CAPÍTULO 10

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¿Por qué?, pensé mientras masticaba el chocolate. ¿Por qué se comporta así conmigo si no me quiere más que como una amiga? No se cansa de darme señales equivocadas.

Estuve varios días con un nudo en la garganta. Llegué a pensar en que lo mejor sería separarnos por un tiempo hasta que yo dejara de sentir lo que sentía. No podía más estar cerca de Felipe si no quería destrozarme por dentro. Pero a su vez era indiscutible que por alguna extraña razón yo sabía que no me olvidaría de él con tanta facilidad. Quizás lo mejor no sería separarse, entonces.

Decidí que lo hablaría con Manuel y con Tomás. Con respecto a Ariana, por razones obvias no me molesté en comunicarle lo que me pasaba.

—Era obvio, Emma  —dijo Manuel entre risas en complicidad con Tomás.

Estábamos los tres en mi casa. Era un sábado lluvioso por la tarde, y ninguno tenía nada mejor que hacer que juntarse a charlar y a ver películas. Había reunido el valor de confesar lo que me ocurría a mis dos mejores amigos después de como cinco meses de mantener guardado el secreto.

—¿Cómo que era obvio? —pregunté confundida.

—¿Vos viste cómo se miran? —agregó Tomás.

—¿En serio se nota mucho que me gusta? No me mientan.

—Sí, a kilómetros —afirmó Manuel—. Y él también está loco por vos.

Abrí enormemente los ojos.

—¡Nada que ver! Él está perdidamente loco por...

Pero me contuve.

—Por nadie más que por vos, Emm.

Recordé la vez que Ariana había recogido la carta de Felipe en el pizarrón. ¿Por qué? ¿Por qué? No dejaba de repetirme en la cabeza.

—Es mi amigo —dije por fin—. Yo sé de quién está enamorado. Y no es de mí.

—Te recordamos que también es amigo nuestro.

—Pero no lo conocen tanto como yo. ¡Es que es tan lindo! Dios mío.

Manuel me miró fijamente a los ojos.

—Mi amor —esbozó—, creeme. Ahora vas a hacer lo que yo te diga. Vas a dejar el orgullo de lado y le vas a decir que lo querés de otra forma. Más que amigos. Y después me lo vas a agradecer.

—De ninguna manera. Mirá si no me corresponde...

De repente se acercó despacio hacia mi oreja izquierda y me susurró muy suavemente:

—¿Confiás en mí? Te garantizo que no va a salir mal.

Lo miré. Dudé. Pero después de haberlo pensado mil y una vez asumí que arriesgarlo todo era mejor que quedarse con la sensación de no haberlo intentado. Y ahí fue cuando me acordé de la situación. Miré mi muñeca derecha, y fue aquella marca profunda la que me dio el valor de hacerlo. Si esa vez arriesgué mi vida para escapar, esta vez puedo arriesgar un puto orgullo. Lo único que temía era que Felipe no me correspondiera y acabara por tomar distancia.

Luego recordaba las palabras de Manuel. Sí, de todas formas confiaría en él. Nunca, jamás, desde el día que lo conocía, Manuel me había defraudado. Y tampoco lo sería esa vez. Por fin el día que tanto habíamos planeado con Manuel y Tomás había llegado. Era viernes por la noche. Al medidodía, le había dicho a Felipe que no iba a poder almorzar con él y le inventé una excusa; cosa que acumulara ganas de verme a solas y a la noche fuera al lugar en donde lo citara.

El lugar que encontramos era la entradita de un bar moderno que había en el centro de nuestra localidad. Se trataba de un ancho pasillo con arbustos en los costados y un caminito de piedra que conducía hacia el bar. Con muy buena iluminación, por cierto. Era una luz tenue y ambientada a la perfección para la noche romántica que se avecinaba.

Mis amigos me asesoraron que visitera un vestido negro sencillo con un lazo, y unas plataformas no tan altas, ya que Felipe era solo un poco más alto que yo.

Me peiné con dos hebillas y me maquillé un poco, aunque no demasiado.

—Estás perfecta —me dijo Tomás relojeándome de arriba a abajo cuando me vio lucida para la ocasión.

Confié en ellos. Sí, a pesar de todas mis inseguridades, por una vez, me encantaba la imagen que el espejo me devolvía. Estaba hermosa.

La noche estaba fresca y yo no me había llevado abrigo. Habíamos quedado con Felipe que nos encontrábamos ahí mismo a las nueve en punto. Siempre era bastante puntual. La que me tuve que apurar para llegar fui yo. Manuel y Tomás me acompañaron y se quedaron en el bar de enfrente por si necesitaba algo.

Tenía planeado escupir todo lo que me pasaba. Le diría que, gracias al hermoso vínculo que logramos, terminé enamorándome de él. Le diría todo. Estaba cien por ciento segura.

Ya eran nueve y diez y Felipe no aparecía. Nueve y cuarto me llegó un Whatsapp. Lo abrí y era un mensaje de él.

F: Emm, mil mil perdones pero hoy no voy a poder llegar. Te tendría que haber avisado antes pero recién acaba de decirme mi vieja que tenemos que ir a cenar a un lugar. En serio, perdón. Te quiero mucho y otro día arreglamos para salir.

Antes de que pudiese contestar, mis ojos se tornaron brillosos, y sin darme cuenta comencé a llorar. El rimmel se me corrió todo.

Con el corazón roto me senté en un banquito y me cubrí la cara con las manos. Una vez que me sentía hermosa, nadie me iba a apreciar. Si esa no era una señal del destino que no quería que le confesara la verdad, no sabía.

Envié un mensaje a mis amigos y cruzaron la calle corriendo. Cuando me vieron sentada llorando se miraron entre ellos y me abrazaron. Me abrazaron fuerte. 

De repente me sentí en paz.

—Te creí —le sollocé a Manuel.

—Pero no le dijiste nada todavía. Yo te dije que si le confesabas, él te iba a corresponder.

Volví a soltar lágrimas.

Manuel y Tomás se miraron otra vez.

—Ay Dios mío. Tan inteligente al pedo este chabón —masculló Tomás mordiéndose los labios inferiores—. Un pelotudo.

Cómo me hice lesbianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora