CAPÍTULO 14

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La mañana había empezado tranquila. Era lunes y recuerdo que me costó demasiado salir de la cama para ir al colegio. Había quedado sumamente cansada después de haberme acostado el sábado a las siete de la madrugada. La fiesta continuó siendo un éxito. En realidad, nosotros hicimos que esa noche fuese un éxito. Encontré a mis amigos en una parte del jardín y en cuanto les conté el acontecimiento de Lautaro hicieron que me olvidara y la pasara bien.

En la puerta del colegio me encontré a Felipe, a quien saludé con un tierno beso en la boca. Tras verlo a los ojos decidí que no tenía sentido contarle lo que había pasado con Lautaro ya que, justamente, no había pasado nada. No me sentía culpable por ello.

Entré al salón, como todas las mañanas, y me senté en el banco junto con Ariana.

Percibí cómo algunos compañeros emitían una risita pícara. Otros murmuraban entre sí. Luego las risas comenzaron a propagarse. Yo no entendía nada.

Miré a mi amiga, quien con cara de desesperación y sin quitar la vista del pizarrón, me tomó del hombro.

Ahí fue cuando lo vi.

Con marcador negro, en medio del blanco pizarrón estaban escritas las palabras "Emma es una puta".

Sentí cómo mis ojos se cristalizaron. De pronto, una lágrima brotó por mi ojo derecho y salpicó en el banco. No lloré por el insulto en sí, lloré porque apenas lo vi, supe quién había sido y en qué razones se basó para hacerlo. Ahora todo el curso se enteraría de que era una puta.

Porque claro, eso creía. Que era una puta. Creía lo que un mononeuronal había escrito en un simple pizarrón con su letra de mierda.

Salí corriendo directo al baño y Ariana vino detrás. Me encontró arrodillada en el piso y puso su mano en mi espalda.

—Emm, vos sabés bien lo que sos y lo que no. Y los que te conocen también —me consoló.

—Eso soy, una puta —lloré convencida.

—¡Noo! —aulló—, que lo que digan esos tarados no te afecte. No te conocen.

—Pero yo soy una tonta —seguí inundada en llanto—, ¿cómo me voy a quedar bailando con Lautaro?

—Vos no sabías que se te iba a tirar así, no es tu culpa, Emmi.

A duras penas regresé al aula con toda la cara hinchada y roja de tanto llorar y fregarme. Fui el centro de atención de todos y el blanco de murmullos de unos cuantos. No quería ni mirar a Felipe.

En el recreo, él se acercó a mi banco y me tomó de la mano.

—Emm, no llores —me suplicó—, ¿quién escribió eso?

Ahora tendría que contarle, pensé.

—Lautaro —balbuceé después de unos segundos.

—¿Lautaro? ¿Y por qué? Decime y le rompo la cara.

Lo miré fijamente a los ojos mientras sollozaba.

—Me quiso besar el otro día en la fiesta y yo lo rechacé. Por eso me llama "puta".

—Es un idiota —dijo—. Se cree que tiene a todas las chicas a sus pies. Definitivamente le voy a romper la cara.

—No, esperá. Las cosas no se solucionan así. Yo sé que vos sos más maduro que él. Dejalo. Que sepa que se comportó como un nene de diez años.

Pero obvio que yo no iba a estar en paz hasta no darle un sermón a Lautaro.

—¡¿Qué carajo te pasa, flaco?! —le grité a la salida del colegio—. Que no me hayas podido comer, cual pedazo de carne que se te cruza por delante, no es mi culpa.

—¿Y cómo estás tan segura que fui yo, nenita?

—Vos, o cualquiera de tus amigos patéticos, me da igual. ¿Cómo se entiende? Un día me halagas y me deseás, y al otro te parezco una puta de mierda. Típico de macho resentido.

—Que yo sepa, vos sos acá la que calienta la pava y no se toma el mate.

—Y no, ¿quién querría tomar un mate como vos? Antes que tocarte me hago torta. Estúpido.

—Infantil.

—Ah, bueno, mirá quién habló. El que escribe en un mural que una compañera es una puta. Así de engreído no vas a llegar a ningún lado. Y, te aviso que todas las chicas que conseguís te ven como algo utilizable y que desechan después de unas horas. Suerte y que te vaya bien, Lautaro. No estoy para tus pavadas.

Y así como llegué, me fui. Manuel me estaba esperando unos metros más adelante a pedido mío. No quería que estuviera presente para entrometerse, pero sí quería que estuviese cerca por las dudas.

—Estuviste bárbara —me dijo mi amigo.

—Gracias. Espero que no vuelva a molestarme.

—Y si vuelve a hacerlo lo mato. No voy a permitir que nadie te haga daño, Emm.

Miré a mi amigo y le sonreí. Era tan bueno conmigo.

Seguimos caminando hasta nuestras casas, y como si el día todavía no me hubiese pegado lo suficiente, debí detenerme cuando estábamos a media cuadra de llegar gracias a algo que vi. Ese algo tenía nombre y apellido, y se encontraba parado justo delante de la puerta de mi casa.

 Era mi papá.

Cómo me hice lesbianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora