Capitulo 4-

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Un contraste absoluto con aquel hombre sensual vestido con camiseta arrugada y vaqueros gastados, con la cara cubierta de barba y el pelo revuelto y demasiado largo.

– ¿Cuándo fue la última vez que fue a la peluquería o se afeitó? –pregunté.

Niall levantó de nuevo la copa y bebió.

–No es asunto suyo –gruñó.

–Refugiarse en su aspecto desaliñado…

–No va a cambiar el hecho de que mi pierna me duela.

–Tenemos que averiguar por qué es –insistí.

–No, olvida el plural. Tú eres la que tienes que averiguar por qué es si quieres mantener un trabajo que, sin duda, estará muy bien pagado –señaló Niall–. Pero, como no tengo intención de dejar que te acerques a mí o a mi pierna, eso va a resultar muy difícil, ¿no te parece?

Iba a resultar más bien imposible, admití para sí misma. Poder evaluar el problema de un paciente era más de la mitad del proceso. Y además afectaba al tratamiento.

Un tratamiento que aquel hombre aseguraba que no iba a permitirle hacer. Me puse de pie para recoger sus platos sucios y los llevé a la pila para empezar a meterlos en el lavavajillas.

– ¿Quiere que le prepare el bistec ahora?

–Dime una cosa, Jane, ¿qué parte de «lárgate de mi casa» no has entendido antes? – preguntó Niall.

Tomé aliento.

–Como no soy estúpida ni estoy sorda, lo he entendido todo. También prefiero que mis pacientes me llamen «Janine» o «señorita McKinley» –dije con sequedad. Sólo mi familia y amigos cercanos podían usar el diminutivo de mi nombre. Además, la formalidad de mi nombre completo sonaba más profesional. Y tenía que admitir que cada vez me costaba más trabajo mantener mi relación con Niall Horan en el terreno profesional.

Teniendo en cuenta el posible escándalo del asunto de los Newman, tenía que mantener mi relación con aquel hombre, y con todos sus pacientes, en el terreno estrictamente profesional. Si las acusaciones de Rosalinda Newman con respecto a su marido y yo hubieran sido ciertas, sabía que se merecería la virulencia de la otra mujer. Sin embargo, Daniel Newman me parecía uno de los pacientes más repulsivos que había tenido.

Al contrario que Niall Horan, a pesar de su temperamento desagradecido… Niall me miró de manera irónica mientras se rellenaba la copa de vino.

– ¿Por qué no aceptas que estás perdiendo el tiempo conmigo, Janine? Acepta que no te deseo ni te necesito aquí.

Arqueé una ceja.

–Estoy de acuerdo con la primera parte de la segunda frase.

Niall apretó la mandíbula al ver el desafío en mis ojos verdes. Era consciente una vez más de que, aunque su boca y su cerebro querían alejarla de allí, al mismo tiempo su cuerpo deseaba estrecharla entre sus brazos y besarla sin parar. No había sentido una pizca de interés por una mujer en los últimos seis meses, y en sus momentos más bajos se había preguntado si tal vez el accidente le habría robado también la capacidad de sentir deseo. El ardor que sentía al mirar a aquella mujer al menos le había dejado tranquilo en ese aspecto.

Niall se preguntó qué haría la profesional Janine McKinley si él hiciera caso a su instinto y la besara. Probablemente saldría corriendo y gritando en mitad de la noche y no volvería a acercarse a su puerta.

Que por otra parte era justo lo que Niall deseaba que hiciera…

Apoyó su bastón contra la mesa de la cocina antes de recorrer la corta distancia que los separaba, hasta quedar a pocos centímetros de mí, hasta que, retrocedí contra el armario de la cocina mientras lo miraba con ojos aprensivos.

A Dangerous Millionaire (Niall Horan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora