CAPÍTULO 24

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—Me duele que pienses eso de mí —reprochó Felipe enojado.

Para colmo era él el enojado. No podía asimilarlo.

—Ya no sé qué pensar. Explicame, entonces, qué fue lo que vi.

—¿Maia? Sí, es mi prima. ¿Cómo podés creer que estuve con ella? Emma, estás loca.

—¡Felipe, eras vos! Estoy muy segura de lo que vi, por Dios.

Él se puso cada vez más nervioso. Sus mejillas se pusieron ardientes y una gota le recorrió la sien.

—¡Está bien! ¡Sí! No sé cómo decirlo pero me estoy comiendo a mi prima. En realidad no —sacudió la cabeza—, fueron solo dos veces y ni siquiera es mi prima. Emma, yo te amo.

—Decidite, o es tu prima o no lo es.

—Es la hija del primo de mi papá, y es adoptada, ni siquiera compartimos sangre...

¡Pero qué morboso de mierda!

—¿A vos te pensás que me importa quién mierda es? Encima no tenés el valor para confesármelo... Sos patético. Claro, tampoco tuviste el valor para decirme que estabas enamorado de mí en aquel momento... Debí suponerlo.

—Emma...

—Nada más que escuchar.

—No es que no te quería decir... Pero no quería que mi familia se enterara. Con Maia nos teníamos ganas hace un montón y nunca había pasado nada.

—Claro, lo dejaron para cuando estuviese la pelotuda de Emma en el medio, ¿no?

—No. Ella vino recién ahora. Hacía como un año que no nos veíamos.

—¿Vos me estás jodiendo?

—Pero por favor, Emm, perdoname... No va a volver a pasar, fueron solo dos veces y ya. Yo te amo a vos. Ella se vuelve en una semana.

—Al final terminaste siendo igual que todos. Una pena.

—Por favor perdoname.

—No puedo creerlo. Quizás en otra vida te perdone.

La dejé picando y me fui. Me fui con ese nudo en la garganta que no me dejaba en paz. Me fui dejando atrás esa conexión tan intensa que sentía con Felipe. ¿Por qué a mí? La primera vez que lograba enamorarme de alguien y acababa todo tan mal. Sentí que nunca más podría llegar a gustarme alguien.

De pronto el amor se transformó en cenizas y la pasión en cólera. ¿Qué había hecho mal? ¿Acaso estaba pensando en que era mi culpa por no complacerlo como él lo esperaba? Me sentí lo más insuficiente del mundo. Nuevamente me atribuía el cargo de conciencia. Era mi culpa.

Pensé en el acontecimiento —¿cuándo no?— y me acordé de lo estúpida que fui al caminar sola de noche por el camino bajo; de lo estúpida que fui por usar un short en vez de un pantalón; de lo estúpida que fui. De lo estúpida que fui. Mi culpa. Siempre era mi culpa.

Y era más que evidente que la única responsable de que el amor se condensara era yo. Por ser una fría; por ser una más del montón; por no tener nada especial.

Mi culpa.

Pero hoy mismo veo mi muñeca, veo esa línea roja imperfecta atravesada de un lado a otro y entiendo lo fuerte e invencible que soy. Nada fue mi culpa. Sí, en realidad sí. La única culpa que me atribuyo es no haber tenido la fortaleza suficiente que tengo ahora para enfrentarme a las situaciones que más me debilitaron y volvieron vulnerable en su debido tiempo. Posiblemente no habría sufrido tanto.

Pienso que tal vez debería haberme puesto en el eje principal a mí misma y que no me importase tanto la opinión de los demás. Pero nunca fui capaz de hacerlo. No, hasta esta noche que acaba de pasar. Si bien es cierto que quiero que la tierra me trague, me animé a hacerlo. Pude. Pude con mi debilidad, y estoy orgullosa de ser lo que soy ahora. Tengo a una de mis mejores amigas durmiendo al lado y me pregunto si lo recordará.

No lo sabré hasta que abra los ojos.

La cuestión fue que días más tarde le dije a Felipe que lo perdonaba. No, no soy tonta. Me autofelicito por la madurez que tuve al dar el brazo a torcer y aceptar sus míseras disculpas, una o dos semanas más tarde.

Claro que no volvimos a ser lo que éramos antes. No iba a ser tan pelotuda de volver a estar de novia con una persona que me reemplazó por otra como si nada. Pero lo perdoné.

Durante ese tiempo me sentía pesada. Sentía una mochila en mi espalda que no me permitía avanzar y enfrentarme con la vida. Me hallaba estancada. Había algo dentro de mí que decía que lo mejor para librarme de ese peso era perdonándolo, así que cobré fuerzas de donde no existían, y lo hice.

A partir de ese momento me sentí libre. Sí, lejos de sentir la compañía de Felipe como un vacío existencial en mi pecho, me sentí aliviada. No entendía por qué. ¿Acaso mi yo interior quería vivir con libertad emocional y sexual? Posiblemente.

¿Felipe me ataba?

Algo. Estaba segura que era algo que no lograba descifrar.

Lo peor de todo fue tener que verlo en la clase. Cómo me miraba... Todo el tiempo sentía su vista fijada en mi nuca. Él lloraba por dentro, podía captarlo.

Tomás, Manuel y Ariana también se alejaron de él. Me priorizaban a mí por sobre Felipe, y decidieron dejar de lado su amistad por haber traicionado a su hermana del alma, o sea yo.

Yo les comenté que no me molestaba en absoluto que se siguieran juntando con él. Después de todo, no era quién para privar a nadie de nada. Pero ellos lo decidieron así.

Entonces la única pareja que quedaba en el curso se desarmó. Alexia y Joaquín seguían sin hablarse, lo que generaba un clima horrible en el grupito ese de los machitos; y Benjamín y Valentina estaban que iban y volvían, otra vez.

Llegó octubre. Con Felipe no estábamos peleados pero sí distanciados. Yo pretendía no hablarle así lo superaría más rápido. Y él estaba atrás mío. Todo el tiempo se acercaba a preguntarme una estupidez, a la que le contestaba cortante y me iba.

Una mañana que recuerdo como si fuera hoy, llegué al colegio y entré al aula. Me senté con Ariana como de costumbre, pero al echar un vistazo panorámico al curso noté que Valentina se encontraba llorando, con la cabeza hundida entre sus brazos apoyados en el banco. Alexia le acariciaba la espalda.

Por otro lado, los machitos riéndose entre ellos, sin importarles ni medio que su amiga estuviese mal.

La sorpresa me la llevé en el recreo, cuando sentí que una una mano se apoyaba en mi hombro. Al principio creí que era el molesto de mi ex novio, pero al girar mi cabeza vi dos ojos color rojo que me miraban suplicante.

—Emma, necesito que me ayudes —me dijo un hilo de voz.

Y así empezó mi primera conversación con mi amiga Valentina.

Cómo me hice lesbianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora