Ya estaban todos, menos los niños, sentados a la mesa del desayuno, cuando Caron bajó.
Se encontró con la sorpresa de que Dylan había llegado la noche anterior, y a juzgar por su mirada, ya sabía lo que estaba ocurriendo. Seguramente Tate y Alice lo habían puesto al tanto de todo. Dylan sería otro más en la fila para juzgarla.
Después de tomar su té con leche, Caron se puso de pie y se dirigió a sus padres.
-Creo que ya debería marcharme. La señora Bottoms estará molesta porque falté hoy a clases.
-No -repuso Colby-. Le envié un telegrama temprano avisando que no irás más a la escuela. Por lo menos no a esa.
-¡¿Qué hiciste qué?! -exclamó colérica-. ¡¿Con qué derecho?!
-Con el que me da ser tu padre. Nos trasladaremos todos a Londres, y buscaremos otra escuela.
-¿Por qué? No entiendo. ¿Cambiarán toda su vida por mí?
-Yo prometí que no te educaría para que tu único fin en la vida fuera conseguir un esposo -dijo Phoebe, interviniendo por vez primera en la discusión-. Y como que hay un Dios que pienso cumplir.
-Mamá, estamos en el siglo diecinueve, y creo que soy bastante capaz de elegir lo que deseo para mi vida.
-Eres muy joven. Lord Sttanford casi te dobla en edad. ¿No es así, lord Sttanford?
-Sí, milady -respondió el aludido.
-Eso no me importa, somos almas gemelas.
-¿Almas gemelas? -se burló Colby-. ¿Una joven tan voluntariosa y con tanta personalidad es alma gemela de un hombre que no es capaz de defenderse por sí mismo?
-Él no se defiende para no complicar más la situación, papá. Por favor, no confundas respeto con falta de carácter.
-Si tú lo dices.
-Si no puedo ir a la escuela, creo que subiré a mi habitación.
Ya estaba con una mano en el pomo de la puerta para abrirla cuando se volvió a decir algo que se le había ocurrido recién.
-Si mal no recuerdo, ustedes se casaron por una promesa que hizo papá.
-Sí, pero nosotros teníamos más cosas en común que ustedes dos.
-Claro, una gran antipatía del uno hacia el otro.
***
El resto del día, Caron se quedó encerrada en su habitación: no quiso merendar ni cenar con el resto de la familia, solo se dedicó a dar vueltas pensando en cómo revertir la situación. Finalmente decidió que lo mejor era huir.
Cuando todos estuvieran dormidos, buscaría a Ambrose, y ambos se perderían en la noche. Se irían hasta cualquier puerto que flotara barcos a América. No pensaba que su padre fuera capaz de seguirlos tan lejos, no con una esposa que adoraba y tres niños pequeños. Aunque de todas formas aún podría convencer a Ambrose de mantener relaciones sexuales para quedarse embarazada, y así obligar a sus padres a aceptar su unión, pero eso tomaría más tiempo, ya que no todas las mujeres salen en estado la primera vez. No. Tenía que ser algo más radical, ¿y qué mejor que irse a América? O quizás a Australia, donde las dotes de comerciante de Ambrose serían bien recibidas. O por último a Nueva Zelanda. Ella estaba dispuesta a aprender a cuidar ovejas. Se convertirían en hacendados, y aprenderían a vivir en esa tierra de la que sabían poco y nada.
Ya con mejor ánimo, Caron se dedicó a recoger sus pertenencias, o por lo menos todo lo que pudiera llevar con ella. Estaba enojada con sus padres y no quería dejar nada que les recordara su existencia. Deseaba que se hicieran a la idea de que no regresaría hasta que aceptaran a Ambrose como parte de la familia. Eran egoístas y no merecían su consideración.
***
Las horas que faltaban para que todos estuvieran durmiendo, se le hicieron eternas. No lo había querido reconocer, ni ante sí misma, pero se había aburrido a rabiar allí sola. Ni sus hermanos, ni sus padres, es decir, nadie la había subido a ver. La estaban castigando. Tal vez esperando a que entrara en razón, pero ¿qué más razón existía que el amor? Caron era una joven inteligente, interesada en la ciencia, en las matemáticas y la literatura, pero era esta última la que ocupaba un gran espacio en su corazón, lo que la había convertido en una romántica empedernida.
***
Tenía trece años la primera vez que había visto a lord Sttanford en Londres. Era Navidad, y había decidido pasarla en la casa del señor Mercury, el abogado de su padre. Ella era muy niña aún para participar en el baile de final de año, pero Ambrose que por esa época aún creía que podía arrebatarle Phoebe a Colby los había ido a buscar en su carruaje, lo que le dio a ella la ocasión de verlo por entre los postes torneados de la escalera. Caron todavía no se desarrollaba, sin embargo, algo hizo cosquillas en su estómago cuando lo vio. Era el hombre más guapo que podía existir, y a pesar de saber de su existencia desde que era una niña pequeña, jamás lo había percibido del modo en que una mujer ve a un hombre. Para ella fue como la primera vez.
Mientras el conde esperaba a que la doncella llevara la tarjeta de presentación ante los señores, él comenzó a vagar su vista en los alrededores. De pronto la descubrió, y le hizo una venia como si ella fuera una Lady de verdad.
-¿No vas al baile, pequeña? -preguntó él muy serio.
-Todavía no tengo edad para eso -respondió Caron avergonzada.
-¿Cuántos años tienes?
-Trece.
-No te preocupes, en un par de años irás a todos los bailes y te garantizo que romperás muchos corazones.
Caron enrojeció de súbito, y se levantó de su puesto de observación para correr hasta su habitación.
Volvió a saber del conde de Sttanford hasta que cumplió quince años.
***
Caron suspiró. Ya era la hora.
Salió sin hacer ruido, y puso atención al resto de los ruidos de la casa. Todo estaba en silencio.
Casi corrió hasta la habitación de Ambrose.
Abrió la puerta y se acercó a la cama.
-Ambrose -murmuró-. Ya es hora de marcharnos.
-¿Marcharse a dónde? -preguntó una voz, al tiempo que encendía una lámpara.
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Caron. Parte I «El candor de la inocencia»
RomansaEl destino quiso que Ambrose Athens, Lord Sttanford de Devon, heredara el título y todo lo que él conlleva a muy temprana edad, lo que lo acostumbró a disfrutar de lo mejor de la vida, incluyendo las mujeres, desde muy joven. Ahora que ya tiene trei...