18:
El sendero me permitía a penas acceder a él. Estaba lleno de vegetación y el viejo Astra estaba en las últimas, una bala había alcanzado una de las ruedas provocando su pinchazo y el correspondiente llantazo contra un bordillo. La dirección asistida estaba jodida y los frenos fallaban también. De puta madre todo.
He parado tras un viejo montículo de leña, debe de haber una casa cerca, aunque desde aquí no pueda ver nada. He tenido que salir del coche a toda prisa y apoyarme en el tronco de un viejo cedro; las arcadas invaden mi cuerpo y me limito a dejar salir los fluidos del zumo que me tomé antes de salir. Tras vomitar, escupo en el suelo, y maldigo cada puto segundo de mi vida. Si no fuera por Marc y Paul, ya me habría rendido hace tiempo, y ahora era mi hermano Paul quien estaba herido, yo era su única salvación. Me necesitaba, y eso era lo único que me mantenía cuerdo en estos momentos.
Vuelvo al coche, abro la puerta trasera izquierda, y con su ayuda, consigo incorporarlo hasta sentarlo. Se levanta como puede la camiseta y ahí está, expulsando sangre, el puto agujero, el maldito orificio que nos iba a joder la huida. Mierda.
-Oye Paul, la cosa pinta mal-. No sé mentir cuando me pongo en modo doctor, pienso que es esencial que las personas sepan su estado, a no ser que hayan pedido no saberlo. Pero conocía perfectamente a mi amigo, a mi hermano, mi compañero de tantas batallas y guerras. Teníamos que salir de esta fuera como fuese. Y había perdido mucha sangre, tenía que sacar la bala y cerrar la herida urgentemente. Por no hablar de una transfusión de sangre.
-Jason, prométeme una cosa tío-. Me pone su mano derecha ensangrentada sobre mi hombro izquierdo-.
-Lo que quieras-. Me daba miedo esa frase, pero ahora no estaba en condiciones de negarle nada-.
-Tienes que prometerme, que vas a salvarte. Pase lo que pase, y no vas a mirar atrás, ¿eh? Prométemelo Jae-. El nudo que tenía en el estómago se me subió a la garganta, abrí la boca para intentar pronunciar un NO rotundo, pero tras varios intentos de tartamudeo, decidí cerrarla.
Me acaricia la nuca, como quien se despide de alguien a quien sabe que no volverá a ver. Y pasa, se me llenan los ojos de lágrimas, y lloro, y lo abrazo con cuidado, pero con fuerza, como quien intenta sujetar a un pájaro que quiere volar, mi mejor amigo se me estaba yendo entre mis brazos, y lo único que podía hacer por él era darle toda mi fuerza y hacerle más ameno el final.
Por mi cabeza rondaban mil pensamientos, mil maneras de intentarlo. Sabía que estaba totalmente prohibido pedir ayuda a personas ajenas a la unidad. Pero nos habíamos quedado solos, no teníamos a quien recurrir.
Con mis manos aún presionándole la herida para evitar que saliese más sangre me puse a divagar sobre las limitadas opciones y posibilidades que nos quedaban. Si permanecíamos en aquel lugar más rato Paul moriría en menos de media hora, siendo optimistas, y si nos encontraban, moriríamos los dos. Se me acababan las ideas y a la vez me mareaban intentando quedarse implantadas en mi cerebro para proceder a la acción. Dios. ¿Dónde coño nos hemos metido? ¿Qué mierda hacemos aquí? Tantos años de entrenamiento, sufrimiento, golpes, heridas, y nada me dolía más que saber que íbamos a morir y que no podíamos hacer nada. Porque nada era peor que traicionar a la unidad, de eso nos hicieron estar seguros desde el minuto uno que se cruzaron en nuestras vidas.
No sé en qué momento dejé a Paul presionando, con mi camiseta hecha una bola, su herida, y me dispuse a dar un cambio de sentido radical a 80 km/h que hicieron que las ruedas comenzaran a desprender humo y ese típico olor a goma quemada. Era consciente de que iba en dirección contraria pero no tenía tiempo para nimiedades. Estaba escuchando los leves gemidos agonizando de Paul, y era lo que me mantenía con la mente fría para concentrarme en mi puto objetivo: el Hospital.
Sabía que esta opción era la más idiota por mi parte puesto que solo sería buscarme más problemas, por no hablar de lo que tendría que inventarme para que nos dejasen acceder a urgencias y dejar que fuera yo quien lo operase. Me iban a putear, y eso era exactamente lo que menos me apetecía en este momento.
Nos persiguen. Creo. No lo sé. No estoy seguro. Pero si no es ahora, lo será en cualquier momento. Así que vuelvo a acelerar, pero el motor a penas responde, no me da tiempo de llegar, siento que se me agotan todas las papeletas y las monedas de la suerte. Joder. Noto como la ansiedad va apoderándose de mí, como el cortisol se extiende por cada unidad nerviosa de mi cuerpo. Me ahogo. Quiero gritar y llorar. Necesito un segundo de paz, me conformo con tan solo un segundo. Necesito relajarme o nos vamos a estrellar.
Y de pronto ahí está, bajo llave, la pequeña puerta que abre el muro de mi cabeza. La puerta que abre mis miedos, mis sueños, mis secretos, mi pasado y todo aquello que no me atrevo a decir en voz alta. Y allí, en un pequeño rincón, en una vieja cama con los pies sobre la almohada y la cabeza al final, está ella, sonriéndome mientras se agarra del pelo jugando con unos mechones que le cae por su perfecta mejilla. Y ese lunar... espera, Sara no tiene ese lunar. De pronto me doy cuenta de que esos mechones son color rubio ceniza, rubio oscuro, nada que ver con el pelo negro de Sara. Confundido me pierdo entrando en esa habitación, y me sorprendo perdiéndome en esa perfecta imperfección de su preciosa y delicada cara. Me mira con los ojos muy abiertos, con una media sonrisa y la ceja levantada. Creo que puedo incluso olerla, huele tan bien, a ropa limpia, a libertad, a fresco, a casa... Quiero enfadarme conmigo por pensar en ella en lugar de... ¿de quién?
Su mirada ha cambiado, me pitan los oídos y la siento cada vez más lejos, quiero tocarla y agarrarla, pero la veo desvanecerse poco a poco en la oscuridad. Solo escucho "¡Despierta estúpido!" abro los ojos y veo de frente un camión, a pocos metros de colisionar, probablemente llevaba pitándome un buen rato con el claxon, y probablemente me había ¿dormido? Doy un volantazo justo antes de estamparnos frontalmente, provocando que atraviese el quitamiedos de la carretera. Solo escucho golpes, cristales rompiéndose, incluso puedo notar un sabor metálico en mi boca, sé que estamos dando vueltas de campana, y que no puedo hacer nada.
El pitido se hace cada vez más fuerte, como si de una olla a presión se tratase. Ese silbido que molesta en los más profundo de nuestro cerebro. Me llevo la mano izquierda a la frente, como si así pudiera calmar el dolor, y se me empapa de sangre, de ahí el sabor metálico de hacía un instante. Creo que hemos caído por un terraplén, no estoy seguro. Intento desabrocharme, a duras penas, el cinturón, culpable de haberme dejado una marca morada entre el pecho y el abdomen, y de haberme salvado la vida también.
- ¿Paul?, ¡Paul! -. Consigo incorporarme sobre mi asiento para pasar por el hueco hacia detrás. Está tosiendo, está vivo. Es lo primero que me importa. Ahora veremos que más puede pasar hoy.
- Jason, si que tienes ganas de matarme hoy, cabrón-. Escucho como suspira mi cuerpo, instantánea y fuertemente. Aliviado, lo ayudo a incorporarse también. Le quito el cinturón, y pasando su mano sobre mis hombros, salimos del coche, cojeando, llenos de heridas, de sangre, y también de lágrimas. Estamos destrozados, y agotados.
Conseguimos llegar a la carretera de nuevo, el móvil 1 está completamente destrozado e inservible. El 2 nunca lo hemos llegado a usar, pero tal vez este era el momento indicado. Así pues, me dispuse a marcar el número totalmente prohibido, altamente peligroso y para uso de completa y plena necesidad vital, sí, era la hora. Tras varios BIPS el sicario favorito de Pablo y yo nos entablamos en una conversación no más de 40 segundos, en los que consigo pedir ayuda, en los que me advierte de las consecuencias de haber pulsado el número, ese número, y automáticamente me llevo la mano al bolsillo trasero del vaquero, Paul hace lo mismo al verme la cara. Soy un libro abierto en situaciones dramáticas. Y ahí están, las pequeñas y letales píldoras, no hay opción a la duda, si nos cogen, sabemos qué hacer.

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Atrapada en sus manos.
Aksi----------Jason poco a poco fue dejando de hacer fuerza, hasta que la liberó por completo. Una parte de Emma deseaba que no la soltase nunca, esa sensación de ser suya, estar a su voluntad, sumisa, la volvía loca. Adoraba estar atrapada en sus manos...