujer podría interesarme -dijo él, tomando una de las manos de Caron para depositar un dulce beso sobre sus dedos.

-¡Es que no podemos continuar con esto! En cualquier momento seré descubierta en la escuela. La señora Bottoms no se tragará para siempre que a diario salgo a tomar el té con la amiga de mi madre.

-Claro que no. En eso tienes razón.

***

Caron, a propósito había pedido que la matricularan en la «Escuela Para Señoritas de la Señora Bottoms». Apenas llevaba seis meses allí, pero había sido tiempo suficiente para entablar una relación más estrecha con Ambrose. Él prácticamente se había mudado definitivamente a la casa de Londres, una bella mansión en Regent's Park. Caron a diario pedía permiso para ir a tomar el té con la señora Somersby. Era cierto que Henrietta Somersby la había invitado un par de veces a su casa a la hora del té, ya que sabía que la joven estaba sola en Londres, pero de ahí no había pasado. Los únicos que estaban enterados eran los sirvientes de la mansión, pero tenían estrictamente prohibido hablar del tema, ni dentro ni fuera de la casa. Y aunque a ellos no les pareciera correcto lo que su señor hacía, no tenían más remedio que acatar las órdenes dadas por él.

***

De pronto golpearon con premura la puerta de la biblioteca. Apareció el mayordomo con la frente perlada por el sudor, tal como le ocurría siempre que estaba nervioso.

-Milord, el conde de Tantridge está aquí.

-¿Cómo? ¿Por qué?

-El por qué, no lo sé, pero está esperando en el recibidor.

Caron comenzó a correr sobre la alfombra. No sabía qué hacer. Toda determinación parecía haberla abandonada, ya que al único que temía era a su padre. Si la sorprendía allí, era capaz de matar a Ambrose.

-Tranquila, yo iré a hablar con él.

-Si viene por asuntos de negocios, estoy segura que querrá pasar a esta sala.

-Tienes razón.

-Boyer, ¡rápido! Procure un coche de alquiler, creo que su padre irá a verla al internado al salir de aquí.

-Sí, milord.

-Tendré que salir por la puerta de atrás, como si fuera... No importa. ¿Nos vemos mañana? -preguntó finalmente.

-Te enviaré una nota de ser posible.

-Está bien.

Ambrose se acercó a ella y le dio un beso rápido en la frente.

Caron salió a la carrera, olvidándose el sombrero sobre el sofá.

***

-¡Lord Tandridge! ¿Qué lo trae a mi humilde morada? -preguntó Ambrose con exagerada alegría.

-De humilde nada, Sttanford. Yo creo que su casa es una de las más caras de la avenida.

-Diga, ¿en qué puedo ser útil?

-Hace tiempo que no tengo noticias de usted. Las máquinas que le compre' aún no llegan.

-Es verdad que hubo un retraso, pero usted sabe que yo respondo. Siempre lo hice y no dejaré de hacerlo.

-No necesito el dinero, Ambrose, ¡necesito las máquinas para la mina!

-Lo sé, lord Tandridge, pero no puedo hacer nada. No he tenido noticias de ultramar.

Colby, había comprado una mina en decadencia en Camborne, hacía un par de años, y ahora estaba empeñado en hacerla prosperar. Ambrose tenía una compañía de importaciones, porque según él el dinero a un conde no duraba para siempre, y compraba maquinarias en América y las vendía en Inglaterra.

-Una semana, Ambrose. De lo contrario me devolverá el dinero para comprar máquinas usadas aquí mismo.

Ambrose Athens extendió su mano, y luego de unos segundos, Colby se la estrechó.

-Me marcho, así podrá seguir en lo que estaba -dijo Colby, señalando el sombrero que estaba sobre el sofá.

-Esta mañana vino una amiga, y creo que se le quedó -repuso Ambrose, azorado.

-No se preocupe, usted es un hombre soltero y puede hacer lo que le venga en gana, siempre y cuando no dañe a ninguna mujer honrada.

-Le aseguro que no, milord.

Colby abandonó la biblioteca de la mansión, acompañado por el lacayo. Mientras, adentro, Ambrose cogía el sombrero de Caron y se lo llevaba hasta la nariz para olerlo. Menos mal que el conde no parecía ser de esos hombres que ponían atención a los atuendos de las mujeres, o de inmediato habría sabido que aquel sombrero pertenecía a su hija.

***

-Señorita Rawson, su padre la espera en la biblioteca -anunció una de las mucamas de la escuela.

Caron, había llegado apenas quince minutos antes, y se había cambiado rápidamente el vestido elegante que traía más temprano, por el uniforme de la escuela. La señora era progresista, y por eso había implantado la norma de los uniformes para sus alumnas, y la prohibición de usar títulos para que no hubiera distinción entre las nobles y las burguesas. Total, cuando salieran de allí, tendrían tiempo de sobra para regresar a las viejas costumbres de la separación de clases.

-¿Cómo está mi segunda pelirroja favorita?

Caron. Parte I «El candor de la inocencia»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora