CAPÍTULO 3

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Para llegar a donde me encuentro ahora mismo falta una eternidad.

Pero bien, comenzaré a relatar más o menos cómo comenzó mi odio a los hombres.

(...)

—¡Me encanta! —saltó de alegría Ariana al verme con esa blusa y esa pollera que ella misma había elegido.

Tenía dieciséis años. Y empiezo por acá porque esa edad fue crucial. A partir de ahí que mi mirada hacia el mundo cambió.

Me encontraba en casa frente a mi placard, junto con Ariana, mi mejor amiga. Ariana es lo mejor que puede existir en este mundo. Siempre estuvo y está ahí para cuando la necesito. Es súper dulce y tierna. Es morocha, ojos verdosos y piel blanca. Es la mejor consejera y en aquel momento me estaba ayudando a producirme para una cita casual. De hecho se trataba de mi primera cita con un compañero del colegio que me atraía hacía por lo menos tres años.

Su nombre era Joaquín. Era un chico un poco más alto que yo, moreno y sus ojos me derretían. Tenía la sonrisa más perfecta que jamás hubiera existido. Además, su cuerpo estaba ultra trabajado. Dios mío qué bueno que estaba.

Joaquín había entrado a mi colegio en primer año de la secundaria. Captó mi atención desde el primer momento que lo vi. Me acuerdo que el primer día de clases entró al aula con un aire triunfante y sin dejar de presumir sus dientes. Después me enteré que era porque recién le habían sacado los aparatos. ¡Bah! Puberto.

Rogué que no se sentara en el fondo junto a Benjamín, Francisco y Lautaro, los más "populares" y machitos de la clase. Pero obviamente, ¿qué pasó? Se sentó con ellos. Es el día de hoy que aún no logro entender qué carajo tienen que se atraen entre ellos como imanes. ¡Es increíble! ¿Es que acaso no podía sentarse con otros chicos "normales"? No, porque evidentemente apenas entró al aula emitieron como una especie de conexión mental y entre simios se entendieron.

Uno más, pensé.

Benjamín, Francisco y Lautaro eran tres seres que, para aquel entonces no soportaba ni un poco. Eran los más conocidos de mi curso y tenían a todas las chicas atrás. Además de ser homofóbicos y machistas. No comprendía qué les llamaban tanto la atención a todas.En la primaria, Benjamín no se cansó de hacerle bullying a una de mis más amigas ni por un segundo, por lo que desde ahí que le tomé tanto odio. Él, era sin dudas el peor.

Además, en tercer año, una chica de segundo lo había acusado de maltrato e intento de abuso sexual, pero Manuel, mi amigo, afirmó haber presenciado la situación y dijo que había sido todo una mentira de la chica para que lo expulsaran. Porque a Benjamín lo suspendían siempre. Siempre se mandaba alguna que ameritaba amonestación.

Y Joaquín se sentó con ellos. Maldita sea.

Durante ese año no dejé de mirarlo. A pesar de haberse vuelto amigo de mis más odiados compañeros, tenía algo que me volvía loca.

Pero él ni me registraba, sino que estaba colgado a los pies de Valentina, otra compañera y amiga de aquellos varones.

Valentina era muy hermosa. Sí, era la típica popular de todo el colegio con la que todos querían estar. Pero en el fondo era buena persona. Aun así, no dejaba de ser la mejor amiga del grupito ese.

Por otro lado debo admitir que un poco de envidia le tenía. Ella era linda, y yo horrible. Ella tenía a todos atrás, y yo no. Está bien, éramos chicos, pero igual me molestaba que a ella le saliese todo bien y a mí mal.

Después estaban mis amigos: Ariana, Manuel y Tomás. Sí, mis únicos amigos. Igual dicen que menos es más, ¿no? Uno puede rebalsarse de falsos amigos pero, los verdaderos son contados con los dedos. Y eso último era justamente mi caso. Ariana, Manuel y Tomás eran incondicionales. Tanto, que eran los únicos a los que tuve el valor de confiarles mi secreto.

Pero más tarde les voy a hablar de Manuel y Tomás. Ahora, seguiré por donde estaba.

Me encontraba preparándome para mi cita con ¡Joaquín!

Era cuarto año de secundaria. Me acuerdo que Joaquín no me dio ni la hora durante tres años y medio, los cuales yo moría embobada por él. Él se juntaba con sus amigos y amigas piolas mientras yo solamente me juntaba con mis tres amigos... no piolas. ¿Cómo pretendía que me diera pelota?

Cuestión que de repente un día de ese año se sentó al lado mío en una clase. En lo que nos conocíamos habríamos hablado tres o cuatro veces al pasar, no mucho más que eso.No le prestó atención a la profesora ni medio segundo, ya que o estaba con el celular o me molestaba por debajo del banco. Demasiada confianza, diría yo.

Hasta que a fin de cuentas, a mitad de la hora me habló. No me acuerdo bien qué fue lo que me dijo, pero sí recuerdo que apenas me llamó por mi nombre mis mejillas se tornaron por completo bordó y el calor me subió repentinamente. Hice un esfuerzo sobrehumano por no mirarlo a la cara hasta que se me pasara la vergüenza.

Reptitió mi nombre y no dejaba de mirarme. Lo veía de reojo. Sin más, cuando sentí que el calor había cedido lo miré al mentón. Ni hablar de establecer una conexión visual. Estaba segura que si nuestras miradas se cruzaban, me pondría roja de nuevo o me comenzaría a latir el ojo.

Dios me libre, que deje de sonreír o voy a tener que comerle la boca ahora mismo, pensaba. Encima, ahora que estaba más grande se había puesto todavía más lindo.

Una vez que le contesté, Joaquín no dejó de hablarme durante toda la hora restante. Sí que tenía cosas para decir.

Ese día creí haber conocido a Joaquín.

Al día siguiente me saludó cuando llegó. No lo podía creer. Ni yo, ni Ariana, ni Manuel, ni Tomás. Por supuesto ellos sabían que amaba a Joaquín desde primer año.

Semanas después de haber estado hablando seguido con él, me envió un Whatsapp en el que me preguntaba si quería salir a comer. Los dos. Solos.

Salté de alegría, e intenté parecer indiferente cuando le dije que sí. Pero la verdad era que me había estado muriendo de ganas de que llegara ese momento.

Aquella noche me vestí producida por mi mejor amiga, me maquillé de manera sutil y me dirigí a donde me encontraría con Joaquín. Decidí entrar al restaurante ya que me agradaba más esperarlo adentro. Busqué una mesa y le mandé un mensaje.

Habían pasado quince minutos y Joaquín no llegaba.

Veinte.

Veinticinco.

Hasta que de un momento a otro me tuve que refregar los ojos para corroborar que estaba viendo bien y no estaba siendo engañada por mi imaginación.

¿Acaso ese era Benjamín? No, imposible.

Detrás de él apareció Lautaro con un celular.

Me levanté de mi asiento sin entender nada. Ellos venían hacia mí. Unas manos me sorprendieron por detrás. Era Francisco.

—¿Qué carajo? —dije viendo la situación.

En eso volví a mirar hacia los otros dos y entendí que me estaban filmando. Comencé a llorar sin darme cuenta.

—¿De verdad creíste que Joaquín te había invitado a una cita? —rió a carcajadas Lautaro—. La venganza es dulce como la miel.

La venganza es dulce como la miel, me dijo, el pelotudo.

Lo miré a los ojos llorando.

Exacto. Ahí fue cuando me entré que toda esa farsa, desde el primer día que se sentó a mi lado, hasta que me invitó a salir, había resultado ser nada más ni nada menos que una venganza.

Ese día, conocí a Joaquín.

Cómo me hice lesbianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora