Ambrose estaba de pie sobre la cubierta del Alcatraz, el primer barco de pasajeros que encontró disponible. El cual iba directo a Nueva Zelanda, pero a estas alturas le daba lo mismo el destino, pues como fuera que se le mirase se trataba de un exilio.
El viaje estaría totalmente exento de glamour, entre las ovejas que estaban siendo llevadas por colonos británicos dispuestos a probar suerte en esas lejanas tierras.
Mientras observaba la variopinta comunidad de pasajeros del barco, Ambrose dirigió la mano izquierda hasta su pecho. Quería asegurarse de que el mechón de cabello que Caron le diera meses atrás, aún permanecía en su sitio. Eso era lo único que se llevaba de Caron, eso y el recuerdo de su piel suave y sus besos cálidos. ¡Por qué no la había tomado cuando ella se lo propuso! Ahora serían prometidos. Aunque existía la probabilidad de que estuviera muerto. Cualquiera de las dos cosas era infinitamente mejor que esta sensación de pérdida, y de estar perdido.
De repente, una pelota de trapo llegó rodando hasta sus pies.
-Señor, ¿me pasa la pelota? -le pidió una niña vestida con ropas muy grandes para su estatura.
-¡Rose, llévate a esa niña abajo! ¡Está molestando a los pasajeros! -le gritó una mujer encopetada a la que parecía ser su sirvienta.
-Sí, señora -respondió una mujer joven, con humildad.
La madre de la niña se acercó con la clara intención de llevarse a su hija. Ambrose sabía de sobra que abajo significaba las dependencias de carga, lugar en el que solían viajar los de clase no acomodada, entre sacos y animales.
-Toma, pequeña.
Después de entregarle la pelota a la niña, miró con severidad a la mujer que había despachado de mala manera a su sirvienta. La joven tuvo que hacer lo que su señora ordenaba. La otra mujer tuvo la intención de aproximarse, seguramente guiada por la curiosidad, pero él se volteó nuevamente con dirección al mar.
Ambrose solo quería alejarse de todos y prepararse para la tediosa travesía de largos meses que tenía por delante. Ni siquiera le apetecía pensar en lo que haría cuando llegara a la tierra de la nube blanca como la llamaban. No tenía conocidos ni familia en aquel remoto lugar. Tampoco había llevado mucho dinero con él. En resumen, iba a la aventura. Podría entablar algún tipo de negocio con los terratenientes que viajaban en primera clase, al igual que él, pero no estaba de humor para hacer amistades. Además, las ovejas no eran lo suyo. Lo único que Ambrose deseaba, era pasar desapercibido ante el resto de la gente, sin embargo, no existían garantías de que pudiera conseguir su objetivo.
***
Phoebe no sabía qué había hecho salir a Caron de su habitación, pero estaba feliz. Quizás la tormenta había pasado, y su hija volvería a ser la joven alegre e impetuosa de siempre. Eso sí, se negaba a regresar a Londres, pero no decía el porqué de su decisión.
-Quiero enseñar en Portreath -anunció una mañana.
-Pensé que querrías ayudar a tu padre en los negocios -repuso Phoebe, sorprendida.
-Puede ser, pero estoy más interesada en abrir las mentes de los niños.
-¿Inculcar el romanticismo en los niños? -preguntó Colby con inocencia.
-No, papá, el romanticismo es una pérdida de tiempo. Por la tarde iré a la escuela, para ver si tienen un lugar para mí.
-¿Y si no tienen?
-Me ayudarás a poner una escuela en Camborne.
-¿Estás decidida?
-Sí.
-¿Y el doctor?
-¿Qué tiene?
-¿Estará de acuerdo?
-Mike y yo solo somos amigos, y por último él no tiene nada que opinar con respecto a lo que yo haga.
Colby levantó las manos rindiéndose. No podía discutir con su hija. Ella parecía haber olvidado a lord Sttanford, por lo cual estaba dispuesto a cumplirle cualquier capricho con tal de que no cayera nuevamente en depresión.
-Está bien, cielo, si no hay lugar para ti en Portreath, haremos una escuela cerca de las minas para que vayan todos esos niños que no tendrían por qué estar trabajando en los túneles.
-Gracias, papá. Me encanta la idea.
-¿Haz pensado qué quieres para tu cumpleaños? Solo faltan dos semanas.
-Nada, papá. No quiero celebraciones. La ayuda con la escuela será suficiente, si es que me va mal hoy día, digo.
-¿Estás segura?
-Sí.
***
La profesora a cargo de la única escuela de Portreath, le dijo a Caron que no podía recibirla como profesora titular sin tener experiencia, y que el tiempo que había estudiado en la escuela de la señora Potts, no era tiempo suficiente como para que pudiera enseñar. Por último, recalcó que su pequeña institución estaba orientada a que las niñas aprendieran labores domésticas y los niños, carpintería y cosas así.
Caron regresó indignada a la casa. La acompañaba el doctor Gibbs, quien ya había sido apodado como el perro faldero de Caron por estar siempre a su lado, intentaba hacer que se calmara. Sin embargo, ella no le hacía caso y se paseaba de arriba abajo en el salón, esperando que su padre regresara de la mina.
-Por favor, Caron, tranquilízate.
-No, Mike. Esa profesora no tiene más que dos dedos de frente. Pero ya verá. Haré una escuela modelo. Traeré profesoras de Londres si es necesario.
-¿Y cómo financiarás todo eso? No esperarás que tu padre lo haga todo solo.
-No seas absurdo, Mike, por supuesto que buscaré ayuda. Será una fundación... Papá llegará pronto. Vamos a cenar.
Phoebe había estado escuchando de lejos la conversación. La regocijó enterarse de que su hija hacía sus propios planes de vida. Eso era lo que ella siempre quiso: una mujer independiente que no vivía en función de hombre alguno. Si se hubiera comprometido con lord Sttanford, lo más probable era que él la habría encerrado en su jaula de oro, tal como Colby quiso hacer con ella una vez.
***
Por más que lo evitó, Ambrose terminó igual involucrándose con el resto de los pasajeros del Alcatraz. Quizás fue porque su soledad lo aburrió, o porque es imposible abstraerse de la presencia de los demás cuando tienes que permanecer tanto tiempo con otros seres humanos que están ansiosos por compartir sus vivencias con el resto. Y aún menos es posible pasar por alto injusticias que no se deberían cometer con ningún individuo en el mundo, por muy inferior que fuera ante el resto de la sociedad.
Una mañana, cuando Ambrose salía de su camarote para subir a cubierta, escuchó los gritos de Prudence Hamilton, quien una vez más estaba reprendiendo a Rose, su sirvienta.
-¡Yo sabía que esa chiquilla solo traería problemas! ¡Cómo se le pudo ocurrir jugar con mis cuellos de encaje! ¡Mira cómo los dejó! ¡Están inservibles!
-Le tejeré unos nuevos, señora.
-¡No quiero unos nuevos, quiero estos!
Ambrose estaba de pie en el vano de la puerta abierta del camarote de los Hamilton. George Hamilton era un hombre disminuído por su esposa, que apenas hablaba. Y no era necesario porque ella lo hacía por los dos.
-¡Ahora aprenderás a tomar las cosas que no son tuyas! -gritó Prudence, con el bastón de su marido en la mano.
Instintivamente, Rose protegió el cuerpo de su hija con el suyo, así que cuando el primer bastonazo dado con furia por la señora Hamilton, bajó, dio de lleno en la espalda de la sirvienta. Ambrose no pudo continuar observando. Casi se abalanzó encima de la mujer mayor, para sostener su mano en alto, antes que continuara descargando su furia.
-No se atreva.
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Caron. Parte I «El candor de la inocencia»
RomanceEl destino quiso que Ambrose Athens, Lord Sttanford de Devon, heredara el título y todo lo que él conlleva a muy temprana edad, lo que lo acostumbró a disfrutar de lo mejor de la vida, incluyendo las mujeres, desde muy joven. Ahora que ya tiene trei...