CAPÍTULO 5

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Hay un detalle que me olvidé de contar.

Cuando empecé tercer año, empezó en mi curso un compañero nuevo. Se llamaba Felipe. Felipe era apenas más alto que yo, pero era increíblemente atractivo. Y no hablo de atractivo por su físico, sino por su intelecto.

Había algo en su forma de pensar que me atraía. Se convirtió, de hecho, en el más inteligente de la clase.

En un principio no me gustó, pero cuando iban pasando los días de clase no pude dejar de sorprenderme ante su persona. Además, era súper amable. No podía creer que fuera real.

Para mi favor, no se juntaba con los estúpidos de Joaquín y sus amigos, a quienes llamaré "los machitos", para hacerlo más corto. Felipe había entablado amistad con otros compañeros de mi curso quienes me eran indiferentes. Claro, era demasiado inteligente como para engancharse con los machitos.

Durante los primeros meses de clases, a decir verdad me moría por hablarle. El pibe me llamaba la atención de una manera especial y sentía la necesidad de, no sé, ser su amiga. Había algo especial en él y no entendía qué.

Pero no había entablado una conversación con él hasta que comenzó a llevarse bien con Manuel y con Tomás. Cada tanto pasaban los recreos juntos y organizaban partidos de fútbol. Y en cuanto pude, aproveché la oportunidad para acercarme a él.

Recuerdo cómo fue la primera vez que le hablé. Se encontraba sentado en un banco junto con mis dos mejores amigos y otro más. Con Ariana nos acercamos a ellos— cabe aclarar que nunca le había comentado a ella sobre mi atracción hacia Felipe— y nos sentamos.

Felipe nos comenzó a hablar como si nos conociese de toda la vida. Ya habían pasado tres meses del inicio de clases y de su incorporación al instituto. Cuando él hablaba, me sentía en paz.

Era raro. Sentía en el pecho como si ya lo conociera de toda la vida... O de otra vida, quizás. No sé bien cómo describir lo que me pasaba con Felipe. Cuando nos veíamos, surgía una alta conexión entre ambos.

A veces en clase, yo atisbaba el panorama total y me quedaba un rato mirándolo. Cuando él era capaz de percatarse, también me miraba. Algunas veces me sonreía; otras, yo simplemente corría la vista hacia otro lado.

Pocas semanas después, ya nos llevábamos increíblemente bien. Podría decir que casi se había incorporado a nuestro grupo, pero no era tan unido como nosotros cuatro. Además, se llevaba con otros compañeros, cosa que nosotros no tanto.

—Perdón que los interrumpa —dijo una vez una voz a nuestras espaldas—, estoy organizando una reunión en mi casa el viernes por la noche y están invitados.

Era Juana, una de las chicas amiga de Felipe. Nos encontrábamos en el recreo, los cinco charlando.

—Claro Juana, ahí estaremos —respondió él.

Aunque yo no estaba muy segura de ir. Pocas veces había hablado con Juana en mi vida.

—Vamos, Emmi. ¿Qué más da? Van a estar todos —me intentó convencer.

Sí, definitivamente estarían todos mis compañeros. Incluídos los machitos.

Acepté.

El día de la reunión llegó, y yo no sabía qué ponerme, como de costumbre. Asíque le pegué un grito a Manuel desde mi habitación, quien estuvo parado frente a la puerta en menos de tres minutos. Vestía una camisa roja a cuadros y un jean.

—¡Qué complicada que sos, nena! —se rió—. Ponete una remera, un jean y ya fue.

—Noo —le contesté—, vos porque sos sencillo, pero yo...

—Mmm, ¿a quién te querés comer? —me sorprendió con la pregunta.

—¿Por? —sonreí sin poder evitarlo.

—Mirala nomás —dijo mientras revolvía mi placard sin dejar de morderse el labio inferior—. No será... ¿Alguno de los machitos?

Manuel puso cara de sorprendido, aunque sabía mi respuesta. Nadie me conocía mejor que él.

Le revoleé una remera.

—Nunca.

Pero en el fondo estaba enamoradísima de Joaquín —recordemos que aquello estaba transcurriendo en tercer año, y el episodio de la cita fue en cuarto—. A Manuel, hacía bastante que no le hablaba de Joaquín, así que supuse que lo había olvidado.

—Mirá que va a ir Joaco —respondió en tono burlón.

—Callate nabo, mirá si se va a fijar en mí.

Al final me terminé poniendo una remera y un jean roto con unas sandalias. Colgamos en elegir la ropa y vimos que se nos hacía tarde, entonces tuve que ponerme cualquier cosa.

Cuando entramos a la casa de Juana, nos encontramos con que ya estaban todos allí charlando, y algunos bailando con la música. Lo primero que hice fue buscar con la mirada a Felipe, que pude divisarlo a lo lejos en la escalera entre un grupo de chicos.

La casa era grande, y en la mesa principal vi que había depositadas algunas botellas de bebida alcohólica, junto con unos vasos. Allí me encontré con Ariana.

—¿Qué es todo esto? —pregunté.

—Los papás de Juana se fueron y se les ocurrió que podían traer alcohol. Vamos, la vamos a pasar bien— insistió Ariana entusiasmadísima.

Sería la primera vez que nos juntábamos a tomar. Claro, teníamos quince años. Encima, los monos de mis compañeros veían una botellita y se enloquecían. Para colmo, ahora que me acuerdo eran todas bebidas re pedorras que en su etiqueta debieran decir 'caldo asegurado'. Lo peor fue que la idea me pareció bárbara, luego de que Ariana me convenciera. Estúpidos adolescentes.

Nos sentamos alrededor de la mesa.

 —Y ahora, empieza la noche —exclamó Benjamín parándose arriba de la silla—. Jugaremos verdad o consecuencia.

Cómo me hice lesbianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora