Ardillas voladoras, capítulo 8

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- ¡Sujétala fuerte Juliana! -

- ¡La estoy sujetando! -

- ¡Sujétala más fuerte! -

Ambas chicas estaban histéricas gritando dentro del auto de Camilo que se balanceaba de un lado a otro por el terreno nada uniforme del bosque, con los brazos fuera de las ventanas del vehículo sujetando la bicicleta que no cabía en la cajuela y sin cuerdas tuvieron que recurrir a precarias y desesperadas ideas.

Camilo miraba la escena con aspecto horrorizado mientras trataba de conducir en medio de la maleza y rocas que había por doquier.

- ¿Hacia donde ahora señorita? - Preguntó tratando de seguir en línea recta ya que no había calles, o algo que le dijera que no estaba perdidos.

-A la derecha y cuando vea un árbol con una línea pintada en el centro gira a la izquierda. - Señaló sacando el último brazo que le queda para tratar de equilibrarse mejor. - ¡Valentina se me está viniendo encima! - Volvía a gritar

- ¡Estoy usando toda la fuerza que tengo! - Y no era mucha en realidad, aún así trato de jalar más la bicicleta hacia donde ella estaba para evitar se cayera. - ¡UNA ARDILLA! - Gritó haciendo que todos voltearan a verla, y en efecto una ardilla se había colado al auto, probablemente salto de un árbol y ahora está sentada en una rueda dejando colgar su cola en la cara de Valentina. - ¡Juliana quítala! - Chilló aguantando las ganas que tenía de soltar sus manos.

- ¿¡Cómo se supone hago eso!? - Gritó en respuesta tratando de ahuyentar a la ardilla sacudiendo un poco la bicicleta.

Camilo giró un poco la cabeza para tratar de ver mejor lo que estaba pasando en el asiento trasero de su preciado carro. Pudo apreciar a una pálida Valentina mirando con miedo la cola de la ardilla que disfrutaba del pasea y a una Juliana con el ceño fruncido tratando de asustar al animal que al contrario se veía relajado, o al menos aparentaba su suave meneo. Se distrajo tanto que no vio el árbol que estaba a solo unos metros de él y lo hizo frenar de manera abrupta sacando a la ardilla por los aires y por poco más también a la bicicleta, pero ninguna de la chica la soltó al momento del

"A eso le llamo una ardilla voladora." Pensó el mayor mientras acomoda sus lentes y ponía una de sus manos en su pecho sintiendo el fuerte palpitar de su corazón.

- ¿Están bien? - Preguntó girando esta vez su torso completo para encontrarse con las caras en estado de shock de las adolescentes que estaban estáticas aun con los brazos fuera del coche y el pecho subiendo y bajando de manera exagerada.

- C..creo que sí. -Respondía Valentina girando su cabeza hacia Juliana y fue cuando se dio cuenta que, en medio del caos y el ruido, ambas habían tomado la mano de la otra y se sujetaban con fuerza. La castaña se percató de lo mismo y se quedó mirando la unión varios minutos, esa era una sensación demasiado agradable, creía haberla olvidado, pero solo estaba dormida y despertó de nuevo en ese momento, de pronto las penas eran pequeñas, el cielo era claro de nuevo y se sentía protegida. El tan extraño, tan conocido y anhelado tacto de sus palmas unidas de nuevo brotaba brillo y primavera a los años de vida que estuvieron lejos, el calor era electrizante, demasiado y tuvieron que separarse para evitar quemarse.


-Estamos bien, bien. - Secundo Juliana mientras aclaraba su garganta y salía del auto apresurada, el nerviosismo la invadió una vez más y empezó a morder de nuevo sus labios jalando de vez en cuando algún trozo de piel despellejada. -Mi casa está muy cerca, podemos llegar caminando a partir de aquí. -

***


Llegaron justo a tiempo, en cuanto entraron a la cabaña una gran tormenta cayó sobre el bosque. La tierra se volvía lodo, las hojas trataban de proteger al árbol mientras este daba cobijo a los animales, la tarde se oscureció y mientras el anticuado doctor Camilo Guerra atendía a Guillermo, Juliana preparaba juntó a John algo de chocolate caliente. La lluvia siempre fue su favorita, sobre los días soleados o las nevadas, ella siempre iba a preferir la lluvia, era como si el cielo en un acto de simpatía llorara para hacerle saber que no es la única con el corazón apesadumbrado, no le sorprendía que los grandes poetas le hayan dedicado al menos una de sus prosas a la lluvia, era obvio, era mágica, casi purificadora, así lo veía, que quizá esas gotas de agua le darían el consuelo que tanto necesita para olvidar lo que un día perdió de vista. Para ella los mejores días eran cuando podía sentarse a leer con un buen chocolate caliente y escuchar la lluvia golpeando los cristales, era relajante, arrullante. Era en esos momentos donde se sentía dichosa y feliz, había día incluso donde se sentaba en el marco de la puerta dejando que el olor a tierra mojada la invadiera y dejaba salir un largo suspiro vaporoso mientras miraba la lluvia caer.

You're My Robin HoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora