Capítulo 15

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Ambrose no lo pensó demasiado cuanto tomó la decisión de embarcarse desde Wellington a la isla sur del país, con todo lo que había comprado y caballos. No se preocupó del estado de Rose, ni que el tercer acompañante fuera una niña de apenas cinco años. Por supuesto, Rose no puso resistencia, dispuesta a seguirlo a dónde fuera.

En una ceremonia rápida ante el alguacil del lugar, se casaron en Wellington antes de partir. Claro que el ambiente frío y la actitud distante del novio, no pasó desapercibida para los pocos presentes que se allegaron a presenciar la unión. Ni siquiera el esmero de la mujer del almacenero por embellecer a la novia, lograron sacar una sonrisa de los labios del novio. A pesar de lo forzada de la situación, Rose se sentía feliz: por fin pertenecía a alguien. Ya nunca más ella y Genna estarían solas. Y estaba segura de que con el tiempo lograría ganarse al arisco lord Sttanford. Ahora ella era condesa, pero eso no le importaba a nadie en esa tierra abandonada de la mano de Dios.

***

Desde Picton emprendieron un largo camino sin destino conocido. Ambrose tenía la idea de encontrar alguna mina pues era el negocio que mejor conocía. No tomó en cuenta que llegaba a un país que llevaba apenas unos pocos años como colonia británica. Una colonia que había partido oficialmente con cien habitantes. Por supuesto cazadores de focas y ballenas habían visitado el territorio varios siglos antes, también barcos provenientes de América y Europa se habían atrevido a intercambiar armas por madera con los maories, lo que sirvió para que estos últimos acrecentaran su agresividad contra los que ellos con justa razón llamaban invasores. En Wellington se enteró que había una pequeña colonia francesa, pero a Ambrose solo le interesaba encontrar habitantes del reino unido. Así que resultaba de vital importancia encontrar a más de los suyos, para al menos informarse acerca de posibles negocios. Sin embargo, su peregrinaje hacia el sur no estuvo para nada cerca de lo que Ambrose se imaginó.

***

Cabalgaron siempre cerca del mar, pasando cerca de los acantilados. Recuerdos de Cornualles, y sobre todo de Caron, vinieron a su mente. Últimamente no se había permitido pensar mucho en ella, porque así como a veces tenía la seguridad de que regresaría junto a ella, en otras pensaba que no la volvería a tenerla ante sí nunca más en su vida. No volvería a beber de esos labios tan escasamente probados. No podría saciarse de su cuerpo tal como ella se lo pidiera. ¡Maldita conciencia! ¿Por qué no lo había hecho? Ahora estaría con ella. El matrimonio habría sido inevitable, y quizás sería ella la que iría montada junto a él, y no esa pobre infeliz que solo le había servido como un pobre consuelo.

***

Tardaron un mes en llegar a un pequeño puerto, pues aunque el estado de gravidez de Rose no era tan avanzado, ella comenzó a sentirse mal arriba del caballo. Entonces Ambrose se dio cuenta de que tendría que comprar una carreta.

Le quedaba poco dinero del que había traído de Inglaterra. Le había enviado una carta por el Alcatraz a su abogado pidiéndole más, no se le ocurrió pensar en que si se marchaba de Wellington no estaría ubicable para recibirlo. Cuando se dio cuenta de su error, ya era un poco tarde para enmendarlo. Al menos aún tenía algunas posesiones valiosas como su reloj de bolsillo, y un par de anillos. Si los vendía, obtendría un buen dinero. Pero si encontraba oro antes, no sería necesario.

Dejaron los caballos frente a la taberna, que parecía ser el centro neurálgico de todo pueblo que se apreciara como tal, y entraron los tres, con Genna en los brazos de Ambrose.

-Buenas tardes -saludó él con amabilidad-. ¿Podría decirme dónde puedo comprar una carreta?

-¡Bienvenido, a Christchurch! Bueno, aún no es oficial, pero es el nombre que tendrá esta ciudad.

-¿Ciudad?

-Claro. Después que sea un próspero pueblo, se convertirá en una hermosa ciudad.

A Ambrose le cayó en gracia el optimismo del tabernero. Aun no eran más de diez casas, y ya se veía inmerso en una ciudad grande.

-Entonces, Shepard & Co., será la cadena de establecimientos más grandes de este lado del país. El Co., es porque mi esposa también aportó capital. No solo tendremos la taberna, también habrá hotel, almacén, y salón de té, como los que existen en nuestra amada Inglaterra.

-¿Y tendrán carruajes? -preguntó Ambrose, cansado de escuchar a Shepard.

-¡Oh, disculpe! En la esquina, por esta misma acera se encuentra el establo, tendría que ir usted mismo a ver.

-¿Puede servir algo de comer a las damas mientras voy a investigar?

-Por supuesto. Tengo una sopa muy buena. También hay algo de carne de cordero; aquí no hay reses; pescado, y pan.

-Estaremos bien con la sopa y el pan.

-Pero, tiene que comer carne. Una mujer en su estado la necesita.

-Si quiere darme leche...

-Solo de oveja.

-Está bien.

El hombre desapareció en la trastienda, y Rose se quedó sola con su hija. Estaba por preguntarle qué le parecía el lugar, cuando una fuerte punzada en el vientre la tiró de la silla.

Comenzó a gemir de dolor, agarrándose el vientre con ambas manos.

-Genna... Genna, ver por Ambrose.

La pequeña asustada, salió a la calle, y solo la presencia de varios caballos en la calle le advirtió a dónde debía dirigirse.

Genna corrió hasta el lugar, abriéndose paso entre los animales. Ambrose estaba charlando con un hombre y no vio llegar.

-¡Ambrose! ¡Ambrose!

-¿Genna? ¿Qué sucede?

-Ambrose, mamá está enferma. Dice que le duele. ¿Se va a morir?

Olvidándose en lo que estaba, cogió a la pequeña de la mano, y corrió con ella hacia la taberna.

Cuando entraron, Rose estaba siendo atendida por el tabernero y su mujer.

-Ya envié por el doctor, señor...

-Athens. Soy Ambrose Athens de Devon.

-Vendrá en seguida, señor Athens, no se preocupe.

-Estos dolores son normales cuando se ha cabalgado mucho -dijo la mujer-. Pero no se preocupe, de seguro no es nada grave.

-Esta es mi mujer, señor Athens.

-Mucho gusto, señora Shepard.

-¡Aquí estoy ya! -gritó un hombre mayor, desde la puerta.

-Doctor Lawler, qué bueno que llega, la señora Athens viene recién llegando. Parece que la cabalgata le hizo mal. Ella está embarazada.

-Deje que sea yo quien haga el diagnóstico, señora Shepard -repuso el hombre con enojo.

Estuvo examinándola en silencio durante varios minutos, luego guardó sus objetos. Miró a Ambrose a los ojos, y negó con la cabeza antes de hablar.

-La señora Athens no puede continuar. Podría perder el bebé.

-Continuaremos en carreta -objetó Ambrose, contrariado.

-No podría continuar, aunque le consiguiera el carruaje más mullido del mundo.

Caron. Parte I «El candor de la inocencia»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora