Capítulo 18

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Al día siguiente ya sabía lo que deseaba hacer. Una noche prácticamente sin dormir la había ayudado a tomar una decisión.

Cuando llegó a desayunar le extrañó no ver a todos allí, rodeando la mesa.

-¡Papá! ¡Mamá! -llamó en voz bastante alta.

De pronto apareció Doris, alterada.

-¿Dónde están todos, Doris?

-¿Es que no se ha enterado, milady?

-No. ¿qué ocurre?

-Lady Tandridge ha vuelto a sufrir un desmayo.

-¿Cómo? ¿Por qué nadie me avisó?

-Su padre dijo que no la molestáramos, milady.

-¿A dónde está ahora, Doris?

-Junto a lady Tandridge. Están esperando al médico.

-¿Y los niños?

-En la sala de juegos. No se dieron cuenta de lo sucedido.

Caron subió nuevamente la escalera, esta vez casi corriendo. Se apresuró hacia la habitación de los padres. Cuando estuvo frente a ella, pensó en tocar, pero se arrepintió al escuchar murmullos. Entornó la puerta evitando hacer ruidos, y la escena que vio la sobrecogió de tal forma, que los deseos de disputarse con ellos que tenía antes de bajar a desayunar, se volvieron agua que se diluyó entre sus dedos.

Colby estaba recostado al costado de Phoebe, y le asía firmemente una mano.

-No puedes dejarme solo.

-No seas idiota, no iré a ninguna parte. Si muero, siempre estaré rondando cerca de ti. Y si no me sientes, podrás ir al acantilado, allí de seguro me encontrarás. Siempre estaré cerca. Siempre.

-No quiero que seas un fantasma. Te quiero en carne y hueso.

-Pronto me iré. Debes comprenderlo.

-¡Entonces, me iré contigo!

-Antes debes educar a nuestros hijos, y enmendar el daño que le hicimos a Caron. Para cuando estés listo, yo te estaré esperando.

Caron no pudo contener las lágrimas. Tuvo que retroceder para no ser escuchada. Se devolvió hasta el corredor. Una vez allí se dirigió al arrimo del corredor, sobre la cual siempre había un vaso y un jarro con agua. Escanció una cantidad generosa, y bebió, esperando que la zozobra pasara. Pero la angustia no parecía querer abandonarla, ya que seguía llorando mientras se bebía el agua. Vencida, dejó el vaso sobre la mesa, y se limpió con la manga el agua que le había corrido por el mentón hasta el cuello del vestido.

En eso llegó Mike, acompañado de Doris.

-Me puré lo más que pude, Caron, pero estaba bastante lejos de acá.

-Yo no sabía nada, Mike, me acabo de enterar.

-¿Dónde está?

-En su habitación.

Después que el doctor Gibbs entró a la habitación, salió Colby al corredor. Su rostro macilento daba cuenta de lo que estaba sufriendo.

-¿Por qué no me avisaste? -Fue lo primero que preguntó Caron.

-Pensé que dadas las presentes circunstancias, lo último que querrías era saber lo que ocurría con tu madre.

-¡Pensaste mal! ¡Me importa, y mucho! ¡Es mi madre!

Se quedaron viendo un momento, pero en un gesto tácito, ambos extendieron los brazos y se fundieron en uno solo. Padre e hija lloraron en silencio, casi anticipando que el inevitable fine estaba cerca.

-¡Es tan joven! -dijo él, contra la cabeza de Caron.

-Lo sé, papá. Mamá siempre tuvo mucha energía para hacer todo lo que se proponía.

-Pero ahora se apaga. Su energía se extingue como el cabo de una vela a la que se le acaba la cera.

-¿Qué dice Mike?

-Nada aún, pero temo lo peor.

-Vamos a esperar entonces.

Nuevamente, después de un rato largo Michael Gibbs salió de la habitación de Phoebe, sin embargo, esta vez no había optimismo en su rostro.

Se dejó caer pesadamente en la silla que estaba junto a Colby. Cerró su maletín, y sin poder continuar evitando tener que dar una mala noticia, miró a padre e hija a los ojos.

-No le queda mucho tiempo...

-¡No digas eso! -imploró Caron-. ¡Mamá no puede morir!

Colby comenzó un paseo un paseo atormentado, afuera de la habitación, y cuando no pudo más dio un feroz puñetazo a la pared. Los nudillos de su mano derecha quedaron sangrantes pero a él no le importó. El dolor de saber que perdería a su compañera de vida era mucho más grande que cualquier magulladura que se hiciera.

Eran tan pocos los años que llevaban juntos, apenas catorce, que se habían pasado como una exhalación. Tan rápido como una de las estrellas fugaces que veían en esas noches cuando paseaban en el acantilado. Lamentaba no haberla conocido antes. Tanto tiempo perdido en el que podría haber sido feliz con ella. Los hijos del difunto Sheldon serían suyos, y ahora la suma de los años junto a ella sería mayor. Era un dolor que le partía el pecho en dos. Sin esa mujer testaruda, no sería capaz de seguir viviendo, ni siquiera por sus hijos.

-Su condición se ha agravado muy rápidamente. Estos desfallecimientos que ha sufrido, no son desmayos, han sido pequeños ataques cardiacos. Ella podría sufrir una embolia pulmonar, inclusive perder el habla, pero creo que no llegará a adolecer ninguna de esas consecuencias. Si me permiten la pregunta, ¿de qué murió el padre de lady Tandridge?

-Amaneció muerto un día, y pensamos que era de vejez.

-Es muy probable que él también padeciera esta enfermedad.

-¿Qué clase de consuelo es ese? -preguntó Colby con amargura.

-Sé que es muy pobre, sin embargo, para ella sería mejor irse con rapidez que sufrir una agonía que la podría tener postrada en su lecho por meses, o tal vez años. En mi corta carrera como médico he visto algunos casos, en los que el paciente lo único que implora es la muerte.

-¿Dónde ha adquirido tanta experiencia, doctor?

-En el St. Mary's, milord.

-Entonces, ¿qué aconseja, ahora?

-Tenerla lo más cómoda posible. No dejar que se agite, pero paseos lentos por el jardín le harían muy bien. Puede comer lo que desee, pero sin exceso.

-¿Le dolerá?

-Lo más probable que no.

Mike se puso de pie y se despidió con un movimiento de cabeza. Cualquier palabra de consuelo que pudiera brindarle a su amiga, y al padre de esta, sonarían vanas a los oídos de ellos.

Cuando el doctor se fue, rogó para que no lo llamaran demasiado pronto. Esa familia se merecía tener a lady Tandridge por más tiempo con ellos. 

Caron. Parte I «El candor de la inocencia»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora