CAPÍTULO 13

63 14 4
                                    

Y ahí estábamos los cuatro juntos arriba del auto, yendo para la fiesta en casa de un amigo de Tomás.

—No quiero que ninguno termine quebrado, eh —expuso Manuel.

—Ah no —dijo Ariana en forma irónica—. Esto es una celebración, ¿o no te acordás?

Llegamos a la fiesta y estaba repleto de gente. Chicos adentro, afuera, en la cocina, en el baño; hasta había dos trepados en la escalera.

El amigo de Tomás y la mayoría de sus invitados eran un año más grande que nosotros; repito que nosotros teníamos quince y/o dieciséis. Habían comprado mucho alcohol, y eran apenas las doce y media de la noche y ya había unos cuantos borrachos.

Felipe no iba. Al principio había querido que él estuviese; al fin y al cabo él también era un amigo recurrente del grupo. Pero después me convencieron de que querían salir solo los cuatro juntos, como siempre.

Traía puesta una pollera negra ajustada, la cual marcaba prominentemente mi trasero, un top también negro con brillos, y unos tacones que me hacían trastabillar.

—Ah, bueno, ¡mamá! —sentí que una voz masculina me chiflaba detrás.

Volteé mi cabeza, para ver a quién más sino a Lautaro.

¿Qué hacía él ahí?

Como una buena ilusa creí que el halago de Lautaro había sido porque de verdad estaba linda y no porque yo era tan solo un ser caminante con vagina, tetas y un buen culo.

Hoy lo comprendo. No te silban porque de verdad les gusta tu apariencia, sino porque sí, porque sienten la necesidad de demostrar que son atraídos por mujeres y que son cien por ciento heterosexuales. Creen que por hacer eso nos van a levantar, y están muy equivocados.

Pero en aquel entonces no estaba tan equivocado. Una vez que alguien apreciaba mi atuendo, yo debía sentirme agradecida.

Dí una vuelta delante de él para lucirme, con cara de indiferencia.

—¿Eso es todo tuyo?

En lugar de indignarme decidí reírme.

—Deberías ir así vestida y maquillada al colegio.

Volví a reírme. Dios, qué tarada.

—¿Querés tomar algo? —me preguntó de repente.

—Claro.

Busqué con la mirada a mis amigos pero no logré dar con ellos. Entonces lo seguí a Lautaro hasta afuera, en donde estaba la barra.

—¿Qué querés? —me preguntó una vez allí.

A decir verdad no tenía la más mínima idea de qué tragos existían. Había tomado muy pocas veces en mi vida y siempre lo mismo. Le hice un gesto de indiferencia.

—Lo que vos tomes —respondí.

—Que sean dos fernets con mucho hielo —le dijo al de la barra.

Mientras observé el jardín. Era enorme. En el fondo había una pileta, aunque nadie la estaba usando por el fresco. Vi poca gente conocida. Unos pares de mi curso, otros pares del club, y alguno que otro del barrio.

Con mi vaso de fernet en la mano y acompañada de ¡Lautaro!, me dirigí hacia el lado izquierdo del jardín, en donde había gente bailando.

Me llevé el fernet a la boca y ¡puaj!, no pude evitar emitir un gesto de disgusto, con lo cual Lautaro dejó escapar una risa burlona.

—¿¡Nunca habías probado el fernet!? Es lo más rico que hay.

—No, la verdad que nunca lo había probado. Es un asco.

—Ya te va a gustar, al principio quizás es medio raro el sabor, pero cuando te acostumbrás, es un viaje de ida.

—Yo tomo Campari —le dije firme.

—¡Qué mami! —se burló—, eso es re de mina.

Revoleé los ojos pero no me importó demasiado. Seguimos bailando y cada tanto dejaba de respirar y tomaba un sorbo largo de fernet sin siquiera saborearlo, solo para quedar bien enfrente de las cientas de personas que creía que me miraban, pero sobretodo para no parecer una "mami" con Lautaro.

Ahora yo digo, ¿por qué? ¿Con qué necesidad? Me tragué todo el vaso de fernet solo porque un varón me había hecho sentir inferior, ¡por no tomar una bebida! ¡¡¡Y yo la tomé!!! En serio, quiero pegarme.

Tras un par de minutos de bailar con Lautaro —solo porque mis amigos habían desaparecido—, lo vi.

Salió por la puerta de la cocina luciendo una camisa celeste y su melena medianamente larga para un costado, con un vaso rojo en su mano izquierda, y riéndose junto con una morocha. Era Joaquín.

¡Ay, Dios mío! Qué bueno que estaba el pendejo.

'Controlate, Emma, tenés novio', me decía para mis adentros.

'Pero mirá esa sonrisa', me contradecía remordiéndome los labios.

Era cierto, Joaquín me podía mucho.

Cuando apareció en el jardín, todas las chicas que se encontraban cerca voltearon la cabeza y se quedaron mirándolo.

De pronto besó a la morocha y la puso contra la pared. No pude evitar el sentimiento de envidia.

—¿Hola? —me dijo Lautaro mientras movía su mano por delante de mis ojos—, estás tildada y boquiabierta, ¿qué mirás?

—No te escucho —grité fingiendo que la música tapaba sus palabras.

Lautaro hizo un gesto de que me olvidara mientras se sonreía. A decir verdad, el machito era bastante lindo. Nunca había tenido la posibilidad de verlo bien de cerca como en ese momento, a lo que me di cuenta que no estaba nada mal. Además, tenía una manera de bailar tan sexy. Lástima su personalidad de engreído y poco compañerismo.

Instantáneamente borré de mi cabeza todos esos pensamientos lujuriosos, pero sin dejar de bailar. Yo estaba enamorada de Felipe y no había nadie que lo pudiese reemplazar. Él era sencillamente perfecto.

Pero no podía dejar de mirar a Lautaro dar pasos de baile con sus ojos entrecerrados y una sonrisa vaga.

De un momento a otro, y antes de que pudiese percatarme me agarró la mano y revoleó el vaso vacío con la otra.

Abrí enormemente los ojos.

¿Qué hace?, no dejaba de cuestionarme en cuanto noté que se acercaba cada vez más a mí. No tuve reacción más que quedarme paralizada como una estatua en el mismo lugar.

Pude sentir cómo su boca estaba a pocos centímetros de la mía. Puso su mano en mi cintura y, sin dejar de bailar y sonreír mantuvo sus labios en esa posición, pero aún más cerca.

Sentí su respiración.

Pero cuando se acercó lo suficiente para besarme, instintivamente di un paso hacia atrás, sin poder dejar de mirarle la boca.

—¿Qué pasa? —me preguntó extrañado.

—Te estás confundiendo —solté sin más.

Y me fui, dejándolo boquiabierto.

Cómo me hice lesbianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora