CAPÍTULO 20

60 10 4
                                    


—Está fresco, ¿no? —me preguntó Felipe mientras estábamos sentados en una banquito en el patio de la casa de Juana.

La música sonaba alto y estaban todos nuestros compañeros bailando o jugando juegos para tomar. Nosotros nos habíamos cansado y nos escapamos solos para atrás.

Asentí con la cabeza. Sí, estaba fresco.

Felipe me agarró de la remera y me atrajo hacia él. Luego me dio un cálido y tierno beso.

—Te presto mi campera —dijo—, voy adentro a buscarla, y de paso voy al baño.

Y diciendo eso se marchó puerta adentro. No pasaron ni diez segundos cuando vi a quién más sino a Lautaro saliendo por la misma puerta.

—¿No entrás? —me preguntó.

Quería ignorarlo pero no me salía.

—Estaba chapando con mi novio, disculpá —lo molesté.

Lautaro caminó hacia mí con un vaso en la mano. Se sentó al lado mío y procuré moverme hacia un costado.

—¿Sí? Yo no veo a nadie.

—No te dije que podías sentarte.

—¿Y? —resopló.

Se quedó pensativo mirando la nada por unos instantes.

—Sabés —empezó—, vos te merecés algo mucho mejor que Felipe.

—¿A quién? ¿A vos? —me reí irónicamente.

—Tal vez...

Preferí no contestarle. En vez de eso me puse de pie para enfilar hacia adentro de la casa. En el patio estábamos nada más que él y yo.

Pero cuando empecé a caminar, Lautaro me agarró de las manos y me giró de vuelta hacia él. Quedamos enfrentados. Intenté zafarme hacia atrás pero sus manos eran más resistentes que mi fuerza.

De pronto dejé de intentar salir. Sentí cómo un aire de vulnerabilidad ingresaba por mi cuerpo. Me sentí completamente indefensa; una vez más en mi vida. Lo único que rogaba era que Felipe regresara del baño.

Lautaro me agarró de la cara con una mano y posó su nariz sobre la mía. Nuestras bocas quedaron a unos centímetros de distancia.

De repenté recobré fuerzas y me separé de su rostro.

—¿Por qué me la hacés tan difícil, Emmi? —prosiguió sin sacarme la mirada de mis ojos.

—¿Qué parte no lográs entender de que tengo novio, y por más que no lo tuviera nunca te daría bola?

—Si te morís por besarme, Emma. Decí la verdad —se sonrió.

Revoleé los ojos y me giré otra vez en dirección hacia adentro, pero sus manos me volvieron a agarrar. ¡Qué pesado!

—Lautaro, soltame.

—¿O qué? —desafió llevando su boca cada vez más cerca a la mía.

—O voy a empezar a gritar.

—Emma yo solo te quería cuidar.

—Estás enfermo.

De pronto escuché pasos detrás de mí, y sin siquiera percatarme de lo que estaba ocurriendo, las mismas manos que me empujaron hacia un costado, se incrustaron en el rostro de Lautaro. Otro puño de otra persona acompañaba al primero.

Eran Tomás y Felipe. Lautaro no tardó en responder ante el ataque y lanzó sus puñetazos. De inmediato llegó Manuel, quien empujó a Lautaro, dejándolo tirado en el piso, y dándole paso a los otros dos a que le siguieran pegando piñas.

Yo no quise seguir mirando.

—¡¡¡Basta!!! ¡Paren! —gritaba inútilmente yo.

Pero mis amigos y mi novio le estaban destrozando la cara. Pensé que en cualquier momento llegarían Benjamín y los demás y ahí sí que se armaría la batalla campal. Pero no aparecieron; sino que Lautaro, después de tres minutos de golpes, quedó lleno de sangre y moretones en su cara.

—¿Te lo advertí, o no? —fue lo último que le dijo Felipe.

Aunque un poco de lástima me daba dejarlo ahí tirado, no pude olvidar todo lo que Lautaro me había hecho el año anterior.

Los tres vinieron a abrazarme y me preguntaron si me había hecho algo. De repente apareció Ariana por la puerta y al ver la situación no entendió nada de lo que había pasado.

Después, no recuerdo nada más. Sí, creo que me fui corriendo a mi casa y Manuel vino atrás de mí. Pero lo que pasó en la fiesta luego de la paliza, lo desconozco. Solo sé que el lunes siguiente Lautaro llegó al colegio con el ojo morado y marcas en su frente. Cada tanto me clavaba una mirada de odio, y a los chicos igual.

¿Cuándo me dejaría en paz? Esperaba que con el merecido que tuvo hubiese tenido en claro las cosas, pero al parecer, no.

En el recreo, antes de que pudiese traspasar la puerta para ir al patio, me retuvo unos segundos y, con su mayor cara de bronca me susurró al oído:

—Te lo advierto, Emma, esto no va a quedar así.

Y tal como lo dijo, sucedió: nada terminó ahí.

Cómo me hice lesbianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora