—Unas horas antes—
El cielo sobre la ciudad de Grayhold lucía un matiz anaranjado. El sol aún no terminaba su ronda, pero ya no era una amenaza para Kayl.
Kayl caminaba a un paso acelerado, las personas que pasaban a su lado lo miraban curiosos. Llevaba puesta una gabardina de piel negra, botas estiló militar y unos vaqueros del mismo color, y por si fuera poco tenía un semblante tan pálido como la nieve. Se dirigía a su hogar; una pequeña casa en los límites de la ciudad, donde nadie lo molestaba. Su contacto con humanos era prácticamente nulo.
Después de andar unos minutos más ya se encontraba lejos de lo civilizado, atravesaba por una zona donde la población era escasa, las casas y edificios estaban tan viejos y demacrados que daban el aspecto de un pueblo fantasma. En ese momento notó que a lo lejos una chica le hacía señas para que se acercara, él no tenía la intención de hacerle caso, pero aun así continuó caminando. Siguió con su paso habitual, y antes de llegar a la intersección donde estaba la chica, ella se encaminó hacia él. Usaba un suéter azul que estaba sucio y roto, unos pantaloncillos de pana negros, y unas zapatillas blancas, tan blancas que no combinaban con el resto de su vestimenta. Llevaba su larga cabellera negra cayéndole por los hombros, era esbelta, y aunque poseía unos bonitos rasgos Kayl sólo podía sentir repulsión por ella. La mujer lo tomó por el brazo y tiró de él.
—¡Por favor! —dijo entrecortada, mientras seguía tirando de el — ¡Tiene que ayudarme!
Kayl dejó que lo arrastrara con ella, lo jalaba hacia una callejuela vacía y oscura que apestaba a basura podrida. Probablemente alguien la había asaltado a ella y a su novio, y él se había llevado la peor parte, pensó Kayl. Era una zona peligrosa después de todo, ocurrían asaltos todo el tiempo. Llegados a un punto la mujer se detuvo, lo soltó y sin volverse a mirarlo comenzó a reír. Entonces Kayl sintió un afilado metal en su cuello, por debajo de la manzana de Adán, probablemente era una simple navaja de bolsillo.
—¡Si te mueves de abriré la garganta! — dijo una extraña voz masculina.
La mujer se volvió, aún con la sonrisa en su rostro.
—Los hombres son tan patéticos —dijo en un tono de burla, como si estuviera conteniendo la risa —. Con solo ver una cara bonita se les nubla la vista.
El hombre detrás de él dejó escapar una risita, y presionó más la navaja contra él. Luego comenzó a registrarlo, en busca de algo valioso; no obtuvo resultados en los primeros bolsillos, hasta que de uno de ellos sacó un grueso fajo de billetes, que después acercó a su rostro para ver de cerca, como si no lo creyera.
—¡Dimos con un pez gordo! —gritó feliz, luego arrojó el dinero al suelo y la chica lo recogió. Cuando el hombre estaba por meter la mano en otro de los bolsillos de Kayl, este lo sujetó por el otro brazo, el mismo que tenía la navaja contra su cuello. El hombre se sorprendió e intentó aumentar la presión de la navaja, pero fue en vano. Escuchó el crujir de sus huesos y seguido un inmenso dolor. Soltó un estrepitoso grito de dolor mientras la navaja se resbalaba de su mano, Kayl la atrapó antes de que cayese al suelo, se dio la vuelta sin soltar el brazo del sujeto, solo entonces lo vio. Tenía una cabeza gris sin pelo, un rostro arrugado y le faltaban dientes. Kayl clavó la navaja en su flaco abdomen, y lentamente la arrastró sobre la caja torácica hasta que desembocó en su cuello. El sujeto se desplomó en el suelo, que en unos segundos se cubrió de sangre, sus órganos e intestinos se asomaban del corte. Era una escena repugnante.
Kayl se miró; cubierto de sangre, pero en lugar de despertar su apetito, le causaba asco. Miró por detrás de su hombro; la mujer ya no estaba. Se había dado a la fuga. Soltó la navaja empapada en sangre, y emprendió la caza.
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El hada y el vampiro
VampireErase una vez; la historia de un cazador que se enamoró de su presa. (Su error) La presa no sentía miedo del cazador, y así mismo se enamoró de el. (El error de ella) Todo parecía ser perfecto, ya que mientras se tuvieran el uno al otro todo estaría...