C I N C O

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Los días pasaron bastante extraños. Myrna y yo nos estábamos adaptando rápido a la ciudad, al ajetreo del trabajo y a los horarios de entrenamiento. Claro que también ayudaba un chingo que mi amiga tuviese ya sus 'queveres' con el Potro Romani, pues aunque ella lo negaba, él parecía bastante interesado en estar siempre al pendiente de ella e incluirnos en planes para turistear por la ciudad o simplemente quedarnos en casa, armando una buena carnita (o un 'asado', como él le llamaba) y hablar de futbol, aunque ooobviamente teníamos un menú vegano, ya que Zombie y Pepe a veces -casi siempre- se colaban a dichas reuniones. Hasta salimos con Hugo Sánchez y Carmelo alguna vez.

Había pasado casi dos semanas desde la última vez que hablé con Aitor, y la verdad no era como que tuviera muchas ganas de hacerlo de nuevo. Durante los entrenamientos ambos fingíamos que el otro no existía, y mientras él no se separaba de Axel ni para respirar, yo trataba de aligerar el ambiente con Myrna y Zombie, con quien no se me dificultó para nada la convivencia, incluso hasta podría decir que teníamos mucho en común (aunque el veganismo nunca sería una pinche opción).

Como sea que fuere, estábamos en la recta final del torneo regular, 8vo. Lugar de la tabla y el partido decisivo para el pase a la liguilla era contra el Santos, de visita en la comarca.

-¡A ver, chicos!—gritó Isabel, antes de que nos subiéramos al autobús que nos llevaría al aeropuerto. Los chicos se reunieron a su alrededor, mientras Myrna y yo nos quedábamos un poco más atrás—este viaje es el más importante de la temporada, en este juego se decide todo y nos estamos jugando la vida prácticamente, porque si no ganamos nos va a llevar la chingada. Así que échenle un chingo de huevos, hagan lo que saben hacer ¡y vamos a ganar, chingadamadre!—todos los chicos aplaudieron, mientras Myrna y yo los secundábamos.

-Oye Myr, ¿querés venir en el bus conmigo?—Potro, saliendo de quién sabe dónde con su mochila al hombro, se acercó a Myr. Ella me miró, dudando en qué responder porque era obvio que nos íbamos a sentar juntas. Le hice una seña para que dijera que sí.

-Claro—respondió al argentino sonriéndole. Él la tomó de la mano y desaparecieron cruzando el estacionamiento, hacia el exterior.

Aferré el maletín donde llevaba mi cámara y mi pequeña maleta de viaje donde cargaba mi muda y el resto de mis pertenencias y me dirigí al autobús, justo detrás de Emaíl y Axel. Al subir pude ver a Isabel y a Carmelo en los primeros asientos, un poco más atrás a Rafa. Emaíl y Pepe se acomodaron en los asientos de en medio. Casi al final pude ver a Myrna quien casi se estaba hiperventilando pues la cabeza de Potro descansaba sobre su hombro. Sonreí porque, conociéndola, esta pendeja ya estaba en la quinta nube imaginando la boda y a sus hijos jugando en la selección de México y Argentina. Meneé la cabeza y me senté un par de asientos delante de Axel, mientras el resto del equipo se iba dispersando por los asientos sobrantes. Me puse mis audífonos, dispuesta a dormir aunque fuera una media hora de camino al aeropuerto, pero antes de que lo lograra Aitor subió al autobús, llamando mi atención por completo. Detestaba la forma en que caminaba, super chingón, como si el puto suelo no lo mereciera. Recorrió una parte del pasillo, hasta que se detuvo por unos instantes frente a mi asiento y me miró. Y puedo jurar que mi corazón casi se detuvo.

Ni de peeeeeeedo.

-¡Perdón, wey! Con permiso—alguien le dio un leve empujón, y fue ese movimiento el que me permitió apartar la vista de él. Cuando lo hice pude ver a Zombie, quien con la sonrisa más pinche grande del mundo pasaba a Aitor y se sentaba en el asiento a un lado de mí—No mames, creí que no llegaba—se rió levemente y yo no pude evitar secundarlo, su sonrisa era contagiosa.

C U A R T O  D E  H O T E L | Aitor Cardoné (Club de Cuervos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora